miércoles, 3 de enero de 2018

Queridos Reyes Magos… (ocho recomendaciones literarias para el incipiente 2018)

Ensayos, artículos periodísticos, cuentos, novelas, biografía, poesía... Ocho libros con los que viajar bien lejos sin moverse de casa.

Con los generosos Reyes ahí mismo, última parada navideña, cualquiera de los libros que reseño extensamente en esta entrada ―los cuales vieron la luz el recién enterrado año y continuarán vivos, seguro, en este 2018― será una opción mucho más acertada, háganme caso, que un perfume o una corbata.

La milla perfecta, de Neal Bascomb. Editorial Melusina. 


Publicado en inglés en 2001, ha habido que esperar más de tres lustros para que La milla perfecta fuese vertido al español. Este libro, de cuya solvente traducción se han ocupado Blanca Rodríguez y Carlos Gual Marqués, relata la extrema y hermosa rivalidad entre tres atletas de medio fondo que en la década de los cincuenta del pasado siglo se pusieron como meta correr la milla (1.609 metros lisos) por debajo de los cuatro minutos, lo que entonces se antojaba una gesta imposible. El estadounidense Wes Santee, el australiano John Landy y el británico Roger Bannister buscaban un mismo objetivo impulsados por estímulos personales distintos.

Neal Bascomb, una firma habitual de los prestigiosos The New York Times, Wall Street Journal y Los Angeles Times, tuvo acceso a los tres excorredores y los entrevistó a fondo, además de a diversas personas de su círculo más íntimo ―familiares, amigos, entrenadores y periodistas deportivos―, y consultó a su vez las toneladas de papel que aquel triángulo de contrincantes generó, pues su cruzada obtuvo una mayor atención mediática y pública que los logros de otros colosos deportivos de la época como el boxeador Rocky Marciano, el tenista Bill Tilden, el golfista Ben Hogan y el beisbolista Willie Mays. Aquellos tres atletas empeñados en hacer historia eran amateurs, pero la televisión acababa de irrumpir en el hasta entonces virginal mundo del deporte y el profesionalismo acechaba como un lobo hambriento.

Bascomb trasciende en este libro las por lo general prosaicas reglas del cronismo deportivo y construye un relato épico y humano ―literario, en suma― que nunca habría sido posible de no haber amado tanto ese deporte. Pero, sobre todo, lo que se percibe en las adictivas páginas de La milla perfecta es un deseo irrefrenable, inherente al escritor de raza, de adentrarse en un episodio de nuestra historia reciente que refleja como pocos la lucha del hombre con sus propios límites, miedos, demonios, y su utópico anhelo de inmortalidad.


Empiezo a creer que es mentira, de Carlos Mayoral. Círculo de Tiza.


Carlos Mayoral debutó en la jungla de la literatura con Etílico (Libros.com, 2016), un híbrido de creación y ensayo que pudo materializarse gracias al milagro del micromecenazgo y que fue bendecido por cuantos lo avalaron y por alguno que otro más, quienes ya sabían de su talento a través de sus colaboraciones en Jot Down, El Español y The Objective. El vértigo del segundo libro no le duró demasiado, ya que un año después, y ya respaldado por una editorial pequeña pero de creciente prestigio (como él mismo), ha visto la luz su nueva obra, Empiezo a creer que es mentira. Nos hallamos ante un libro difícil de clasificar, ya que es a un tiempo unas memorias avant la lettre, una colección de semblanzas literarias de personajes extremos ―tanto en su acreditada genialidad como en su también certificado desvarío vital― y, fundamentalmente, un elogio de todos aquellos culpables ―¡tantos!― de su conversión en escritor.

Entraré en detalles. Para armar este libro, Mayoral ha metido en una coctelera, de un lado, algunos de sus hitos autobiográficos (la familia, la universidad, las primeras novias y los amigos cómplices en la literatura y perdidos sin remedio en los vericuetos de la edad adulta); de otro, las obsesiones ecuménicas que ya nos avanzó en su primer título (el suicidio, el miedo patológico, el paso del tiempo, la ambición, el alcoholismo, el rechazo social y la imposible gloria eterna), y, por último, una larga ristra de negritas oriundas de la novela de caballerías, el Siglo de Oro, la Narrativa Gótica, el Romanticismo y un cerro de generaciones: desde la del 98 hasta los Novísimos, pasando por la del 14, la Perdida, la del 27 y la del 50, entre otras muchas subetiquetas de más difícil adscripción genérica. Todo eso ha sido agitado con una energía casi adolescente y de ese modo han brotado unas páginas en las que palpitan narrativa, poesía, ensayo, filosofía, teatro e incluso fábula, y en las que este joven pero sobradamente preparado escritor hace alarde de una erudición enciclopédica e infrecuente entre los miembros de su generación.

De entre ese centenar largo de negritas destacan Unamuno, Poe, Bécquer, Baroja, Machado, Pizarnik, Gil de Biedma, Bolaño, Leopoldo María Panero y Larra, la única estrella de rock antes del rock de la que tiene, seguro, más de un póster. Y eso sin olvidar a las Mujeres olvidadas por la literatura, título de un brevísimo ensayo con el que se topó en la biblioteca de la UNED por el más puro azar y que utiliza para dar nombre a uno de los capítulos, en donde elabora unas escuetas reseñas biográficas de las mujeres en él incluidas; todas ellas luminarias adelantadas a su tiempo y, aún hoy, referentes culturales y símbolos de la lucha contra el machismo y la barbarie (hay algo en ese episodio de evocación fantástica, un cruce imposible de García Márquez y Richard Matheson). Porque el autor no sólo no oculta su feminismo militante, sino que vindica la importancia de una serie de escritoras de distintas épocas y corrientes literarias ―en diversas entrevistas ha declarado que los mejores escritores de su generación son mujeres―, lo que le convierte en un escritor cuyo público es mayoritariamente femenino (qué suerte tiene el cabrón).

Pero Mayoral no sólo (con tilde, por favor) es un almacén de sabiduría literaria, como un Borges en chiquitito y de Villaviciosa de Odón (Madrid), sino que es un escritor con variados y eficacísimos recursos. A la cabeza de estos se sitúa el gusto por la ironía, que celebra en los otros y que él, gozosamente, también practica, y con excelentes resultados. No se dejen engañar, no obstante, por las seductoras apariencias, pues, como todo escritor entero, CM es un maestro del embuste. Por eso, cuando nos relata episodios presuntamente vividos por él asistimos en realidad a un ejercicio de creación encubierta en el que asoma un algo de Juan José Millás (un nombre que, sin embargo, no acierto a ver entre sus páginas), caso de los capítulos «La contradicción de Alberti» y «Ana Karenina pasó de largo». 

Entre tantísimos nombres conspicuos hay también cabida para algunas estrellas de la cultura popular: Gilda, Joe Louis, Stephen King, Kevin Costner, Krahe, Leño, Burning, Zidane, El silencio de los corderos. Y no falta Gloria Fuertes, a la que el autor rinde un homenaje de trasfondo desolado. Esto último confirma algo que ya sospechaba, que bajo la capa sarcástica subyace un esqueleto propenso a la nostalgia y a escudriñar a solas el insondable horizonte.  

Al igual que en su ópera prima, en Empiezo a creer… carga frontalmente contra la idea de felicidad reinante, esa inadmisible estampa made in El Corte Inglés. Por eso estoy seguro de que suscribirá como propios estos versos del culturalista y autodestructivo Leopoldo María, uno de sus (anti)héroes de ayer y de siempre: «La fiebre se parece a Dios. / La locura: la última oración».

Carlos Mayoral sabe muy bien que, por mucho que lo parezca, es falso que hayamos destruido a los clásicos. Pero un buen escritor, y él lo es, no permitirá jamás que la realidad le estropee una frase cojonuda.


Mis queridos políticos. Retratos poéticos y antipoéticos, de Francisco Umbral (edición de Guillermo Laín Corona). Editorial Renacimiento, colección Los Cuatro Vientos.


Francisco Umbral fue un escritor total y un personaje superlativo que cultivó casi todos los géneros a partir de una voz única, siempre lírica y en demasiadas ocasiones feroz, y que era en sí otro género literario. Estamos hablando de uno de los más brillantes prosistas en español de la segunda mitad del pasado siglo. Una bestia de la literatura al que Manuel Vicent me definió del siguiente modo: «El mejor escritor del siglo XX con los dedos. Umbral tenía un ángel en cada yema de los dedos. Hacía con las palabras lo que le daba la gana. Nadie ha escrito mejor que Umbral. Ahora, otra cosa es que lo que dijera te interesara o no».

Es obvio que al profesor universitario y dramaturgo Guillermo Laín Corona, especialista en Umbral y responsable de la edición de Mis queridos políticos. Retratos poéticos y antipoéticos, sí que le parece de un enorme interés cuanto Umbral decía, y quienes amamos el legado del autor de Mortal y rosa y Trilogía de Madrid celebramos que así sea. «El artículo es el soneto del periodismo», sentenció Umbral, y apoyado en esa convicción lo elevó a categoría poética durante cada día de su vida adulta. A sabiendas, pues, del enorme valor de sus textos periodísticos, Laín Corona ha seleccionado en este oportuno volumen ochenta de ellos, todos acerca de la política y quienes la perpetran. Entre las muchas semblanzas destacan las dedicadas a Manuel Fraga, Felipe González, Jordi Pujol, José María Aznar y Mariano Rajoy. El responsable de esta edición justifica la coletilla de «retratos poéticos y antipoéticos» para «marcar la diferencia entre la belleza lírica de sus alabanzas y el agrio tono de sus ataques». 

En resumen, Mis queridos políticos… es un libro perfecto para acercarse a la figura de Umbral, un escritor omnímodo cuya monumental obra, compuesta de más de un centenar de libros, merecería sin lugar a dudas una mayor atención de la que goza hoy día. Otros deberían seguir el ejemplo de Laín Corona y animarse a poner en marcha nuevas antologías sobre Umbral, pues si existe un autor que se ciña al término de inagotable ese es él.


Rulfo. Cien años después. Veintitrés narradores lo celebran, VV. AA. (selección de Mayda Bustamante). Ediciones Huso.


El protagonista de este interesante volumen es el mexicano Juan Rulfo, autor de dos libros imprescindibles en la historia de la literatura en español: la recopilación de cuentos El Llano en llamas y la novela Pedro Páramo, a la que su majestad Jorge Luis Borges le colgó la medalla de «una de las más grandes novelas de la Literatura Universal». 

Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Rulfo y con el treinta aniversario de su muerte, veintitrés dotados autores de siete países de Iberoamérica ―Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba, España, México y Venezuela― le rinden homenaje en forma de cuento, pues qué mejor forma de celebrar la literatura que haciéndola.  

Pese al alto valor de todos ellos, quiero destacar los relatos del mexicano Mauricio Bares («Ya llegó su padre»), del venezolano Víctor Vegas («Sin noticias de Comala») y de los españoles Javier Velasco Oliaga («Rulfo en llamas») e Inma Chacón («El caserón»), pues todos ellos consiguen que salte la chispa de la emoción.

En su luminoso prólogo, «Rulfo: la raíz de la miseria (1917-1986)», la escritora argentina Liliana Díaz Mindurry elogia sin mesura al homenajeado y justifica la existencia del libro de esta forma: «Todos estos murmullos brotados de la obra de Rulfo, murmullos de vivos y muertos son, después de todo, la literatura. Su obra crece en nosotros, revela y esconde. Nos quedan nuestros propios murmullos asombrados, que no afirman ni niegan, sino que interrogan. El llano en llamas y Pedro Páramo logran producirnos esa desinstalación que es la belleza. Balbuceamos la sensualidad de haber leído la magnificencia de semejante obra. La piedra y el páramo de nuestro origen crecen leyendo a Juan Rulfo, y nos llevan a fantasear y escribir nuevas ficciones en este libro, nuestro particular modo de rendirle homenaje».

Ni por asomo encontrarán este libro junto a la última entrega de Ken Follett ―aunque sería precioso que así fuera―, pero créanme si les digo que rezuma literatura de muy alta graduación de principio a fin.


Mientras tú no estabas, de Carmen Ro. La Esfera de los Libros.


Veinte años antes de que Sara Montiel besara a Gary Cooper en Veracruz y setenta de que Penélope Cruz aterrizara en Hollywood para quedarse, otra española de mirada intensa y diabólica y fuerte personalidad ya reinó allí. Se llamaba María de la Concepción Andrés Picado y se hacía llamar Conchita Montenegro, un apellido que se ajustaba como un guante a una vida, la suya, que viajó de la luz cegadora al ocaso voluntario. Tras toparse con su nombre por el más puro azar, la periodista Carmen Ro se decidió a escribir una novela, Mientras tú no estabas, su primera novela, con ella como protagonista. Porque más que contar su vida, lo que Ro ha hecho con esa diva semidesconocida de las décadas de los treinta y cuarenta del pasado siglo, y a la cual define como una «mujer imán», ha sido reinventarla. Para ello ha utilizado unas gotas de realidad (las pocas que existen, pues desafortunadamente las hemerotecas guardan escasa memoria de ella) y unos cuantos litros de literatura. La autora lo ha explicado así en artículos y entrevistas: «No he pretendido nunca escribir la verdad de una vida, sino una vida de verdad».

A Carmen Ro no le ha quedado otro remedio que viajar a través de la biografía, la historia y la crónica para construir el largo relato (más de quinientas páginas) de miel y de hiel de esta actriz del cine en blanco y negro que alternó con Greta Garbo y Charles Chaplin y que, con un par, se opuso a besar a Clark Gable en un casting. Pero, en esencia, lo que ha hecho, insisto, ha sido lanzarse al mar sin límites de la imaginación, que es donde toda novela ha de echar sus raíces, para narrar una historia con muchas historias dentro, pero cuyo meollo argumental es el amor estupefaciente y eterno que sostiene la autora Montenegro sintió por el actor Leslie Howard. Este, el mismo caballero británico de manual, blondo y flemático, al que Vivien Leigh/Scarlett O’Hara amó tan insensatamente en Lo que el viento se llevó, murió en 1943, a los cincuenta años, cuando el avión comercial en el que se trasladaba de Lisboa al Reino Unido fue abatido por bombarderos alemanes.

No obstante, Conchita se casó dos veces: la primera con un actor brasileño, Raoul Roulien, un matrimonio que no llegó a los dos años de vida, y la segunda con el diplomático Ricardo Giménez-Arnau, tío del escritor y polemista Jimmy Giménez-Arnau, con quien estuvo cerca de treinta años, hasta la muerte de él. Fue a raíz de esa segunda boda cuando decidió abandonar la interpretación, a la que jamás volvió, y cuando murió en Madrid, a los noventa y cinco años, lo hizo tan discretamente como (sobre)vivió desde su prematuro retiro.

Es triste comprobar cómo el olvido se cierne, inclemente, sobre personas que lograron alcanzar metas a priori impensables. Pareciera que la consecución de un sueño de tamaña magnitud, el de triunfar en la «meca del cine» sin ser estadounidense o inglés, es algo normal, cuando es justo al contrario: una rotunda anomalía. Es, de hecho, como descubrir el fuego o la rueda, el resultado de una mezcla de necesidad, persistencia y azar. Un imposible que se acaba concretando, que termina siendo.

Pese al brillo que la envolvió en su audaz juventud, del texto de Ro se desprende que la Montenegro, como todos aquellos que coronan la cima y se sitúan a una distancia abismal del resto, vivió siempre, aun en los felices años en los que su nombre se podía leer en letras superlativas en las marquesinas de los cines, emboscada por la soledad.

Con esta novela, Carmen Ro ha hecho eso que tanto dicen ahora coaches y redactoras de revistas de moda y tendencias, salir de su zona de confort. Aunque sospecho que, a través de ese personaje, y salvando todas las distancias, lo que en el fondo ha hecho esta periodista madrileña es escribir de sí misma y de todas las mujeres, de ayer y de hoy, que perseveran para dejar de ser un número y alcanzar la categoría de nombre.

Debo decir que, pese a tratarse de su primera novela, no se detectan en Mientras tú no estabas ninguno de los síntomas característicos del narrador primerizo, o, al menos, ninguno que llame la atención. Puesto que su autora ha resuelto la obra con inobjetable eficacia y sin que los costurones en los que incurre todo escritor resulten, ya digo, visibles.

Total, que tenemos novela. Y lo que es aún más importante: tenemos escritora. 


Lonely boy. Historias de un Sex Pistol, de Steve Jones y Ben Thompson. Libros Cúpula.


Con la ayuda del periodista musical Ben Thompson, Steve Jones, quien fuera el guitarrista de los Sex Pistols, símbolo supremo del punk y uno de los grupos más transgresores y menos prolíficos de la historia (sólo dejó un álbum de estudio, el soberbio Never Mind the Bolloks, Here’s the Sex Pistols), relata en este libro de memorias su delirante travesía personal y profesional.
  
Jones, que nunca conoció a su padre, pasó parte de su infancia en la casa de sus abuelos maternos en Hammersmith, en el oeste londinense, junto a su madre y sus tíos, y después se trasladó a vivir con su madre y un novio de esta a un sótano «oscuro, húmedo y espantoso» en el cercano barrio de Sheperd’s Bush. Tras una infancia miserable, en la que se convirtió en un pequeño ratero, descubrió el glam rock de Bowie y Roxy Music y se transformó en uno de los primeros punks callejeros que una pareja de excéntricos diseñadores de ropa con mucho de visionarios, Malcolm McLaren y Vivienne Westwood, acogió. Junto con su compañero del colegio Paul Cook, Jones fue el fundador de Kutie Jones and his Sex Pistols, germen de lo que acabaría siendo los Sex Pistols.

Además de la suculenta época de la grabación de Never Mind the Bolloks…, Jones relata su posterior exilio a Nueva York y Los Ángeles, en donde su existencia pasó de adicción en adicción: alcohol, heroína y sexo. Su relación personal con Iggy Pop, sus aventuras moteras con el actor Mickey Rourke y su marciana y brevísima experiencia musical con Dylan en el Studio 3 de Sunset Sound, en Sunset Boulevard, son algunas de las muchas jugosas anécdotas que se encuentran en un libro en el que su protagonista tuvo muy claro que debía mirar hacia atrás sin ira.

Uno de los grandes aciertos de Lonely boy. Historias de un Sex Pistol, y que hay que atribuir al periodista que lo cofirma, es su tono desenfadado, directísimo. Pues la voz de Jones nos llega como si nos estuviera contando su vida, cerveza en mano, en la barra de un pub de su Londres natal.

Steve Jones no tenía el pico de oro ni la capacidad para la provocación y el espectáculo de John Lydon, a la sazón más conocido por el explícito Johnny Rotten (podrido), ni la percha y el naufragio vital de Sid Vicious, pero como él mismo apunta en esta autobiografía: «Por más cierto que los Sex Pistols no hubieran existido sin John [Lydon] ―ni sin Malcolm [McLaren], ni Cookie [Paul Cook], ni Glen [Matlock], incluso sin Sid―, fue mi educación de mierda la que lo empezó todo. No estoy presumiendo. Es un hecho». Amén.

El libro incluye un prólogo de Chrissie Hynde, corazón y rostro de The Pretenders, y un apéndice final que lleva por título «Cosas que no son rock and roll» y que consiste en una disparatada lista con todo aquello que a juicio de Jones entra en franca colisión con el estilo musical más popular del mundo. He aquí algunas de las perlas en él contenidas: «Alopecia, papada, publicistas, el Rock & Roll Hall of Fame, los blancos con rastas, los blancos que van de enrollados, los conciertos benéficos, las sandalias, los selfies, la comida sana, los gilipollas que te dicen que te vieron hace cuarenta años pero que entonces te odiaban en secreto y los gilipollas que consiguen que firmes cualquier cosa para venderla en eBay».  

Ya ves, Steve, tío. A pesar de todo, sí que había futuro.


Sólo si la vida es salvaje, de Samuel Zamorano Cauto. Edición Personal.


Culminar un buen poema es, o debería ser, atrapar la vida al vuelo, como si se tratara de un pájaro, y retenerla unos instantes para después verla marchar igual que se contemplan las olas, entre la fascinación y la nostalgia. Samuel Zamorano Cauto, que cultiva una poesía crepitante de imágenes que tiene en la liturgia del lenguaje su mayor sustento, o el único, y que les imprime a sus versos un ritmo demasiado cercano muchas veces al cantable, confiesa en su nuevo poemario, Sólo si la vida es salvaje, querer ir siempre «desvelado al encuentro del poema» y «convalecer, con el corazón en llamas, y escribir abandonado a mi suerte, herido para siempre de belleza». Es por ello que, de ondear alguna bandera, esta podría llevar por lema aquel disparo fatídico de José Ángel Valente: «El corazón desciende / infinitos peldaños, / enormes galerías, / hasta encontrar la pena».     

Este libro ya fue reseñado en este blog, por lo que quien quiera disponer de más información sobre él sólo tiene que pinchar aquí.


El hombre que no fui, de Melchor Miralles y Javier Menéndez Flores. La Esfera de los Libros.



Perdonen de antemano que incluya en esta lista un libro del cual soy coautor, pero comprenderán que muy mal haría si no aprovechara este escaparate para reseñar el resultado de un año largo de trabajo extenuante que ha desembocado en una novela de no ficción de la que tanto Melchor Miralles como un servidor nos sentimos inmensamente orgullosos.

El hombre que no fui relata unos hechos reales a ritmo de thriller. A saber: el asesinato de los marqueses de Urquijo, destacados miembros de la nobleza y las altas finanzas, en su casa de Somosaguas (Madrid) la madrugada del 1 de agosto de 1980, así como las andanzas del acusado de la coautoría del doble asesinato, Javier Anastasio de Espona, quien tras cumplir tres años y medio de prisión preventiva se fugó de España convencido de que el juicio que le aguardaba no ofrecía las suficientes garantías y no regresó hasta la prescripción del delito, veintidós años más tarde.

Aquel hito de la historia criminal española, el más mediático que ha habido, se saldó con dos únicas condenas: la de Rafael Escobedo Alday, el exyerno de las víctimas, como autor material de los asesinatos y la de su amigo Mauricio López-Roberts como encubridor. Pese a ello, en el imaginario colectivo este sigue siendo un crimen con muchas más incógnitas que certezas, pues en ningún otro caso de la crónica negra patria se ha dado una cadena semejante de dislates policiales, judiciales e incluso políticos.

Para tratar de arrojar luz sobre las muchas zonas en sombra, nuestras principales fuentes de trabajo han sido los dos sumarios del caso, nada menos que siete mil folios que hemos estudiado a fondo, y las conversaciones mantenidas durante meses con Javier Anastasio. Hemos entrevistado a su vez a otros de los protagonistas de aquel suceso, como el inspector de policía al frente de la investigación; el vigilante jurado que encontró los cadáveres a las pocas horas de ser asesinados; el mayordomo de los difuntos marqueses; el abogado que más tiempo se ocupó de la defensa de Escobedo, y el preso que se topó con este colgado sin vida en su celda del penal de El Dueso (Cantabria), en lo que ha pasado a la historia como un suicidio pero que quizá no lo fuese.

Esto es lo que algunos críticos han dicho de El hombre que no fui:

«El estilo ágil y lo minucioso de la investigación hacen de este un texto esencial para sumergirse en el caso de los Urquijo y desentrañar algunos de los misterios que aún siguen latentes.» Alberto León, RTVE (pinchar aquí para acceder al artículo íntegro). 

«La reconstrucción novelada más cabal que se ha hecho del crimen de los marqueses de Urquijo.» Pedro Unamuno, El Mundo (pinchar aquí para acceder al artículo íntegro).

«El libro interesará a quienes recuerdan aquel episodio de novela negra en plena Transición y servirá para que otros, quienes no habían nacido entonces, conozcan un caso judicial repleto de actuaciones por lo menos discutibles, desapariciones de pruebas, chapuzas sumariales y oscuros intereses cruzados.» César Coca, El Correo (pinchar aquí para acceder al artículo íntegro).  
 
Ya saben lo que les tienen que pedir a Melchor, Gaspar y Baltasar. O bien para su cumpleaños. Incluso se pueden animar y darse el capricho ustedes mismos sin que sea estrictamente necesario que medie celebración alguna, porque sí. Y si les gustan, pueden regalárselos a otros o, al menos, recomendarlos. Les aseguro que con cualquiera de estos títulos darán en el corazón de la diana. Palabra de escritor.

 

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