domingo, 8 de julio de 2018

Los Secretos y Madrid, 40 años de amor



Tiene Madrid sus símbolos ―parafraseando al maestro Gimferrer como el mar su mecánica. La Cibeles. Neptuno. La Puerta de Alcalá. El Oso y el Madroño. El Museo del Prado. La Gran Vía. El Retiro. La M-30. Los Secretos.

Desde que en el lejano 1980 los hermanos Urquijo decidieron compartir con el resto del mundo ese caudal de tristeza que bullía en su interior (aunque el embrión, Tos, surgió dos años antes), Madrid ha asistido, y no precisamente muda, al crecimiento y la consagración de un grupo que ha hecho de la melancolía y la fatalidad su adictivo estandarte.

Miembros por derecho de la Movida, aunque alejados estética y temáticamente de ella (nunca fueron una banda de disipación, sino de introspección), Los Secretos han creado una geografía musical tan distinguible y propia como de cada uno de los madrileños que la han paladeado y entonado durante cuatro largas (o cortas, según se mire) décadas. Que la han hecho, ya digo, del todo suya, como uno de esos tatuajes que recuerdan obstinadamente a un amor.

Anoche, Los Secretos y Madrid volvieron a abrazarse con fuerza, a acoplarse, a rodar por el césped de la noche como si acabaran de salir de un largo período de abstinencia. Y lo hicieron durante dos horas y cuarenta minutos, en las que cupieron más de una treintena de canciones. Fue en un WiZink Center tomado por unas diez mil personas de diversas edades, aunque con predominio de jóvenes al borde de los sesenta.

Sobre un escenario democrático a más no poder, situado en el corazón mismo del recinto, y con ocho pantallazas que aumentaron hasta el más venial detalle, el quinteto, que no paró de moverse para poder encarar a los asistentes de los cuatro puntos cardinales, hizo un repaso por toda su discografía. Y sonaron tantos clásicos que, por momentos, aquello devino en un karaoke multitudinario: «Volver a ser un niño», «Y no amanece», «No me imagino», «Hoy la vi», «Ojos de gata», «Quiero beber hasta perder el control», «Buscando», «Por el bulevar de los sueños rotos», «Gracias por elegirme», «Ojos de perdida», «Sobre un vidrio mojado», «Déjame», «Pero a tu lado», «Agárrate a mí, María»…

Álvaro Urquijo, al frente del grupo desde hace dos décadas, no parece acusar, al igual que las canciones que se saca de encima como lágrimas incómodas, el paso del tiempo. Junto a él, unos solventes Ramón Arroyo (guitarra); Jesús Redondo (teclados); Juanjo Ramos (bajo) y Santi Fernández (batería).

Pero no estuvieron solos, ya que contaron con tres invitados exquisitos. El saxofonista estadounidense Lou Marini, ex-The Blues Brothers, le puso alma (más aún) a «Buena chica»; el músico canadienses Ron Sexsmith cantó en su lengua, mientras Álvaro lo hacía en la nuestra, «Ponte en la fila», y el cantautor estadounidense de origen alemán Jackson Browne participó en «Algo prestado» y «Como un corazón».

El momento más sorprendente de la noche se produjo cuando Sexsmith interpretó con Álvaro «Eres tú», escrita por Juan Carlos Calderón y popularizada por Mocedades, que el público acogió con el corazón y la garganta abiertos de par en par. No menos sorprendente fue cuando Álvaro se ocupó de «Échame a mí la culpa», de Albert Hammond (aquella de «y allá, en el otro mundo, / en vez de infierno encuentres gloria, / y que una nube de tu memoria me borre a mí»). 



Y el episodio más emocionante llegó con «Aunque tú no lo sepas», que sirvió de homenaje a Enrique Urquijo, al que el mago Jorge Blass, en un momento de lo más surrealista, nos lo devolvió en forma de naipes. Enrique se apagó por siempre a la orilla de un siglo y de un milenio. Pero anoche quedó claro que sus canciones, su tristura contagiosa e inexplicablemente generadora de dicha, pervive en nuestras colecciones de discos y en nuestra memoria sentimental.

El concierto culminó con Los Secretos, Browne, Marini y Sexsmith atacando, juntos y revueltos, el «Stay» de Maurice Williams que Browne grabó en los setenta con gran éxito, y que anoche sonó tan actual como si acabara de ser horneada. Y el público lo celebró todo. Incluso los fallos técnicos y de afinación hacia el final del concierto, los cuales llegaron a cabrear a alguno de los músicos.

La biografía de Los Secretos, que nadie lo dude, es la de todos nosotros: rubios, morenos, altos, bajos, guapos, menos guapos, tímidos, extrovertidos, recién enamorados o con el corazón hecho trizas. Y esa biografía está tan ligada a Madrid que los cicerones, en sus visitas guiadas, deberían incluir sus canciones como música de fondo y explicarles a los turistas que sin ellos, sin su desolación congénita, esta ciudad estaría tan huérfana como cualquiera de los protagonistas de las historias que cantan. Unas historias, a ritmo de pop/rock, que son como un coche que avanza a toda velocidad y no se detiene jamás, ni siquiera cuando la carretera llega a su fin. Y sin embargo, siempre volvemos a ellas. 



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