Fito Cabrales en el tajo. |
Con un concierto
eminentemente guitarrero (y saxofonero), con derroche de artistas invitados,
Fito y sus magníficos Fitipaldis les alegraron la noche a las cerca de 15.000
personas que acudieron al WiZink Center
Lo
que Fito Cabrales hace sobre un escenario no es tocar (y eso que tocar, joder,
toca mucho) ni interpretar sus canciones (por más que estas tengan una huella
digital inequívoca). No. Si se trata de escribir con propiedad, lo que Fito
hace en escena con sus instrumentos (guitarra y voz) es arrastrar a la gente,
llevársela al huerto de la dicha, hipnotizarla. Desde el primer segundo del
concierto de anoche en el WiZink Center, cuando apenas habían transcurrido
cinco minutos de la hora fijada, hasta su conclusión, dos horas y media
después, Fito tiró del público igual que un niño ensimismado y felicísimo tira
de su cometa. Y aquel se dejó llevar por ese falso niño sin oponer la más débil
resistencia y disfrutó del vuelo como un niño más.
Tras
la del pasado 2 de junio, la de anoche en Madrid fue la segunda parada de las
tres previstas en la capital dentro de la gira 20 años, 20 ciudades, que arrancó en marzo en Santander y que
finalizará esta noche. Una gira que conmemora las dos décadas de existencia de
Fito & Fitipaldis, y cuyo repertorio es una deliciosa selección de las
canciones incluidas en el recopilatorio Fitografía,
comercializado tanto en un doble cedé como en una lujosa caja.
Fito
salió solateras al escenario (gorra, gafas de montura metálica y lentes
oscuras, perilla y una camiseta negra que resaltaba aún más su estampa de alambre)
y disparó sobre la multitud «Siempre estoy soñando», que se ganó un saludo
voraz. A partir de ahí, los clásicos empezaron a caer uno detrás de otro como
ráfagas de puro rock: «Un buen castigo», «Por la boca vive el pez», «Me
equivocaría otra vez», «Quiero beber hasta perder el control» (Los Secretos),
«Lo que sobra de mí», «Donde todo empieza», «Todo a cien» y «Garabatos». Así,
del tirón. Sin tregua.
Ese
fue el primer tramo del concierto. En el segundo, los artistas invitados se
sucedieron en cadena. El protagonista de la velada tocó «Yo no soy Bob Diddley»
y «Me tienes frito» con Muchachito, alias de Jairo Perera, que ha sido además
el encargado de abrir todos los conciertos de esta gira, y que con su actuación
le puso a la noche temperatura racial.
Dani
Martín cantó con Fito, solos los dos en el escenario, «Las nubes de tu pelo», y
al despedirse, el madrileño señaló al público y dijo: «En el 96 yo estuve ahí,
en el concierto de Extremoduro y Platero. Soy un afortunado», lo que provocó
una ovación sísmica.
El
grupo Fetén Fetén le tomó el testigo a Dani para tocar «Me quedo aquí», que
sonó bella y decadente, y «Whisky barato», en la que Diego Galaz se marcó un
solo de violín que si pudiera convertirse en fragancia costaría un millón de
dólares.
Por
último, los integrantes de Amaral, Eva y Juan, interpretaron con Cabrales
«Entre la espada y la pared», que fue otro de los momentos de alta emoción de
los muchos que se vivieron en la penúltima parada de este tour.
Las
potentes «Tarde o temprano», «La casa por el tejado» y «Antes de que cuente
diez» sirvieron para que Fito, a punto de cumplirse las dos horas de feliz
comunión, anunciara un adiós que ninguno de los presentes se tragó.
Porque
¿qué habría sido de ese concierto sin unos buenos bises? El primero fue
«Rojitas las orejas», que fue interpretada por Fito solo, con una guitarra
acústica, en una bellísima versión. A esta le siguieron «Soldadito marinero»,
que logró que las gargantas de los asistentes se volvieran una sola para
corear: «Después de un invierno malo, una mala primavera, / dime por qué estás
buscando / una lágrima en la arena», y «Entre dos mares», de Platero y Tú, que
sonó poderosa y fue acogida con calor. Y como botón de cierre explotó «Acabo de
llegar», al cabo de la cual Fito hizo subir de nuevo al escenario a todos los
artistas invitados, quienes se despidieron del público de Madrid mientras se
comían a besos entre ellos.
De
ningún modo puedo cerrar esta crónica sin destacar el extraordinario papel de
los músicos, los cuales, lejos de limitarse a acompañar al jefe, fueron una
parte crucial del espectáculo. Hablo del batería, oriundo de Chicago, Danny
Griffin; del bajista Alejandro Climent y, sobre todo, del saxofonista Javier
Alzola y del guitarrista Carlos Raya, monumentales ambos. Los dos últimos se
permitieron emular, en algún momento de puro vacile instrumental, los piques
inolvidables entre Ritchie Blackmore y Jon Lord. Y hubo otras estampas mágicas,
como aquellas en las que los músicos, situados en torno al batería, conformaron
un solo cuerpo de potencia y precisión.
Fito
Cabrales, dirán algunos, no ha inventado la pólvora. Pero ni falta que le hace
porque su munición es infalible. Lo suyo es alegrar los corazones, y eso lo
consigue sin apenas proponérselo, con la punta de su Fender. Puesto que si la
calidad de un concierto hubiera de medirse en función de la felicidad que los
concertistas son capaces de inocular en los asistentes, que tal vez sea esa la
única vara de medir ecuánime, el de Fito & Fitipaldis, anoche, fue de diez.
Y
esta noche más. Una vez más. Y con esa ya irán veinte. Tantas como años lleva
Fito a lomos de un sueño que en muy pocas ocasiones se cumple.
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