lunes, 3 de noviembre de 2014

Vuelve el hombre

Portada de Dos noches en el Price, de M Clan.

El nuestro ha sido un país históricamente muy macho, propenso en exceso a utilizar los atributos sexuales masculinos y su larga cola de sinónimos como ejemplo de hombría y coraje, y en donde los santos varones jamás lloraban, por el amor de Dios, es que se les había metido algo en el ojo.

Llevamos sin embargo unos años de clara apertura en lo referido a la imagen que transmite la población masculina, la cual se traduce en una ostensible relajación de la mandíbula, los bíceps y el metimiento de tripa. Menos brazos cruzados y más brazos en jarras, o sea.

La metrosexualidad, ese invento de estilistas megalistos que logró reconciliar al hombre con el espejo, sedujo a legiones de machos ibéricos. Y lo hizo por la sencilla razón de que fue una corriente publicitada, en gran medida, por estrellas del fútbol (léase David Beckham). Como es sabido, el fútbol no puede incurrir jamás en mariconadas, y si proponía cortes de pelo imposibles, torsos depilados, profusión de cosméticos y ropa que, pese a costar un telón, atentaba contra los preceptos del buen gusto había que subirse a toda prisa a ese tren, ya que con toda seguridad marcaría tendencia. Y vaya si lo hizo.

Entre los artistas, esa «feminización» también se ha dejado notar. Los músicos ya no imitan a Bruce Springsteen, paradigma del «macho man», ni los actores a Clint Eastwood, el gesto siempre grave y el revólver XXL presto para lo que pueda pasar. Ahora, en fin, se lleva otro tipo de hombre: sensible, empático, dialogante, falible.

Sin embargo, aún quedan nostálgicos que se desmarcan del escaparate imperante ―un poquitín moña, todo sea dicho― y se mantienen fieles a sus principios viriles. Románticos incurables que continúan afeitándose con navaja y que piensan que el after-shave es una de esas discotecas pasadas de vueltas a las que se va ya bien entrada la mañana.

Tenemos algunos ejemplos cercanos. He ahí Carlos Tarque (Santiago de Chile, 1969), rostro y rugido de M Clan, y Loquillo (Barcelona, 1960), el tupé más glorioso del reino. Ambos, siendo tan distintos, simbolizan a la perfección al hombre-hombre, sin tonterías ni medias tintas, y eso, qué quieren que les diga, mola.

Estoy hablando de que esos dos vocalistas han perseverado no en el lado ramplón y soez del «macho», y menos aún en el discurso bravucón que hasta hace no tanto lo impregnaba todo, sino en el perfume estético y sentimental de los grandes tipos duros que en el mundo del espectáculo han sido. Tipos como Lee Marvin, Bogart, Robert Mitchum, Dean Martin, Johnny Cash, etcétera. De esa racial escuela vienen, y de ahí que las ambigüedades no tengan cabida en su puesta en escena ni en la actitud que adoptan en las entrevistas. En esos lances, el único postureo que se permiten es del tipo: «Nena, ¿tienes fuego?», por más que su interlocutor luzca una barbaza a lo Bakunin. Y es que España y ellos son así, señora.

M Clan acaba de estrenar Dos noches en el Price, un sabroso doble cedé y doble DVD. El audio y el primero de los deuvedés contienen 22 temas que fueron grabados las noches del 6 y 7 del pasado mes de junio en el madrileño Teatro Circo Price. En aquellos conciertos preveraniegos, algunos primeros espadas de la música española se subieron con ellos al escenario: Enrique Bunbury cantó «Miedo»; Fito Cabrales, «Carolina»; Miguel Ríos eligió «Roto por dentro»; Ariel Rot se autoversionó con «Me estás atrapando otra vez», uno de los grandes títulos de Los Rodríguez; Alejo Stivel, productor y exTequila, acometió «Usar y tirar», y Enrique Villarreal, El Drogas, «Las calles están ardiendo». El grupo argentino Guasones se sumó a la fiesta y rocanroleó en «Sin rumbo y sin dirección», versión españolizada del «Like a Rolling Stone» de Bob Dylan.


El remate lo pone el documental Las calles siguen ardiendo. La historia de M Clan, dirigido por las granadinas Lasdelcine. Estas reconstruyen la historia de la banda, desde sus orígenes hasta el presente, por medio de las entrevistas realizadas a todas aquellas personas que han tenido algo que ver con ella.   

Poco se puede añadir a estas alturas sobre la valía de Tarque. Su voz, que se forjó desgastando los vinilos de Led Zeppelin y paladeando a grandes afónicos del rock como Rod Stewart y John Fogerty, es una de las más sugestivas y electrizantes del momento. Como complemento, se encarga de mantener muy vivas las maneras de Steve McQueen y exhibe los vaqueros con la misma rotundidad torera que Joe Dallesandro en la portada de Sticky Fingers (benditos Stones). Talento y figura, en fin. No creo que pueda pedírsele más.

Portada de El creyente, de Loquillo.


En cuanto a José María Sanz Beltrán, alias Loquillo (o el Loco, que ya va teniendo una edad), su último trabajo es el doble cedé más deuvedé El creyente, que recoge el vibrante concierto que ofreció en el Palacio de los Deportes de Granada el 22 de febrero de este año, y en el que recorrió los grandes éxitos de su carrera. Leiva y Ariel Rot, los artistas invitados, le metieron guitarra y voz a «Rock de Europa» y a la inmensa «Rock and roll star».

De Loquillo podemos aventurar sin riesgo a equivocarnos que es un señor muy alto y muy serio que vale mucho más por lo que cuenta que por lo que calla, pues dice siempre lo que piensa y nunca se deja una bala en la recámara. En una entrevista que le hice en la época del televisivo Séptimo de caballería, dirigido y presentado por Miguel Bosé, y al que no fue invitado, desplegó toda su artillería: «Soy un chico de barrio que edita tres discos en tres años y al cual no le permiten actuar en un programa pagado por todos los españoles. Y entonces ese chico de barrio protesta. ¿Por qué este tío [Bosé] no me quiere sacar? ¿Porque hago rocanrol? ¿Porque soy heterosexual? ¿Porque soy alto? Miguel tiene un poder tan grande que le puede hundir la carrera a cualquiera. A mí, no. Porque nunca he creído en eso y, además, tengo mis propias formas de defenderme».

El Loco se ha apropiado, con un par, de aquel lema del gran John Wayne: «Feo, fuerte y formal», y esa triple efe lo explica mejor que cualquier tesis doctoral que intentara reducir a palabras esos dos metros de tío. Otra de sus virtudes es la de ser un incondicional de sus amigos y un discípulo agradecido de sus maestros. Prueba de ello es que cuando la inmensa mayoría le ha dado la espalda a Ramoncín debido a su paso por la SGAE y a sus flirteos con otras facetas del espectáculo que nada tienen que ver con la música, en la que destacó hace ya demasiado tiempo, él lo sigue defendiendo a muerte y lo reivindica como uno de los grandes del rock en español. Eso es un amigo, qué cojones.

Recapitulemos: Dos noches en el Price, de M Clan, y El creyente, de Loquillo, son dos trabajos completísimos y estupefacientes que valen de sobra lo que cuestan, y con los que he disfrutado una barbaridad en los últimos días. Dos trabajos igual de rotundos que sus hacedores. Porque no hay que olvidarlo: con Carlos y José María ha vuelto el hombre, si es que alguna vez se fue.




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