lunes, 13 de junio de 2016

No disparen a la música

Portada del libro Mamá, quiero ser artista, de Amado Storni.

Publicado a finales de 2013, aunque de plena actualidad, Mamá, quiero ser artista (Círculo Rojo Editorial), del poeta, músico y periodista Amado Storni, es, en apariencia, un viaje al corazón de la música rock y heavy a través de las declaraciones de algunos de sus más fieros representantes. Pero basta con leer el texto de su contracubierta para entender que en sus páginas hay algo más: «(…) Un libro en el que se muestran las distintas soluciones que ponen, si no fin, sí freno a la precaria situación que sufren tanto la música como nuestros músicos. No lo digo yo, lo dicen ellos: los artistas. Este libro se escribió por y para ellos, para defenderles a ultranza porque con sus canciones se han forjado nuestros valores a golpe de rocanrol».

Nos hallamos, pues, ante un libro reivindicativo, cuya mayor aspiración es la de concienciar acerca de la delicada situación que atraviesan en España la música en general y el rock duro en particular.

Los blancos sobre los que Amado ajusta la mira telescópica para que sean los músicos quienes aprieten el gatillo son cuatro, que funcionan como un hilo conductor: la piratería, la industria musical, la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores) y los políticos. En ellos residen, según denuncia el autor, los grandes males que asolan a nuestra música, pero también los posibles remedios.

El primero, y el más preocupante, es el de la piratería, hoy día presente, sobre todo, en las descargas ilegales. Estas son la auténtica peste negra de la cultura en general, ya que afectan también, y mucho, al cine y a la literatura y convierten a los creadores en una especie en vías de extinción. Y es ahí donde entran en juego los políticos, quienes no sólo no han conseguido atajar de manera definitiva ese ilícito deporte (internet sigue siendo un colosal mercado del «gratis total»), sino que, por aquello de echar una mano, mantienen un IVA general (del 21%) en discos y entradas de conciertos.   

Lo del desdén institucional hacia las artes no es una patología en absoluto reciente. Salvo contadísimas excepciones, y por más que presuman de lo contrario, nuestros gobernantes jamás han tenido el menor apego por la cultura, y aún menos por el rock. Desafortunadamente, España no es Francia, y mucho menos Hollywood. Y cuando en los alegres ochenta la música popular gozó de una presencia envidiable, con conciertos de gran calibre por cuenta de los ayuntamientos y más grupos musicales por metro cuadrado que secretarias, se debió a que la caja estaba llena ―pólvora de la reina Europa― y el mensaje de pan y circo era sostenible y altamente beneficioso como arma electoralista.

La filosofía con cada vez menos alma de la industria musical es otro de los escollos que este libro pone sobre la mesa. Mucha de la culpa de la debacle de ese sector la tienen las multinacionales, que, al igual que les pasó a los constructores desde el inicio del boom del ladrillo hasta el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, pensaron que el reino de Jauja era eterno y se encontraba a salvo de cualquier amenaza. Por ello, cuando en su día se produjo el cambio del vinilo al cedé, en vez de bajar los precios, y adecuarlos de esa forma a los nuevos tiempos, pues el coste de fabricación del segundo es muy inferior al del primero, los subieron. Del mismo modo, en el momento en el que la crisis del disco dejó de ser una especulación y se convirtió en una realidad incontestable tampoco incentivaron al comprador con más calidad y cantidad, ni por supuesto trataron de hacerle ver lo necesario del consumo musical previo pago de su importe para el sostenimiento de la cultura (una labor compartida con el político). De su prepotencia y ombliguismo vienen, sin duda, una parte importante de los actuales lodos. Y me temo que de lo visto y vivido poco ha aprendido, puesto que sigue siendo una industria cortoplacista y de escasa imaginación.     

Curiosamente, la SGAE, sociedad privada de gestión colectiva que no cuenta con la simpatía de la ciudadanía por algunos de los excesos cometidos en los últimos años, no es demonizada en las páginas de Mamá... Algunos de los entrevistados se declaran por completo al margen de dicha entidad y otros reconocen haber tenido una experiencia positiva con ella, pero en general entienden que debe existir aunque su funcionamiento tenga un gran margen de mejora. 

Por si todo lo dicho no bastara, añado un quinto elemento que echo a faltar en el libro: un claro cambio de tendencia en los hábitos de consumo cultural de la sociedad en lo que llevamos del presente siglo. Me refiero a que antes, entre las décadas de los sesenta y los noventa, los discos tenían un valor extramusical. Aparte del contenido, importaba el continente, la cáscara, y quienes compraban discos ―primero elepés y después cedés― establecían una relación física con la obra, ahora prosaicamente denominada «producto». Y no estoy hablando de coleccionismo, aunque también. La música adquiría así una condición material, esto es, podía tocarse y verse, y su valor era por esa razón mayor (deseamos aquello que vemos).

La música, hoy, es algo vaporoso, del todo intangible. Como un perfume o uno de esos espantosos ambientadores para el coche. ¿Logro de la tecnología, fin de los problemas de falta de espacio? Depende de para quién. Vale, de acuerdo. El saber no ocupa lugar, pero sí los soportes de los que extraemos esa sabiduría: libros, discos, películas. A pesar de ello, un paisaje formado por libros y discos me sigue pareciendo lo más cercano a un paraíso.

Volviendo al libro, el elenco de entrevistados, medio centenar, es heterogéneo. Los más célebres son Kutxi Romero, vocalista y letrista de Marea; el guitarrista Javier Vargas; los ex-Barricada Alfredo, Boni y El Drogas; el hoy en exceso denostado aunque siempre combativo Ramoncín; Johnny Cifuentes (Burning); Sherpa y los hermanos Armando y Carlos de Castro (Barón Rojo); Fortu (Obús); el guitarrista y ex-Banzai Salvador Domínguez; Txus Di Fellatio y Frank (Mago de Oz); Charly Domínguez (Los Suaves) y Fernando Madina (Reincidentes).

Kutxi Romero, vocalista y compositor de Marea, en una imagen promocional.


Con semejante plantel, ni el tono ni el sabor del libro podían ser monocordes. Personalmente, algunos de los personajes suscitan mi interés y curiosidad y otros, en cambio, me resultan tan distantes como Plutón. Pero eso es algo inherente a los libros de este tipo ―un género que amo y que, de hecho, he cultivado―, en los cuales se crean extraños compañeros de páginas.

Las siguientes palabras de Kutxi Romero responden a la perfección las cuestiones que este libro plantea y quiero pensar que todos los entrevistados, pese a su diversidad, las suscribirán: «La música siempre va a existir, mientras haya alguien con talento, con inquietudes, con una guitarra en su casa… Eso todavía no se puede digitalizar. Si la industria se va al garete, vendrá otra, o no. Son consecuencias del paso del tiempo. Mi abuela era tejedora y cuando salieron las máquinas de coser, pues... el curro a tomar por culo. Y a otra cosa, mariposa. (…) Si no existiera la piratería seguramente venderíamos más discos, aunque las cosas son como son y no como nos gustaría que fuesen. Todavía hay gente que nos quiere ver en directo, lo cual es maravilloso».

En lo referido al trabajo de campo, se aprecia que algunas de las entrevistas se realizaron de forma pactada y, por lo tanto, con mayor preparación, mientras que otras son el resultado de un atraco a mano armada. Es decir, que fueron perpetradas en ruedas de prensa y en presentaciones varias y los músicos interceptados sin aviso previo, de ahí lo escueto de estas últimas. Eso es, en cualquier caso, un acierto. Pues como sentenció Tom Wolfe, el periodista debe ser muy pesado. Pesadísimo. Lo que en otros ámbitos es inaceptable, en el periodista de raza no sólo es obligado y exigible, sino que es el único modo de lograr el objetivo marcado. Algo que Storni parece haber asimilado como un catecismo, ya que asalta a sus presas con la tenacidad del nadador que busca la tierra firme. Con un par.

Lo que estos músicos airados cuentan en las páginas de Mamá… ―inteligente o previsible, novedoso o tópico, alarmante o esperanzador― les importa/preocupa, sobre todo, a sus colegas y a sus seguidores, que no son pocos. Pero yo me quedo con la imagen del hombre que desea saber cosas y compartirlas; que nos alerta de que, de seguir así, podría llegar a quebrarse una de las ramas del árbol de la cultura, y que para ello tira de la lengua o mete los dedos en la garganta a sus interlocutores sin miedo ni vergüenza, como hace Storni.

El mensaje para unos y otros es claro y encomiable, y resulta difícil no solidarizarse con él: no disparen a la música, por favor. Al contrario. Cuídenla. Mímenla. Ámenla. 

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