Esta
celebración, que en países como Estados Unidos y Canadá desata el delirio
colectivo, era hasta hace no mucho exclusivamente anglosajona, pero se ha ido
extendiendo igual que una pandemia y hoy día es un fenómeno con el que hacer
caja a lo bestia en la mayor parte del mundo occidental.
En España, sin ir más lejos, la fiebre de la calabaza diabólica ha calado hondo. Sobre todo, entre los niños. Estos contemplan la iconografía del terror con la lógica fascinación que produce lo prohibido, y más aún si viene envuelto en bruma y misterio y suena de fondo Tubular Bells.