sábado, 13 de marzo de 2021

‘Un episodio nacional’ o el certero retrato de nuestras miserias morales de antes de ayer

 

Se cumplen dos años de la publicación de esta novela, la segunda de Carlos Mayoral (Madrid, 1986), y desde que vio la luz tenía pendiente reseñarla. Lo hago ahora, fuera de la campaña de promoción, y porque su calidad la convierte en una narración intemporal. 

Aparentemente, nos hallamos ante una novela de género. Mayoral se adentra en las profundidades de un crimen celebérrimo, el de la madrileña calle de Fuencarral, acaecido en julio de 1888, y nos permite admirar aquel Madrid dividido y la eterna pugna entre el proletariado y la burguesía. Ese suceso avivó, de hecho, la lucha de clases en la España finisecular del siglo XIX, representada por los partidarios de la presunta homicida, una criada, y por los del señorito, el hijo de la difunta, un bala perdida. Pese a que el desenlace de aquel asesinato devenido en circo mediático se puede conocer de antemano con un rápido vistazo al infalible oráculo de Google, Mayoral le imprime a la trama temperatura de thriller y consigue enganchar al lector desde el mismo comienzo como si la historia criminal que nos relata fuese inventada. A ello contribuyen también la impecable labor de documentación, pues el autor nos regala valiosos detalles que no aparecen en internet y sí en hemerotecas y en las tripas de distintos libros, y su encomiable capacidad para levantar personajes a partir de los datos registrados en diarios de la época y en documentos legales. 

Antes he utilizado el adverbio «aparentemente» porque, más allá de la trama criminal y del grito del autor por la ausencia de una justicia verdadera, lo que Mayoral ha hecho en Un episodio nacional ha sido servirse de un asesinato histórico para hablar de su mayor pasión: la literatura. Ahí está Melquíades ―particular homenaje a Cien años de soledad/García Márquez―, proyecto de escritor en busca de un tema, es decir, asomado al abismo, en compañía de un maestro que es la misma literatura, Benito Pérez Galdós. Ambos son una suerte de Sherlock Holmes y Watson ―y aquí otro homenaje claro, esta vez al género detectivesco― que deben investigar los pormenores del asesinato para contarlo en un periódico argentino (Galdós, en efecto, escribió sobre aquel crimen para el diario bonaerense La Prensa). Y especial importancia tiene en la novela el auge en nuestro país del cuarto poder, capaz de derrocar a ministros y jueces y de cambiar para siempre las reglas del juego. 

La relación maestro/discípulo enriquece el texto y a través de ella asistimos a un ejercicio de retroalimentación: mientras el joven Melquíades se nutre de la sabiduría, el prestigio y los contactos de Galdós, este absorbe el brío y el hambre del escritor en ciernes, vitales en el escritor consagrado para repetirse sólo en lo bueno y, en vez de apoltronarse en el mullido trono, tratar de ascender nuevos peldaños. Un episodio nacional  es, a su vez, una minibiografía del famoso novelista canario, y se ocupa, con el rigor de los datos y la brisa de la imaginación, de la relación amorosa que mantuvo con la escritora Emilia Pardo Bazán, muy presente en la novela. 

Al igual que en su primera novela, Etílico, el alcohol vuelve a tener un papel relevante: es el arma con la que contrarrestar la soledad en pleno naufragio; el estímulo idóneo para socializar o evadirse, y para mantenerse en pie (que no vertical). La más (agri)dulce perdición. 

Su racimo de personajes reales de los mundos de la cultura y la política, así como diversos hechos históricos, nacionales e internacionales, le aportan a la narración el fuste de lo veraz. De igual modo, el Madrid de la época, con sus tabernas y negocios múltiples, sus barrios nítidamente diferenciados y sus gentes heterogéneas, es un protagonista más, a caballo siempre entre el infierno y el cielo. 

Y están también el amor y la pasión, claro. Pero no cualquier amor ni cualquier pasión, sino los primeros, con su certeza de magia y su mochila de dudas y miedos. Un amor y una pasión capaces de aniquilar la cordura y algo todavía más valioso. 

Remato esta reseña con un fragmento metaliterario de la propia novela (tiene unos cuantos), ya que la explica mejor que cualquier interpretación ajena: «Cada personaje de novela es único y entre sus mil aristas cada lector decide con cuál se deja herir, con cuál se deja atrapar. Las generalizaciones tienden a tirar por tierra la riqueza de estas personalidades, estos nombres propios que sienten, piensan, sonríen y padecen de una manera particular. Por eso, sería muy fácil resumir una novela con clichés […]. Pero lo realmente importante es ahondar en las interioridades de Higinia, del Varelita, de Millán Astray, de Galdós, de Emilia, de Laura. Todo lo que no sea eso es pegarle fuego al sentido indagador del arte y, por tanto, es condenar la novela para siempre». 

La literatura, pues, dentro de la literatura. La literatura siempre. Como la que rebosa esta novela del joven erudito y escritor entero que es Mayoral, y la cual recomiendo vivamente.

 

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