Rulo, flanqueado por sus compinches Pati (izqda.) y Fito, en un momento del concierto. |
Con un luminoso
concierto ‘after hour’, Rulo y La Contrabanda clausuraron la gira ‘Objetos
perdidos’ en un Teatro Nuevo Alcalá que rozó el lleno
Resultaba
un tanto extraño. Todo estaba oscuro y sobre el escenario, dispuestos en
línea, cinco músicos concentrados,
entregadísimos, ofrecían un concierto de rock. El público bailaba y cantaba (se
las sabía todas, qué bárbaro), gritaba, se despendolaba. Era, en suma, feliz
por unas horas. Y el arriba firmante habría jurado que eso solo podía darse
bajo el mandato e influencia de la luna.
Pero
no. En el exterior del recinto un sol primaveral coloreaba las calles, y en un
Madrid anárquico y bellísimo por, entre otras cosas, su natural anarquía, la
gente compraba el pan o el periódico, o desayunaba tardíamente en una
vivificadora terraza.
Sucede
que la actuación con la que Rulo clausuró la gira de teatros Objetos perdidos fue matinal, un
concierto after hour en toda regla,
algo que nunca antes había hecho. Pero la poesía contagiosa de sus canciones,
tan directa como un disparo a quemarropa, trastocó la realidad e hizo viajar a
los asistentes al corazón de la noche, que es donde, en esencia, tienen lugar
todas las cosas que merecen la pena.
Envueltos
en una escenografía que simulaba un bar, y a la que no le faltaba una luna
mendaz, que colgaba del techo para que el subconsciente del espectador se
situara en una franja horaria distinta, Rulo y los dotados integrantes de La
Contrabanda (Pati, guitarra eléctrica; Charly,
batería y percusión; Quique, bajo, contrabajo, piano, y Fito, guitarra
acústica, eléctrica y piano) interpretaron 22 canciones del tirón, con la
energía de una manada de triatletas.
Tocaron
nueve de los once cortes del último disco, El
doble de tu mitad, otros tantos clásicos y dos temas, «Buscando en la
basura» y «Por verte sonreír», de La Fuga, el grupo en el que Rulo se hizo
músico.
Conviene señalar que el rock que se apoderó de un Teatro Nuevo Alcalá que a punto
estuvo del lleno total fue, salvo algún instante de fiebre y trueno,
melancólico, acariciador, balsámico. Y no, no es una contradicción: rock no es
solo el «Eruption» de Van Halen, también es «Stairway to heaven» (Led
Zeppelin).
Precisamente por ese motivo, hubo tantos
momentos de alta emoción. En lo musical, la magia se impuso en forma de
silencio absoluto cuando, sentado al piano, el rey de Reinosa cantó «Mi
cenicienta» y «Heridas del rock ‘n’ roll» dando lo mejor de sí en cada nota, en
cada lamento.
El público del Teatro Nuevo Alcalá, en pie. |
Y
aunque la gente se puso en pie en muchos tramos del concierto, hubo dos
especialmente memorables. El primero tuvo lugar cuando, tras ensamblar «La
flor» y «La flor II (4 estaciones)», Rulo recorrió el patio de butacas
regalando flores igual que si se tratara del novio imposible de todas.
El
segundo se dio cuando ordenó a todos
los niños que subieran al escenario y le echaran una mano vocal con el título
que mejor les iba, «La cabecita loca», y una veintena de ellos no necesitó que
lo repitiera. Aquello parecía una representación escolar: Rulo les acercaba el
micrófono y ellos cantaban sin miedo, ¡y se las sabían todas! «Esto sí es la
pureza», remató él. Y quedó claro que hoy día ya no es necesario llevar a los
niños al circo o al parque de atracciones, también pueden asistir a un
concierto de rock y levitar.
No
faltaron tampoco los momentos locos. El más de todos, y el menos acústico (fue
puro chunda-chunda), llegó con «Fauna rara», una sátira sobre la variopinta
galería de personajes que puedes encontrarte en cualquier discoteca un sábado
por la noche. No sé si él lo suscribirá, pero sospecho que esa canción nunca
habría nacido si no se hubiese empapado antes de dos clásicos de Sabina, «Todos
menos tú» y «No soporto el rap».
Rulo
no pudo evitar, o no quiso, pronunciarse sobre nuestro culebrón político, y no
fue, en este caso, para regalar más flores, sino para repartir collejas: «Los
políticos lo están haciendo francamente mal, porque nos están dividiendo
demasiado», dijo, y dio paso a la canción «Divididos». Y cuando presentó al
guitarrista barcelonés Pati, señaló «es de Cataluña y de todas partes, como
debe ser», lo que provocó un aplauso/bomba.
Del mismo modo, recordó que por cada entrada
vendida una famosa óptica donará dos gafas de sol para prevenir enfermedades
oculares en Chad, país del África Central (llevarán un total de 2.500 unidades).
La asociación ADANE (Amigos Para el Desarrollo en el África Negra, www.adaneong.org/es),
que desde hace años presta ayuda educativa y sanitaria en el continente africano,
será la encargada de trasladar ese tesoro, y Rulo les acompañará.
El
concierto se cerró con «El vals del adiós», y el protagonista salió por la
puerta grande gracias a un público que le quiere y que se sabe querido por él.
Pues no olvida que Madrid es la segunda ciudad en su corazón después de su
natal Reinosa (Cantabria).
En
realidad, el único objeto perdido fue el aburrimiento. Y allí, en el Teatro
Nuevo Alcalá, olvidado bajo una triste butaca, debe de seguir. Frustrado por no
haberse podido asomar ni una sola vez en un concierto en el que Rulo demostró
que sol rima con rocanrol y que las buenas canciones son capaces de neutralizar
los relojes, y con el que supo hacernos creer que la noche, irresistible
embustera, nos abrazaba para no soltarnos nunca.
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