viernes, 20 de diciembre de 2019

El canto del buitre (despedida y cierre)

Cartel provisional de la gira de despedida de Extremoduro.

El anuncio de la disolución de Extremoduro ha caído igual que un misil entre las varias generaciones de españoles que han crecido con el lírico rugido de Robe de fondo. Al poco de conocerse la noticia, las reacciones en redes sociales semejaban una larga elegía. Como una de esas mágicas corrientes de hermandad que se generan en los conciertos, miles de personas compartieron la misma inquietud: «Joder, ya no voy a volver a disfrutar de un nuevo disco ni a verles tocar». A lo del disco sí que parece que va a haber que hacerse a la idea ―aunque la vida tiene muchas paradas y ya apuntó el clásico que nunca digas nunca jamás―, pero lo de verles sobre un escenario sí va a poder ser: Iñaki Antón y Roberto Iniesta ofrecieron una rueda de prensa en Madrid para anunciar una gira de despedida que arrancará en mayo del año que viene. Por el momento, doce conciertos en ocho ciudades. Las entradas ya están a la venta.

Para muchos, la alegría, que sin duda lo es, no deja de saber a muy poco. Porque vale, bien, podrán ver una vez más a sus héroes en acción, interpretando sus más célebres composiciones, pero ¿y después qué? No nos engañemos: la noticia de la retirada de un artista de gran reconocimiento, como es el caso de la banda que nos ocupa, va siempre acompañada de la revisión del vínculo emocional que cada cual ha mantenido con él, y si este ha sido estrecho, la sensación de orfandad es inevitable.

La relación que las personas establecemos con las canciones y con quienes las hacen y defienden no sólo es personal e intransferible, también inexplicable. Quiero decir que no se puede explicar sin desnudarse en exceso; sin mostrar aspectos inconfesables de nosotros mismos. Al margen de la inmediata tristeza que el cese de actividad de un referente provoca, ese the end nos obliga a hacer recuento del propio camino recorrido y, sea cual sea la reflexión, nos damos cuenta de lo mayores que somos ya y de que la vida, la muy puta, iba completamente en serio.  

En la rueda de prensa del adiós, el tándem Iñaki/Robe ―ya más cerca de dejar de serlo tras un cuarto de siglo de feliz y fructífero matrimonio artístico― pronunció una sentencia incontestable: «Los grupos no son eternos, las canciones sí pueden serlo». Pero por más cierto que eso sea, no por ello es menos aturdidor el efecto que su separación definitiva provoca en nosotros. Tanto como el que sus canciones producen en quien se adentra en ellas por vez primera.

De la gira de despedida podría salir un disco en directo ―el repertorio transversal que han anunciado invita a ello―, pero no habrá más obras de creación bajo la marca Extremoduro. Al menos, no en bastante tiempo. Lo cual no significa que Robe e Iñaki no vayan a seguir inventando y grabando canciones por separado para después tocarlas en público, sino todo lo contrario.

Hubo un momento, previo al primer cedé con su nombre, en el que Robe intuyó que había llegado la hora de desenchufar la guitarra y nadar en aguas aparentemente ―y el adverbio aquí no es casual― más mansas, mientras que Iñaki optó por mantener el volumen igual de alto y seguir dando saltos y provocándolos.

Son los suyos dos modos muy distintos de abordar la creación, como distintos son sus gustos e influencias, si bien juntos han funcionado con la precisión de un reloj suizo y han dado forma a una treintena de canciones imprescindibles en la historia de la música popular española, y eso es mucho decir.

Robe seguirá experimentando sin proponérselo. Esto es, afinando el pájaro de versos y melodías que aletee en su cabeza en cada momento y afilando el palo de sus obsesiones con la voraz navaja de su curiosidad. Sin ponerse diques ni pararse a pensar un solo segundo en esos asfixiantes corsés que son los estilos o etiquetas. Pues la belleza atrae y emociona independientemente del traje que vista.

Iñaki, en cambio, mantendrá ambos pies en el rock. Un rock clásico que en sus últimos trabajos (léase Inconscientes) ha evidenciado un claro crecimiento, una mayor enjundia compositiva, pero rock puro, contagioso y celebrante en cualquier caso.

Da igual que Robe haya sustituido la guitarra eléctrica por una lira y que los punteos de sus discos en solitario sean ya sólo de violín, o que la lava de antaño ―el por él bautizado «rock transgresivo», ese maridaje de poesía y nitroglicerina― resulte menos explícita. Y da igual porque, ya sea con la motosierra de ayer o con el estilete de hoy, siempre consigue pellizcarnos el corazón, secuestrárnoslo. Y no me cabe ninguna duda de que seguirá haciéndolo. Como sé que ver a Iñaki en pleno éxtasis escénico, arrancándole a su instrumento imposibles y bellísimos fraseos, continuará siendo el espectáculo más rock que podamos encontrar en España.
   
La última obra o actuación de un artista recibe el nombre de canto del cisne. En este caso, y respecto a la gira anunciada, bien podríamos hablar de canto del buitre (El canto del buitre tour). Pues aunque esa ave rapaz, moradora del cielo de la tierra natal de Robe, lleva años ausente de la imaginería del grupo, fue una de sus primigenias y más reconocibles enseñas.

Las alas de ese buitre suman ya demasiados inviernos y tan sólo verán una última primavera. Cansado de sí mismo, de sus excesos, de su esencia extrema, se retira en pos del nido del que se elevó por primera vez, cuando el sueño de volar tan alto era menos imposible que impensable. Pero durante todo ese trayecto, con el cuchillo del crepúsculo en el horizonte, ese buitre no dejará de cantar, de cortar el aire, de reivindicarse. Morirá, tal y como Iñaki y Robe nos han prometido, habiendo dado lo mejor de sí.

Fue bonito mientras duró, muchachos. Mucho. Y ahí está vuestra discografía para acreditarlo y para volver a ella siempre que se quiera (he ahí el milagro). Ahora, que la fiesta continúe bajo otros nombres y soles y con distintas armas. Sin nada que demostrar ya, salvo el deseo de seguir remando en el océano infinito de la creación. Y sin el oneroso equipaje de las cuentas pendientes.     

P. D.: El batería José Ignacio Cantera y el bajista Miguel Colino, con 23 y 18 años de antigüedad, respectivamente, en Extremoduro, no han dejado huella compositiva, pero el mejor sonido que ese grupo ha alcanzado le debe mucho a ellos. Al César lo que es del César.



Fechas de la gira de despedida, aún sin nombre, de Extremoduro (2020)

Mayo

            Viernes 15/sábado 16Valencia (Marina Sur)
            Viernes 22/sábado 23Murcia (La Fica)
            Sábado 30Sevilla (Estadio La Cartuja)

Junio

Viernes 5/sábado 6Madrid (Auditorio Miguel Ríos, Rivas Vaciamadrid)
Sábado 13Santiago de Compostela (Monte do Gozo)
           Sábado 20Cáceres (Recinto Ferial)
           Viernes 26 y sábado 27Barcelona (Parc del Fòrum)

Julio

            Sábado 18Bilbao (Kobetamendi)





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