domingo, 24 de junio de 2018

La inclemente España o la insana afición a derribar mitos

El percance que Sabina sufrió hace unos días en Madrid, y que le obligó a acortar su concierto antes de tiempo, ha vuelto a poner de manifiesto que este país, ante el menor desliz de un popular, célebre o famoso, tira con bala explosiva. Da igual que luego se haya sabido que la afonía que se adujo para no continuar, y de la que tantos desconfiaron, era, en efecto, una «disfonía aguda consecuencia de un proceso vírico», diagnóstico que ha propiciado la cancelación de las cuatro últimas citas de la gira Lo niego todo. Y digo que da lo mismo porque aún son legión quienes insisten en que el cantante y compositor, dado su salvaje historial, seguro que la noche anterior a la actuación, en vez de ser un buen chico y cuidarse, estuvo imitando a Al Pacino en El precio del poder, y por ello debería devolver la pasta a los insatisfechos asistentes sí o también. Porque, como digo, aquí, en España, patria querida, tonterías las justas. Pues lo de darle leña al mono hasta que aprenda el catecismo es nuestro himno oficioso.

No me cabe ninguna duda de que no pocos de los que estuvieron en ese concierto fallido se sintieron decepcionados, y algunos, incluso, chuleados por la espantá de su ídolo. Y en un artículo que escribí al respecto (leer aquí), señalé que Joaquín, en lugar de despedirse a la francesa, debió haber dado la cara en el escenario y, por medio de un simple gesto, decirle al océano de rostros que le era imposible seguir. Pero sé, del mismo modo, que muchos de los que le han atacado con una saña que asusta, ni fueron al concierto ni les iba nada en la movida. Pero qué más da. Es como si a una serie de individuos (demasiados, y cada día más) se les encendiera una alarma en el momento en que una persona pública es noticia por algún traspié y dijeran, al tiempo que afilan los dedos ante el teclado: este se va a enterar.

Desde hace años, además, interviene un factor que amplifica la lapidación, ya que visibiliza el pimpampum como nunca antes: las redes sociales y los espacios de opinión de los medios digitales. Desde el total anonimato, bajo alias tan lamentables que en muchos casos deslegitiman a priori los comentarios, se acribilla al personal porque sale gratis, y encima es cojonudo para desalojar el estrés. Así, el futbolista millonario, el guapo actor de moda o el músico maldito son un blanco golosísimo para los francotiradores de la Red, siempre atentos a cualquier movimiento sospechoso que acontezca en la estratosfera.

Hace unos días, dos personas de lo más opuesto (pese a lo que un magnífico Luis Martínez con un mucho de Juan José Millás sostenía para este mismo diario), Màxim Huerta y Julen Lopetegui, han sido presa de estos valientes. El primero, el ministro de cultura más breve de la historia de nuestra democracia, se vio obligado, ante la caña recibida, a cerrar una de sus cuentas en una famosa red social en la que contaba con miles de seguidores. Y al segundo, el mayor logro de su carrera profesional se le debió de indigestar con tantos balonazos como le dieron.

Años ha, Amenábar, en el transcurso de una entrevista, me hizo la siguiente apreciación: «Yo no sé si este país es propenso a crear mitos, pero sí creo que es propenso a destruirlos. Por ejemplo, en el caso de Almodóvar. Recientemente, ha empezado a reconocérsele después de muchos años de ostracismo, cuando en el extranjero, y sobre todo a partir de Mujeres al borde de un ataque de nervios, sus películas tenían más éxito que en España. Igual sí es verdad que existe ese castigo hacia el éxito, pero en mi caso hasta ahora no lo he notado y lo he vivido con bastante distancia». Cuando tiempo después se supo del casoplón que el cineasta se había comprado (un ático de más de 400 metros cuadrados en una de las mejores zonas de Madrid) o que era uno de los mayores beneficiados del controvertido canon digital, sí tuvo ocasión de notarlo.  

Por su parte, Miguel Bosé, quien bien podría escribir una enciclopedia sobre los ataques contra su persona desde que se inició en el mundo del espectáculo hace más de 40 años, me hizo una larga y lúcida disertación sobre nuestro gen cainita: «Cuando se quiere atacar a alguien, siempre se encuentra la manera de hacerlo. Este país tiene que levantar mitos para poder tirarlos, para poder pisarlos, para poder compadecerse de ellos. Y como somos penitentes natos por la educación judeocatólica que hemos recibido, ahí es cuando ya, de repente, los hemos perdonado después de haberlos machacado; con el perdón hemos hecho la penitencia. Estamos tranquilos con nosotros mismos porque hemos demostrado que los hemos podido, que están a nuestra altura, pero que nos gustan, que somos buenos. Solo es así en este país. Por ejemplo, Francia y México son los países más fieles del mundo. Son países en los que no te aceptan y no entras, no entras, no entras. Pero cuando entras… Nosotros somos unos grandísimos acomplejados. Con un complejo de inferioridad absoluto y una mediocridad que es una herencia de determinados años de historia, y una educación católica que está abocada a lo que está abocada. Somos solidarios en la desgracia, pero nunca en la abundancia y en la alegría. La muerte, las desgracias, hacen que la gente se te acerque. Pero gana dinero. Triunfa. Ten un coche de la hostia y una mujer que esté buena. Sé feliz. Mantente en forma, delgado, conserva el pelo. Ya verás entonces la que te espera. Este país es así, pero es mi país. Yo soy español por encima de todo».

El gatillazo madrileño de Sabina, que aún aguarda a ser inmortalizado en verso, ha sido, pues, el último episodio puramente español de vapuleo al mito, pero descuiden que enseguida vendrán otros.
 
En el momento en que este artículo se publique, inmaculados ciudadanos ocultos por nombres que ni siquiera lo son empezarán a lanzar piedras. O misiles. Qué le vamos a hacer. España y los españoles somos así, señora. Está grabado a fuego en nuestro iracundo ADN.

Pero yo, como Bosé, solo puedo decir que aunque este país sea así (de cabrón), es mi país, y que bendito sea (perdonen la tristeza).


Leer en elmundo.es 

‘Sabina tenía razón. Sabedlo’, elmundo.es 

‘Y sin embargo, Sabina se rompió’, elmundo.es
 

1 comentario:

  1. Grande como siempre Javier. En este país el deporte nacional es meterse con aquellos que llegan muy alto por sus méritos.Yo estoy muy orgulloso de ser español y sabinero Un abrazo.

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