Joaquín Sabina en pleno quejío. |
En un WiZink Center al
límite de su capacidad, Sabina sufrió una afonía y hubo de dar por finalizado
el concierto tras interpretar una docena de canciones
Anoche,
en Madrid, a Sabina le pasó lo peor que le puede suceder a un cantante en plena
faena: quedarse sin voz. Anoche, al público entregadísimo y ávido de Sabina que
colmaba el WiZink Center (más de 15.000 personas de varias generaciones), le
pasó lo peor que les puede suceder a quienes asisten a un concierto: que el
cantante se quede sin voz y, a la hora y media escasa de su inicio, se enciendan
las luces y se les anuncie que la fiesta ha llegado a su fin.
Aquella
era su quinta parada en la capital, con todas las entradas vendidas, en el
transcurso de un año, y la cosa comenzó mejor que bien. Sabina salió al
escenario como un mariscal de campo, tieso y circunspecto (solo él sabía
entonces lo que pasaba y, quizá, lo que iba a pasar), mientras el público se
ponía en pie como un solo hombre y lo recibía con una ovación que fue un
trueno. El cantautor quiso devolver tan superlativo saludo con la canción que
ese público más iba a valorar, «Yo me bajo en Atocha», la cual logró erizar el
vello hasta a los vendedores ambulantes de cerveza, que se movían como
luciérnagas entre la gente. A esta le siguieron seis temas de su último disco, «Lo
niego todo», «Quien más, quien menos», «No tan deprisa», «Lágrimas de mármol», «Sin
pena ni gloria» y «Las noches de domingo acaban mal», que interpretó con el
guitarrista Jaime Asúa.
Tras
la octava canción, «Donde habita el olvido», Joaquín hizo mutis (primer
aldabonazo de la noche) y Mara Barros atacó «Hace tiempo que no», nacida a
partir de una frase que Gabriel García Márquez le regaló a Sabina. Pancho Varona le tomó el testigo entonces para
ponerle temperatura de rock a la noche con «La del pirata cojo», y cuando
concluyó, Sabina irrumpió de nuevo en el escenario e interpretó con Barros «Una
canción para la Magdalena» y «Por el bulevar de los sueños rotos», que volvió a
poner a todo el mundo en pie como si las butacas quemaran.
De
pronto, Sabina espetó: «No están viendo ustedes un buen concierto por mi parte,
hoy», lo que provocó, en principio, cierta sorpresa. Pero el público reaccionó enseguida:
se levantó y aplaudió y coreó hasta sangrar de emoción a su ídolo. Aquel fue un
instante en verdad memorable. Joaquín reconoció que durante esa gira se le habían
presentado diversos contratiempos, pero que esa era la primera vez que tenía un
problema con la voz. No obstante, intentaría que aquel fuese un concierto «largo».
Acometió entonces la bellísima «De purísima y oro», a la que siguió «Y sin
embargo». Fue a mitad de ese himno cuando Sabina se rompió y se retiró para ya no
volver a aparecer; la tuvo que terminar Varona. Aún sonaron dos canciones más, «A
la orilla de la chimenea», que cantó Antonio García de Diego, y «Seis de la
mañana», interpretada por Asúa, Barros y la bajista bonaerense Laura Gómez
Palma. Y ahí fue cuando Varona, que había acudido a recabar información sobre
el estado de la voz del jefe, volvió al escenario y lanzó la bomba: «Sabina se
ha quedado totalmente mudo y no va a poder seguir el concierto. Lo sentimos
mucho, de verdad». Eran las 23:20, una hora y cuarenta minutos después del
inicio del concierto. Una tragedia en la cara del público. Sabina, a todo esto,
llevaba ya 20 minutos ausente. Mejor no imaginar lo que bullía en su cabeza y
corazón.
Como
ya he señalado, Sabina, en esta gira, ha tenido distintos percances de salud
que le han obligado a cancelar algunas fechas. De hecho, en el concierto de
anoche comentó: «Creo que saben ustedes que en medio y al final de esta gira
interminable he andado recorriendo pasillos de sórdidos hospitales». Sin
embargo, lo de abandonar un concierto a medias sí que es algo infrecuente en él,
por más que la gente crea que no, que es algo habitual, como las célebres
espantás de Camarón. Porque Sabina arrastra una leyenda negra, me temo,
imposible de erradicar. En todo caso, lo más parecido a lo de anoche no fue el
episodio de miedo escénico que sufrió, en ese mismo lugar, hace cuatro años, y
que le obligó a acortar el primero de los dos conciertos programados en ese
recinto, sino lo que le ocurrió el 8 de diciembre de 2005 en Gijón. Al poco de
comenzar el primero de los tres conciertos que iba a ofrecer en el Teatro
Jovellanos, su voz no le respondió y, después de la quinta canción, tuvo que
cancelar el recital. Él bautizó aquel episodio como el «gatillazo gijonés», y
escribió unas coplas para explicarlo. Entre ellos, estos versos inequívocos: «Mi
garganta pajillera / con costo en la faltriquera / dijo que sí, pero no».
Dicho
esto, cabría preguntarse si a partir de ciertas edades (Sabina está a las
puertas de la setentena) giras tan largas son aconsejables para la salud. La
gira Lo niego todo, que arrancó en
mayo del año pasado y ha arrastrado ya a cerca de 400.000 fieles entre España,
Reino Unido, Francia y Latinoamérica, es obvio que ha resultado extenuante para
una mala salud de hierro como la de Sabina. Y aún le faltan otros cuatro
conciertos (A Coruña, Córdoba, Albacete y Granada) para abrocharla del todo.
¿Cumplirá esos compromisos o echará definitivamente el cierre tras el gatillazo
madrileño?
Vale
que el dinero es poesía (Sabina dixit)
y que aún no se ha inventado droga más placentera que subirse a un escenario y
que la gente te quiera devorar como al protagonista de El perfume, pero nada de eso tiene el menor valor si la salud se
quiebra.
Ojalá,
en vez de esta crónica, hubiese podido escribir un elogio del héroe, que es lo
que suelen ser las crónicas de los conciertos de Sabina desde que alcanzó
estatura de coloso. Hablar, en fin, de lo grande que es cuando todo está en su
sitio; cuando los astros se alinean a su favor y él puede desplegar todo su
talento y genio.
Nadie
debería pronunciarse en contra de Sabina después de lo ocurrido. Lo que le
sobrevino no fue una veleidad de artista incumplidor, como sostendrán los que
no entienden su arte, sino una lesión en las cuerdas vocales. Y cuando Rafa
Nadal tiene que abandonar un partido porque la rodilla dice basta, o un
futbolista se retira del campo de juego porque el tobillo ha hecho crac, nadie
carga contra ellos ni incendia las redes sociales con comentarios nacidos de la
más absoluta ignorancia o maldad.
Quienes
quieran darle caña que lo hagan por algo que haya hecho o dicho, pero no por
algo que no pudo llegar a hacer porque el cuerpo dijo hasta aquí hemos llegado.
Sabina
forma parte de nuestro patrimonio cultural, y las muchas buenas canciones que
ha creado, enormes, no pueden verse en modo alguno ensombrecidas por tropiezos inevitables
como el de anoche.
Los
versos finales de su Gatillazo gijonés
decían: «Mañana será otro día / volveré a ser el fantoche / de calle melancolía».
Ojalá que así sea. Y que Madrid, su Madrid, vuelva a verlo pronto.
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