Ha
vuelto a suceder. Por tercera vez en los tres últimos años ―tras las
presentaciones de la gira Para todos los
públicos y de su primer cedé en solitario, Lo que aletea en nuestras cabezas―, Roberto Iniesta, Robe
(Plasencia, 1962), el fiero emblema de Extremoduro, recibe a los mismos medios
de comunicación a los que durante una larga década les negó toda posibilidad de
plática. La razón del encuentro es la salida al mercado del segundo disco bajo
su nombre, Destrozares. Canciones para el
final de los tiempos (El Dromedario Records), un trabajo de hechuras
líricas y falto de electricidad que, con permiso de La ley innata (2008), bien podría pasar por ser la más pesimista de
sus obras. Diez canciones ásperas y a la vez profundamente acogedoras en las
que asegura haber puesto sus «carencias y errores, delirio, falta de gusto,
confusión, lágrimas, vanidad, soledad de lechuza y contradicciones». O lo que
es lo mismo: «Robe atropellando a Nietzsche».
Le
acompañan, en la entrevista y en el disco, los músicos que ya grabaron el
anterior, Carlitos Pérez (violín), David Lerman (bajo, saxo, clarinete), Alber
Fuentes (batería), Lorenzo González (voz) y Álvaro Rodríguez Barroso (piano,
teclados, acordeón). Todos ellos asumen, con humor e inteligencia, su papel de
actores de reparto de una película escrita, dirigida y protagonizada por un
poeta que hace casi 30 años decidió meterse a músico «transgresivo», y que
desde entonces, aparte de crear escuela, ha levantado una carrera tan intensa y
febril como venerada. Por más que en el disco se duela: «¡Qué apagado está este infierno!». Es muy posible que haya gira.
Pregunta.– Con el anterior disco
te pregunté si la humanidad aún tenía remedio. «Según me levante», dijiste.
Después de escuchar este («juro que, hoy, al mundo renuncio»), veo que la cosa
ha ido francamente a peor.
Respuesta.– Va a peor, sí. Muy a
peor. No sé si es que yo soy un poco paranoico, pero si ves un telediario es
como para hacer apuestas.
P.– Hace 10 años los
telediarios no eran menos terribles.
R.– No, pero a lo mejor
ahora soy más consciente. No sé si hace 10 años había más hambre en África que
ahora pero sí que había una amenaza concreta, que era la Guerra Fría y salvar
las ballenas. Ahora eso se ha multiplicado: ya no hay una guerra fría sino que
estamos en muchas guerras calientes, incluida la Guerra Fría, porque esa sigue:
aunque no entre la URSS y Estados Unidos. Hay muchos conflictos.
P.– La Guerra Fría, pues,
nunca se ha enfriado.
R.– No, no se ha enfriado
del todo porque ha habido otros componentes. Hay muchos más países con
armamento nuclear. Coño, que es difícil ver una noticia buena en política, ver
que se pongan de acuerdo. Las emisiones de CO2, por ejemplo. «Pues se han
reunido todos los países. No se ha llegado a ninguna solución, pero han pasado
allí unos días». Creo que la cosa está mucho peor porque no se arregla nada.
P.– Sucede que ahora
tenemos más canales de información y todo nos llega al momento. Pero pensar
que, no sé, en la Edad Media se vivía mejor que ahora es una insensatez. El
mundo se ha ido civilizando, aunque es verdad que una gran mayoría pasa
necesidades y que los ricos lo son cada vez más.
R.– Lo de «civilizando»
habría que verlo. Ir de traje no tiene que ver. Hablas de la Edad Media y… Yo
me refiero a los instintos. Siguen existiendo los mismos instintos. El egoísmo.
Para mí. Para mi familia. Para los de mi pueblo. Para nosotros. Siempre
barriendo para casa.
P.– Los pecados capitales
siguen siendo los mismos, por supuesto.
R.– Claro. Lo demás sigue
evolucionando. Y lo de más civilizados… Sí: «usted, ¿me deja pasar?», «sí, le
dejo pasar». Pero, en realidad, todo sigue igual.
P.– En «Puta humanidad»
dices: «He perdido el interés / en la puta Humanidad». Aun así, aquí estamos los
dos. Hablando civilizadamente. No queda otro remedio que intentarlo.
R.– Desde luego que sí.
No es este un disco de rendirse y sí de cabreo, de ya está bien. Al final, hay
cosas que no puedes decir. No puedes decir: «Creo que lo mejor será una guerra
nuclear». Está el cabreo ese de: bueno, vamos a reaccionar, ya está bien. Y, de
algún modo, estás diciendo: como ya hemos hablado mucho de esto, se está
agotando el tiempo. En el medio ambiente estamos llegando a un punto de no
retorno, porque se están perdiendo especies. Puntos de no retorno que se dan un
día tras otro.
P.– Has citado lo de la
explosión nuclear, algo que también estaba en la portada del último disco de
Extremoduro, Para todos los públicos.
Parece que últimamente te levantas y te acuestas con esas imágenes de
catástrofes. Son casi obsesiones.
R.– Sí, puede ser, puede
ser. Tengo una idea como de catástrofe inminente. Como que ya no me sorprende
nada. Veo en un telediario lo peor y digo: «Bueno, normal. Tenía que llegar.
¿Ha salido Trump? Claro, con tantos millones de subnormales…». Parece una
visión catastrofista, pero es realista. Estamos aquí pensando que es todo muy
estable y mira lo que pasó en la sala Bataclan. Estaban en el concierto y
creían que era un día más y que era imposible que pasara nada raro. El que no
iba a follar pensaba que no iba a follar, y el que iba a follar que qué bien,
pero todo lo demás era inamovible. Y, de repente, se fue todo a la mierda. Cada
vez veo menos cosas inamovibles. Todo parece estar pendiente de un hilo, de
volcar. En cualquier sitio.
P.– Pese a ello, aún hay
lugar para la esperanza: «Para hacerle al mundo mejoras, / (…) necesito tiempo». Si eso fuera
imposible, ni siquiera el tiempo lo conseguiría.
R.– Sí, por eso tampoco
este disco es un rollo de tirar la toalla y decir no puedo. Hay un poco de
enfado, como digo, pero en más de una canción hay otra visión, aunque
seguramente sean menos llamativas.
P.– Imagino que cuando
hablas de «hacerle al mundo mejoras» te refieres a «tu» mundo. ¿El único modo
de cambiar el mundo en general es cambiar, primero, el nuestro en particular?
R.– Sí, pero también se
pueden hacer ayudas. Por lo que tú decías antes de que las canciones las
escucha mucha gente y va a darles muchas vueltas.
P.– En lo que respecta
al sonido, las canciones de este disco bien podrían haber estado en el
anterior. No noto una fractura. Quizá en aquel sentasteis las bases y en este
se ha desarrollado ese proyecto.
R.– Puede ser. En el
primero era ver lo que teníamos y las cosas que podíamos hacer, y en este ha
sido hacerlo con un poco más de ir a ello y de ver todas las posibilidades que
teníamos. Hemos experimentado mucho y para nada hemos querido que se pareciera
al anterior, al contrario. Tratamos de no repetirnos ni en los arreglos ni en
la forma de hacer las canciones. Un poco como tú dices: ver las armas y las
posibilidades que teníamos.
P.– Lo único que separa a
estas canciones ―que tienen una gran intensidad, son orquestales y poseen
fuerza― de las de Extremoduro es la falta de electricidad. Si a «Locura
transitoria» y «El camino de las utopías», ambas de Extremoduro, les quitas la
electricidad podrían haber entrado en este o en el anterior disco. Y es porque
las has parido tú y tienen que ver con un momento creativo concreto. El último
Extremoduro es, en fin, muy similar a esto.
R.– Puede ser, sí. El
Extremoduro de los últimos tiempos tiene bastante que ver. La diferencia está
en la forma de trabajar las canciones, de hacerlas.
Portada del disco Destrozares. Canciones para el final de los tiempos. (Ilustración: Diego Latorre.) |
P.– Y la poesía. Las
letras son, ineludiblemente, Extremoduro. Cuando cantas «Mi única bandera / son sus bragas negras» no puedo evitar
retrotraerme a aquellos otros versos de La
ley innata: «Miente el carné de
identidad: / tu culo es mi localidad». O a: «…Y es que me siento extranjero / fuera de tus agujeros». Idéntica
filosofía. La esencia es la esencia y la cabra ya sabemos para dónde tira.
R.– Sí, sí. Y también a: «Las banderas de mi casa / son la ropa
tendía» [«Malos pensamientos», ¿Dónde
están mis amigos?]. Pero no es algo planificado, es más un dejarme llevar. (Lorenzo)
A nosotros, como banda, nos molan cantidad esos guiños inconscientes porque es
cuando piensas: coño, si es que es Robe. Y eso mola.
P.– ¿Tu lenguaje, el de
este disco, sigue siendo transgresivo?
R.– Yo creo que sí. Este
disco no da cosas por sentadas. Hace pensar, que es de lo que se trata.
P.– Y si Extremoduro es
«rock transgresivo», ¿esto qué sería? ¿Con qué otra palabra sustituimos «rock»?
R.– Ah, amigo, esto qué sería.
Hay que buscar el titulillo.
P.– «Música transgresiva».
R.– «Música transgresiva»,
sí. O «letras transgresivas». No lo sé. Tampoco tengo muy claro lo que es rock.
Ni si todo lo que ha hecho Extremoduro es rock. En Extremoduro hay muchas cosas
muy amplias, música de distintos tipos. Y creo que esto es transgresivo, pero
no es rock duro.
P.– ¿Te ves incluyendo en
un disco de esta etapa argot marginal como «lefa», que ya has utilizado otras
veces?
R.– Sí, por qué no. Igual
que entra «Puta humanidad» como un título totalmente entendible, pues siempre
puede caerse un chorretón de lefa en una poesía (risas).
P.– ¿No sé si eras
consciente cuando escribías «Dime que no
pensarás en su boca de fresa» de que eso viene de Rubén Darío y, después,
de Sabina («Princesa»)?
R.– Sí. Pero es que
Sabina no es el dueño de las bocas de fresa (ríe). Esa canción suya me gusta
mucho, por cierto. No puedes decir: «Esto lo he escrito yo y ya no lo puede
escribir nadie», no. Vale, ¿que te van a decir que lo has copiado? Bueno, pues
que digan lo que quieran. Pero es que a mí me gusta mucho decir esto.
P.– Del mismo modo, y
para tu escándalo, también está Perales: «…Y
el vestido que te regalé».
R.– (David) ¿José Luis
Perales? (Álvaro) «Y te has pintado la
sonrisa de carmín…» [canta]. (Lorenzo)
Un encuentro Perales y Robe sería... (Robe) No, eso es… [Las risas,
atronadoras, aplastan su frase].
P.– Bueno, pues que sepas
que has citado a Perales. Y, además,
vuelven a estar las amapolas. Y la primavera, y el sol…
R.– Ya, pero… ¿No vuelvo
entonces a hablar de esas palabras que uso, no las vuelvo a usar? Es que cada
vez significan cosas diferentes y me parecen metáforas fáciles de entender. Y
no puedo decir: esta palabra ya la he usado, esta palabra también la he puesto.
El viento. Ya no puede salir el viento. ¿Cómo? Coño, a ver… Me niego a no poder
seguir diciendo lo que es el viento. Son palabras que tienen un sabor y no se
pueden descartar. Intentas no repetirte, pero no hay que ser tan estrictos.
P.– En «Decidí», de tu
primer disco, el llanto estaba proscrito: «Hoy
lloré; / se me habrá metido un poco de arena, / eso no es para mí». Y
también en «Puta», 15 años después: «Y se
me sale, dando pedales, / sin mi permiso, una lagrimilla». Ahora ya no te
da miedo mostrarte vulnerable: «He
llorado tanto… / Y he llorado tan adentro», confiesas. Aunque el llanto sea
metafórico porque, como bien dices, las letras no hay que tomarlas al pie de la
letra.
R.– Sí. Por eso el
atropello a Nietzsche del que hablo en el disco. Porque Nietzsche, cuando habla
de eso, está diciendo que esas cosas no se piensan cuando se es valiente. Y yo
le estoy llevando la contraria: yo soy valiente y lo pienso y lo digo. Y lo
hago como un acto de valentía.
P.– No es menos hombre el
hombre por llorar.
R.– Claro. Y es mucho más
hombre y mucho más valiente cuando lo reconoce.
Una de las inquietantes imágenes del libreto del disco. (Fotografía: Sonia Valle. Diseño: Iosu Berriobeña.) |
P.– «Los Rolling Stones y
los AC/DC me dan un poquito de pena», me dijste en nuestra última charla, en
alusión a esa forzada eterna juventud rayana con el patetismo. ¿A ti eso no te
pasará, te encargarás de que no te ocurra?
Es fácil criticar a los demás, pero hay que aplicarse el cuento.
R.– La teoría me la
aprendo bien, pero llegará el momento y no sé qué haré. Por eso ahora, cuando
pienso en tocar estas canciones sentado en un teatro, me pregunto si seré capaz
de hacer eso. En Extremoduro estás tocando y si no oyes que están bramando, te
dices: no les está gustando. Por eso pienso: ¿voy a ser capaz de estar ahí
sentadito, tranquilito?
P.– Lo de tocar con el
torso desnudo, sin ir más lejos. Llegará un momento en el que eso no venga a
cuento. Por una cuestión de edad.
R.– Claro, no vas a estar
ahí exhibiendo tu cuerpo triste. Si tienes 70 años y estás moviendo el culito
eróticamente, te has pasado tres pueblos. En un momento perdiste el norte y
empiezas a ser una caricatura de lo que eras. Intentaré que las cosas sean
naturales y si me apetece hacer una gira con marcha, hacerla. A la hora de
componer soy poco considerado conmigo. Compongo cosas que me cuestan mucho
trabajo y que a lo mejor casi ni llego, o cosas muy cañeras, y digo: coño, para
qué habré compuesto esto. Ahora lo tengo que cantar, con el trabajo que me
cuesta llegar hasta ahí. Pero eso también me da libertad. Estoy componiendo lo
que quiero hacer y luego, en directo, haré lo que el cuerpo me pida. No creo
que tenga que mover el culito con 70 años. Mi arte va más allá.
P.– El reciente Nobel a
Dylan, más allá de si lo merece o no, ha abierto un debate muy interesante: si
los escritores de canciones más dotados merecen la consideración de literatos
y, por ello, galardones literarios institucionales.
R.– ¿Un poeta es un
literato? ¿Porque un poeta entonces qué es? Yo creo que los letristas sí merecen
esos premios. ¿Que el letrista tiene el arma de la música? Supongo que los
escritores tienen otras armas, no solo la pura escritura.
P.– ¿Entonces estás de
acuerdo con el Nobel a Dylan?
R.– Sí.
P.– Y si le concedieran
el Cervantes a Sabina, ¿te parecería bien?
R.– Sí, me parecería
bien.
P.– Y si a ti te lo
dieran en un futuro, ¿irías a la ceremonia?
R.– No sé, según me
pillara [ríe]. Como aquel lío de la Medalla de Extremadura… Cuando me la
dieron, lo pensé un poco y, al final, hice lo que creí que debía hacer. ¿Que no
me gustó tener que ir? Claro que no, no me gustan esas mierdas. Pero luego,
pensando en la gente, me pareció bien ir.
P.– ¿Cuando hablas de «la
gente» te refieres a tu entorno más cercano, a tu familia y amigos?
R.– No, me refiero a toda
la gente. Un político intenta quedar bien con la gente, y supongo que si un
político me da una medalla es porque piensa que así va a quedar bien con la
gente. Por lo tanto, la gente quiere dármela.
P.– No quisiste pecar de
ingrato con la gente.
R.– Sí, hay un poco de
eso. Me cuesta trabajo porque, claro, te llaman para muchas cosas, premios y no
sé qué, y al final no puedes hacerlo porque tienes que dedicarte a tu trabajo y
no a hacer el paripé por ahí todo el día. Y en ese caso no quería ser
desagradecido y pensé que podía usar aquello para decir algo de otra manera que
en las canciones, más concreto. No salvar el mundo, no: locales de ensayo.
Recuerdo cuando estaba allí esperando a que me dieran la medalla, con todos a
los que ya se la habían dado, mucho uniforme: curas, militares, picoletos...
Gente con la que yo no tenía nada que ver. Y la chavalita que me llevó se quedó
allí conmigo para que no me fuera o algo, porque ella veía que yo allí no
pegaba. Entre otras cosas, porque había que ir con un traje oscuro y yo iba de
blanco y con una camiseta de colores. A la chica le parecía que era un bicho
tan raro allí en medio que se quedó conmigo como diciendo: tú tranquilo, que no
te van a hacer nada (risas). Hasta que se acercaron algunos: «¡Hombre, Robe!»,
y tal y cual, y ya entonces se fue. (Lorenzo)
El debate de la Medalla de Extremadura a Robe se ha repetido todos los años. El
mundo de la cultura extremeña reivindicaba la medalla a Robe desde hacía mucho
tiempo. ¿Qué han hecho? Pues atender esa petición popular. Y creo que han
tardado mucho porque en diferentes medios de comunicación se ha reivindicado,
ya digo, desde hace mucho. (Robe)
Pero Ibarra no les dejó a los socialistas que me dieran ningún premio.
P.– Ibarra te la tenía
jurada [tuvieron varios enfrentamientos en el pasado].
R.– Hombre… Él ahora no
está. Pero es como Felipe González, que no está, porque está trabajando en el
puesto que le hayan dado o él se haya cogido, pero en el fondo sigue
estando.
P.– Antes has citado a
Trump. ¿Le hemos puesto un peluquín rubio a un planeta alopécico?
R.– Es que no sé si
decirlo, porque como te ponen las entrevistas tanto tiempo después y te dicen:
mira lo que dijiste un día... Antes estaba borracho y podía decir lo que
quisiera, pero ahora ya te tienes que pensar las cosas un poco más porque luego
te avasallan. Yo creo que eso es lo malo de la democracia, que todo el mundo
pueda votar. Creo que eso está mal. No todo el mundo debería poder votar. No
digo que yo esté capacitado, ¿eh? Pero del mismo modo, no todo el mundo está
capacitado para votar.
P.– ¿Habría que pasar un
examen previo?
R.– Habría que pasar
varios exámenes. Estamos diciendo que la Historia nos tiene que valer para
algo, y que la experiencia, estos miles de años que llevamos viviendo en el
planeta, nos tiene que servir para algo. Nuestra propia historia, la guerra que
hemos tenido, todo lo que nos ha pasado tiene que servir para avanzar. Pero
¿cómo puede votar un tío que no sabe quién fue Napoléon? ¿Por qué puede votar?
¿Cómo puede votar gente que no tiene ni puta idea de historia?
P.– ¿Sugieres que sea una
aristocracia, una élite, la que vote?
R.– Es que así era la
democracia primera. No era todo el mundo a votar, venga. «A ver, tú, el más
tonto, ¿tú quién dices?». No puede ser. Ya sé que es políticamente incorrecto,
pero lo pienso. A lo mejor mañana pienso otra cosa y cuando me digan: «Tú
dijiste esto», lo negaré. Pero ahora lo pienso. No todo el mundo está
capacitado para votar. Esa gente que está pensando nada más que en comer donuts
y en ponerse más gorda de lo que está, ¿esa gente va a votar?
Roberto Iniesta: «Los Rolling Stones y los AC/DC me dan un poquito de
pena»
Sucede
muy de tarde en tarde. El músico-poeta más esquivo del país, una suerte de J.
D. Salinger o Thomas Pynchon del rock, accede a someterse al escrutinio de unos
pocos periodistas. Desde que hace ya dos décadas este salvaje ilustrado
triunfara rotundamente con el solo impulso de un discurso lírico sin igual en
su grey y una inquebrantable fe en sí mismo, es él quien marca los tiempos. Una
nítida demostración de fuerza después de que los medios generalistas lo
proscribieran o ningunearan durante 10 años.
Pero
Roberto Iniesta Ojea, Robe (Plasencia, 1962), tiene ahora un motivo poderoso
para abandonar por unas horas su confortable vida a espaldas del runrún
público. Se trata de defender Lo que
aletea en nuestras cabezas (El Dromedario Records), su debut discográfico
en solitario tras 28 años al frente de ese destilado de poesía y nitroglicerina
que es Extremoduro. Un grupo que cuenta con decenas de miles de seguidores de
distintas generaciones, tanto en España como en América.
Al
cabo de la rueda de prensa ofrecida ayer en Madrid junto con los músicos que
han participado en el disco, todos ellos extremeños de dilatada experiencia
pese a su juventud (entre los 25 y los 40 años), Iniesta concedió a EL MUNDO
esta entrevista en exclusiva.
Pregunta.– ¿Acertará quien tras
escuchar este disco te ponga la etiqueta de cantautor?
Respuesta.– Cualquiera que hace
sus canciones necesita un instrumento; si le quitas a la banda, se queda en
cantautor. Pero no soy un cantautor. Tengo una manera de tocar la guitarra que
me vale para componer, pero no tengo la calidad suficiente para tocar mis canciones
yo solo delante de la gente. Considero cantautor a alguien que por sí mismo
ofrece un espectáculo. Yo nunca me he visto así. Veo que necesito una guitarra
como instrumento para componer y sobre el que luego trabajan los demás. Y
después de hacer esta obra tan compleja, con muchas cosas, menos todavía.
P.– Pese a que Hilario
Camacho, Antonio Vega y Silvio Rodríguez figuran entre tus vicios no tan
ocultos, siempre te has servido del rock para divulgar tu poesía.
R.– Aunque siempre he
escuchado a esos autores que citas, cuando empecé a tocar escuchaba más música
rock, y ese camino me parecía más fácil. Es más fácil hacer una banda de rock,
con gente aportando más cosas, que no sólo es la música, que ser un cantautor,
que todo se centra en las canciones. Aunque ahora sí creo que las canciones
tienen una mayor importancia; que por sí mismas tienen un valor y no hay por
qué pegar brincos y poner mil luces de colores para transmitir emociones. Eso
vale para ciertas sensaciones, pero se pueden conseguir todo tipo de
sensaciones siempre y cuando te abras. Poco a poco me voy atreviendo a abrir un
poco el abanico y a no encasillarme en una sola cosa. Puede ser que esté
teniendo una tendencia más suave. Pero quizá mañana me dé por hacer un disco
mucho más bruto, no lo sé. Lo que está claro es que cada vez me atrevo a hacer
más cosas porque voy cogiendo confianza. Me he envalentonado. Y el rollo de
este disco era divertirme. Este es un disco que engaña un poco respecto a la
intensidad. Date cuenta de que es música con un rollo un poquito clásico, y ahí
se le da mucha importancia a la dinámica, a la diferencia de volumen, y un
disco no te permite hacer eso. La dinámica que consigues en directo no es fácil
llevarla al disco. En un local de ensayo hay partes con una energía y un
marchón de cojones. En el disco, en cambio, no se aprecia.
P.– ¿Es cuestión de
tiempo que el roquero se atempere, tanto por evolución natural como por
supervivencia? Lo digo porque se puede incurrir en el patetismo, dar pena.
R.– A mí hay algunos que
me dan pena, sí. Los Rolling Stones y los AC/DC me dan un poquito de pena. Sé
que mucha gente leerá esto y se llevará las manos a la cabeza, pero a mí me dan
pena. Es como si se vieran obligados, y yo no me quiero ver obligado. ¿Hay que
tener siempre el pelo largo? No. Me lo quiero cortar cuando me dé la gana. Me
gusta llevarlo largo, pero no me puedo dejar atrapar por unas señas de
identidad. Eso es una esclavitud.
P.– Declaraste que
cuando Extremoduro surgió la música que se hacía en España era bastante moña.
¿Eso sigue siendo así?
R.– Sí. Hace poco vi en
la tele, no sé si en Ochéntame [otra vez], a Micky cantando que se hacía
un canuto y me moría de risa. No es que sea una canción famosa, pero el tío
hablaba de drogas libremente. De una manera que hoy en día no saldría en
ninguna televisión ni en ninguna radio. En ningún sitio.
P.– Este disco, lírico y
melódico, homogéneo, hermoso, muestra, no obstante, la fiereza del Robe de
siempre: «Ahí afuera / solo hay
monstruos, solo hay gente / que te compra y que te vende, / que te odia, que te
miente, / que te roba, que te mata, / que te viola y que no siente nada».
¿La humanidad no tiene remedio?
R.– Según me levante.
Algunos días me parece que no, pero a veces veo gestos en determinada gente, de
honradez, de honestidad, que me hacen pensar que quizá sí tenga solución.
Salvación. No sé si ahora estoy en una época demasiado pesimista porque leo
demasiadas noticias... Lo normal es que piense que no tenemos solución.
P.– Tampoco faltan los
guiños «transgresivos» marca de la casa: «Y
esta flor, que ya sabes que es tuya, / se descapulla / recordando el roce de
tus pelos». Esa infrecuente tendencia a la obscenidad, que has convertido
en estilo, lo cual es muy difícil, ¿de dónde te viene, cómo surge?
R.– Creo que hay que usar
el lenguaje de una manera óptima. Se pueden decir las cosas de muchas formas.
En el lenguaje y en la comunicación, la primera ley es que el interlocutor te
entienda. ¿Por qué no voy a utilizar una palabra malsonante? ¿Que no sirven para
nada? Mentira. Sirven para ver la intensidad y el sentimiento. El lenguaje hay
que optimizarlo y exprimirlo al máximo. No es lo mismo «tu pelo» que «tus
pelos». «Tus pelos» son los del coño, y «tu pelo», tu cabello hermoso al
viento. Si quieres explicar algo de verdad, intensamente, tienes que usar todas
las palabras que te lo permitan.
P.– También están los
elementos recurrentes en las canciones de Extremoduro: el sol, las flores, la
primavera, la luna… No es posible escapar de uno mismo.
R.– Tú, que escribes,
esto lo entenderás muy bien. Dices: «Joder. La de veces que repito “ventana” en
este capítulo que estoy escribiendo. No puedo decir tantas veces “ventana”».
Entonces dices que una persona se asomó por una cosa que había en la pared. Que
tenía un cristal, que era transparente y que por ahí él o ella veían la calle…
P.– Al final, parece un
acertijo.
R.– ¡Claro! Es preferible
decir «ventana» que sacar al tío del rollo. ¿Que tengo cosas recurrentes en mis
canciones? Vale. Pero no siempre dicen lo mismo. Y cuando hablo del sol, por
ponerte un ejemplo, puede ser que sí, pero no siempre hablo de lo mismo. O
cuando hablo del viento o del mar. Suelen ser metáforas. Pero como son cosas
muy grandes, son muy fáciles de usar. La primavera. Joder, otra vez me sale la
primavera. Pero, coño, es que es un verso de puta madre y me ha quedado un
poema cojonudo. Y si otros tíos me dicen que me he repetido, me importa una
mierda. La repetición está justificada si entra bien y arregla un verso.
P.– La portada lleva un
pájaro y pájaros os definís en las líneas finales del libreto del cedé,
deudoras de Nietzsche. La libertad es otro de tus grandes temas u obsesiones, y
el pájaro, su símbolo.
R.– Esa portada me
gustó, nos gustó a todos, y todos pensamos que ese pájaro habla de la música
que lleva dentro. Esa era una de las ideas que barajamos. Algunas eran más
amables y otras no.
P.– ¿En ese sentido
podría haber llevado una pistola en la portada?
R.– ¿Una pistola? No sé…
Quizá una pistola no, pero sí algo más borde. Que tenga dramatismo.
Portada de Lo que aletea en nuestras cabezas. (Acuarela de Antonio Ojea.) |
P.– ¿Cuántas canciones se
han quedado fuera de este disco? ¿Como para hacer otro?
R.– Sí, incluso dos. Y lo
haremos.
P.– Eso sugiere que
Extremoduro va a estar un largo período en hibernación.
R.– Calculo por lo menos
tres o cuatro años sin un nuevo disco de Extremoduro. Lo normal en Extremoduro,
vamos.
P.– Warner ha sido tu
casa discográfica durante 22 años. ¿Qué ha ocurrido? ¿No han hecho los
suficientes esfuerzos por mantenerte en su nómina? Me consta que recibiste
varias ofertas, y atractivas.
R.– Los esfuerzos
tendrían que haberse dado a lo largo de estos 22 años, no solo ahora. Ha
contado también todo lo que no han hecho. No me marché antes porque tenía un
contrato que me impedía hacerlo, a no ser que me hubiera arriesgado a que
cualquier juez estúpido, que no tuviera ni puta idea, hiciera como se hizo en
su momento con Los Deltonos, que al tener un lío con la discográfica no podían
usar su nombre ni dar conciertos. Y al final vas tragando. Además de que meterte
en joder un contrato con una discográfica significa mucha energía. Mucha
energía negativa. Pero creo que algún día tendré que demandarlos. De buen
rollito. Porque ellos no son mala gente, tienen su familia, son amiguetes, los
hemos invitado hoy a la rueda de prensa, pero hay un contrato que ellos
interpretan de una manera y nosotros de otra. Hay una disparidad de criterios.
Entonces tendrá que venir algún juez, esperemos que no sea muy estúpido, y
darle la razón a quien la tiene. Warner es una multinacional, y las
multinacionales merecen ser demandadas por cualquier cosa. Eso de que hay que
hacer tres cosas en la vida: plantar un árbol, escribir un libro y tener un
hijo, pues no. Me parece que lo del libro hay que dejárselo a los escritores
porque no todo el mundo puede hacerlo, ya que entonces nos quedaríamos todos
tontos. Por eso lo podíamos cambiar por demandar a una multinacional. Plantar
un árbol, tener un hijo y demandar a una multinacional. Y así lograríamos
agotar a sus múltiples abogados, ganaríamos pleitos y haríamos una sociedad
mejor. Algún día los demandaré, sí. Pero ya digo: de buen rollito. Ahora he
conseguido hacer el contrato, creo, más corto de la historia. Cortísimo: no
llega a dos hojas. Y no tiene letra pequeña. Y lo entendería cualquiera.
P.– Las drogas tienen una
gran relevancia en tu obra y en tu biografía. ¿Ahora que ya ni bebes y
practicas deporte dejarán de ostentar, por fuerza, el protagonismo de antaño?
R.– En mis canciones, las
drogas unas veces son metáforas. Hablo de coches, o de otras cosas, y estoy
hablando de drogas. No sé… No me gusta meterme en estos sitios de si practico o
no practico, porque eso pertenece a mi esfera privada, pero ¿acaso no puedo
hablar del mar por ser de Extremadura? En la creación todo tiene cabida. No
hace falta separarte de tu mujer para escribir de un desamor. La imaginación es
lo que hace falta.
P.– Las pasadas
elecciones municipales y autonómicas han bajado de la nube absolutista al PP y
han decretado gobiernos en coalición con un mayor poso de izquierdas.
¿Esperanzado?
R.– Me parece
esperanzador que se meta gente nueva y más idealista. Antes, en España, en los
70, en la Transición, había políticos idealistas que soñaban con cambiar el
mundo, pero la llegada del dinero lo cambió todo: se llenó de trepas. Igual que
pasó con la música en los ochenta: empezó el boom de la música y hubo compañías que se hicieron ricas. Eso hizo
que en los años siguientes muchos trepas, es decir, gente sin vocación que se
apunta a algo que tiene buena salida, pudrieran la industria. Bueno, pues ahora
hay políticos que, de nuevo, quieren cambiar el mundo, que son idealistas. Como
antes.
P.– Tras la Medalla de
Extremadura, recibida de manos de José Antonio Monago, le pondrán tu nombre a
una importante avenida de Plasencia. A ti podría aplicársete aquello de Cela:
«El que resiste, vence». ¿Esos reconocimientos te hacen sentirte orgulloso?
R.– Siempre me he sentido
querido por la gente de mi tierra. En cuanto a lo que dices, tienes la
sensación de que te están usando. Pero como hay gente a la que le hará mucha
ilusión, haces balance y… ¿Me hace sentirme orgulloso? Hombre, todos tenemos
vanidad y sí me hace sentir orgulloso, aunque no dejas de pensar, ya digo, que
estás siendo un poquito utilizado.
P.– ¿Los periodistas
somos un coñazo o es que tú eres un tanto especial?
R.– Últimamente me caéis
mejor porque me cae peor la gente que ha cogido alma de periodista y me quiere
tener todo el día en Facebook y que mi vida sea una cosa pública. Pero los
periodistas también tenéis mucha culpa de lo que pasa. Habláis mucho de los
políticos corruptos, pero en los periódicos también hay corruptos porque vivís
de la corrupción y de las multinacionales. Defendéis cosas que no os gustan
porque hay publicidad contratada, os veis obligados a tragar y nos mantenéis en
una gran desinformación. Aunque hay periodistas y periodistas, claro.
La banda, extremeños
pero no tan duros
Los
músicos que han aportado su talento a este disco son jóvenes pero sobradamente
preparados, con una dilatada experiencia a sus espaldas. De esos jóvenes
formados que uno desearía no tuviesen que emigrar nunca en busca de mejores
oportunidades, como tantísimos españoles se han visto obligados a hacer en los
últimos años. Ellos son Carlitos Pérez (1990), violín; David Lerman (1988),
bajo, saxo y clarinete; Alber Fuentes (1986), batería; Lorenzo González (1975),
voces, y Álvaro Rodríguez Barroso (1975), teclados y acordeón.
Ninguno
de ellos se considera fan de Extremoduro, lo cual les ha permitido una
distancia crucial para abordar este trabajo (aunque sí reconocen haberse
acercado a Extremoduro, y disfrutado de sus canciones, a raíz de trabajar con
Robe). Alber fue el primero en implicarse en esta aventura, y el primero en
contactar con el resto de los músicos; primero, David, el bajista, y después el
resto. David le quita hierro al hecho de haber colaborado con una leyenda viva
del rock nacional: «La verdad es que hemos trabajado el disco de un modo muy
natural. Cada uno hemos aportado lo que hemos querido y ha resultado todo muy
fácil. Hasta la rueda de prensa, rodeado de cámaras, no he tenido la sensación
de decir: “jo, qué movida”». Lorenzo, vocalista de larga experiencia, da otro
punto de vista: «Yo sí que noté esa presión porque entré un poquito más tarde
en el proyecto. Recuerdo que le preguntaba a David cómo se desarrollaba la
cosa, y él me decía: “Normal, normal”».
Pese
a que casi todos ellos tienen experiencia en el rock duro o metal, su formación
musical es más amplia; más mestiza y plural, por lo que, a la fuerza, debió de
chocarles colaborar con Robe. «Cuando me lo propusieron no sabía exactamente a
qué me enfrentaba. Luego, el primer día en el local de ensayo, vi que aquello
era otra historia distinta, que no era Extremoduro», reconoce Álvaro, el
teclista, un juicio con el que todos coinciden.
Iniesta
insiste en que no han sido meras comparsas, sino que han podido imprimir su
personalidad en el disco: «Tienen una larga trayectoria y les he dado plena
libertad para que desarrollen sus ideas y aportaciones para mejorar las
canciones».
Los
cinco músicos son plenamente conscientes de que esta experiencia es como un
máster de lujo, algo que incidirá de un modo positivo en su carrera futura.
«Sí, yo pensaba en muchos momentos de las sesiones de trabajo que esto era como
un máster de lujo al que no te podrías haber apuntado en ningún otro sitio. No
solo para el futuro, también para el presente. Para enriquecerte como músico y
persona. Porque no todo ha sido la música, también ha sido importante la
convivencia», relata Alber.
Cuando
le pregunto a Robe si en el improbable caso de que en Extremoduro se produjera
una baja alguno de estos músicos sería un buen candidato para suplirla, tarda
unos segundos en contestar: «No lo sé… Desde luego, todos ellos tienen calidad
suficiente para ello. Pero cuando tienes un grupo como Extremoduro y estás
afincado en un sitio [el País Vasco], viviendo todos muy cerca unos de otros,
es difícil que alguien que vive muy lejos pueda participar. La distancia sería
una gran dificultad, y luego el tipo de instrumentos que tocan. Solo coinciden
la batería y el bajo pero, aun así, son maneras distintas de tocar».
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