El
percance que Sabina sufrió hace unos días en Madrid, y que le obligó a acortar
su concierto antes de tiempo, ha vuelto a poner de manifiesto que este país, ante
el menor desliz de un popular, célebre o famoso, tira con bala explosiva. Da
igual que luego se haya sabido que la afonía que se adujo para no continuar, y
de la que tantos desconfiaron, era, en efecto, una «disfonía aguda consecuencia
de un proceso vírico», diagnóstico que ha propiciado la cancelación de las
cuatro últimas citas de la gira Lo niego todo. Y digo que da lo mismo porque
aún son legión quienes insisten en que el cantante y compositor, dado su
salvaje historial, seguro que la noche anterior a la actuación, en vez de ser
un buen chico y cuidarse, estuvo imitando a Al Pacino en El precio del poder,
y por ello debería devolver la pasta a los insatisfechos asistentes sí o
también. Porque, como digo, aquí, en España, patria querida, tonterías las
justas. Pues lo de darle leña al mono hasta que aprenda el catecismo es nuestro
himno oficioso.
No
me cabe ninguna duda de que no pocos de los que estuvieron en ese concierto
fallido se sintieron decepcionados, y algunos, incluso, chuleados por la espantá
de su ídolo. Y en un artículo que escribí al respecto (leer aquí), señalé que Joaquín, en
lugar de despedirse a la francesa, debió haber dado la cara en el escenario y,
por medio de un simple gesto, decirle al océano de rostros que le era imposible
seguir. Pero sé, del mismo modo, que muchos de los que le han atacado con una
saña que asusta, ni fueron al concierto ni les iba nada en la movida. Pero qué
más da. Es como si a una serie de individuos (demasiados, y cada día más) se
les encendiera una alarma en el momento en que una persona pública es noticia
por algún traspié y dijeran, al tiempo que afilan los dedos ante el teclado:
este se va a enterar.
Desde
hace años, además, interviene un factor que amplifica la lapidación, ya que
visibiliza el pimpampum como nunca antes: las redes sociales y los espacios de
opinión de los medios digitales. Desde el total anonimato, bajo alias tan
lamentables que en muchos casos deslegitiman a priori los comentarios, se
acribilla al personal porque sale gratis, y encima es cojonudo para desalojar
el estrés. Así, el futbolista millonario, el guapo actor de moda o el músico
maldito son un blanco golosísimo para los francotiradores de la Red, siempre
atentos a cualquier movimiento sospechoso que acontezca en la estratosfera.
Hace
unos días, dos personas de lo más opuesto (pese a lo que un magnífico Luis
Martínez con un mucho de Juan José Millás sostenía para este mismo diario),
Màxim Huerta y Julen Lopetegui, han sido presa de estos valientes. El primero,
el ministro de cultura más breve de la historia de nuestra democracia, se vio
obligado, ante la caña recibida, a cerrar una de sus cuentas en una famosa red
social en la que contaba con miles de seguidores. Y al segundo, el mayor logro
de su carrera profesional se le debió de indigestar con tantos balonazos como
le dieron.
Años
ha, Amenábar, en el transcurso de una entrevista, me hizo la siguiente
apreciación: «Yo no sé si este país es propenso a crear mitos, pero sí creo que
es propenso a destruirlos. Por ejemplo, en el caso de Almodóvar. Recientemente,
ha empezado a reconocérsele después de muchos años de ostracismo, cuando en el
extranjero, y sobre todo a partir de Mujeres
al borde de un ataque de nervios, sus películas tenían más éxito que en
España. Igual sí es verdad que existe ese castigo hacia el éxito, pero en mi
caso hasta ahora no lo he notado y lo he vivido con bastante distancia». Cuando
tiempo después se supo del casoplón que el cineasta se había comprado (un ático
de más de 400 metros cuadrados en una de las mejores zonas de Madrid) o que era
uno de los mayores beneficiados del controvertido canon digital, sí tuvo
ocasión de notarlo.
Por
su parte, Miguel Bosé, quien bien podría escribir una enciclopedia sobre los
ataques contra su persona desde que se inició en el mundo del espectáculo hace
más de 40 años, me hizo una larga y lúcida disertación sobre nuestro gen
cainita: «Cuando se quiere atacar a alguien, siempre se encuentra la manera de
hacerlo. Este país tiene que levantar mitos para poder tirarlos, para poder
pisarlos, para poder compadecerse de ellos. Y como somos penitentes natos por
la educación judeocatólica que hemos recibido, ahí es cuando ya, de repente,
los hemos perdonado después de haberlos machacado; con el perdón hemos hecho la
penitencia. Estamos tranquilos con nosotros mismos porque hemos demostrado que
los hemos podido, que están a nuestra altura, pero que nos gustan, que somos
buenos. Solo es así en este país. Por ejemplo, Francia y México son los países
más fieles del mundo. Son países en los que no te aceptan y no entras, no
entras, no entras. Pero cuando entras… Nosotros somos unos grandísimos
acomplejados. Con un complejo de inferioridad absoluto y una mediocridad que es
una herencia de determinados años de historia, y una educación católica que
está abocada a lo que está abocada. Somos solidarios en la desgracia, pero
nunca en la abundancia y en la alegría. La muerte, las desgracias, hacen que la
gente se te acerque. Pero gana dinero. Triunfa. Ten un coche de la hostia y una
mujer que esté buena. Sé feliz. Mantente en forma, delgado, conserva el pelo.
Ya verás entonces la que te espera. Este país es así, pero es mi país. Yo soy
español por encima de todo».
El
gatillazo madrileño de Sabina, que aún aguarda a ser inmortalizado en verso, ha
sido, pues, el último episodio puramente español de vapuleo al mito, pero
descuiden que enseguida vendrán otros.
En
el momento en que este artículo se publique, inmaculados ciudadanos ocultos por
nombres que ni siquiera lo son empezarán a lanzar piedras. O misiles. Qué le
vamos a hacer. España y los españoles somos así, señora. Está grabado a fuego
en nuestro iracundo ADN.
Pero
yo, como Bosé, solo puedo decir que aunque este país sea así (de cabrón), es mi país, y que bendito sea (perdonen la tristeza).
Leer en elmundo.es
‘Sabina tenía razón. Sabedlo’, elmundo.es
‘Y sin embargo, Sabina se rompió’, elmundo.es
Leer en elmundo.es
‘Sabina tenía razón. Sabedlo’, elmundo.es
‘Y sin embargo, Sabina se rompió’, elmundo.es
Grande como siempre Javier. En este país el deporte nacional es meterse con aquellos que llegan muy alto por sus méritos.Yo estoy muy orgulloso de ser español y sabinero Un abrazo.
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