Ensayos, artículos periodísticos, cuentos, novelas, biografía, poesía... Ocho libros con los que viajar bien lejos sin moverse de casa. |
Con
los generosos Reyes ahí mismo, última parada navideña, cualquiera de los libros
que reseño extensamente en esta entrada ―los cuales vieron la luz el recién
enterrado año y continuarán vivos, seguro, en este 2018― será una opción mucho más
acertada, háganme caso, que un perfume o una corbata.
La milla perfecta, de Neal
Bascomb. Editorial
Melusina.
Publicado
en inglés en 2001, ha habido que esperar más de tres lustros para que La milla perfecta fuese vertido al
español. Este libro, de cuya solvente traducción se han ocupado Blanca
Rodríguez y Carlos Gual Marqués, relata la extrema y hermosa rivalidad entre
tres atletas de medio fondo que en la década de los cincuenta del pasado siglo se
pusieron como meta correr la milla (1.609 metros lisos) por debajo de los
cuatro minutos, lo que entonces se antojaba una gesta imposible. El
estadounidense Wes Santee, el australiano John Landy y el británico Roger Bannister
buscaban un mismo objetivo impulsados por estímulos personales distintos.
Neal
Bascomb, una firma habitual de los prestigiosos The New York Times, Wall Street Journal y Los Angeles Times, tuvo acceso a los tres excorredores y los
entrevistó a fondo, además de a diversas personas de su círculo más íntimo ―familiares,
amigos, entrenadores y periodistas deportivos―, y consultó a su vez las
toneladas de papel que aquel triángulo de contrincantes generó, pues su cruzada
obtuvo una mayor atención mediática y pública que los logros de otros colosos
deportivos de la época como el boxeador Rocky Marciano, el tenista Bill Tilden,
el golfista Ben Hogan y el beisbolista Willie Mays. Aquellos tres atletas empeñados
en hacer historia eran amateurs, pero
la televisión acababa de irrumpir en el hasta entonces virginal mundo del
deporte y el profesionalismo acechaba como un lobo hambriento.
Bascomb
trasciende en este libro las por lo general prosaicas reglas del cronismo
deportivo y construye un relato épico y humano ―literario, en suma― que nunca
habría sido posible de no haber amado tanto ese deporte. Pero, sobre todo, lo
que se percibe en las adictivas páginas de La
milla perfecta es un deseo irrefrenable, inherente al escritor de raza, de
adentrarse en un episodio de nuestra historia reciente que refleja como pocos la
lucha del hombre con sus propios límites, miedos, demonios, y su utópico anhelo
de inmortalidad.
Empiezo a creer que es mentira, de Carlos Mayoral. Círculo de Tiza.
Carlos
Mayoral debutó en la jungla de la literatura con Etílico (Libros.com, 2016), un
híbrido de creación y ensayo que pudo materializarse gracias al milagro del micromecenazgo
y que fue bendecido por cuantos lo avalaron y por alguno que otro más, quienes
ya sabían de su talento a través de sus colaboraciones en Jot Down, El Español y The
Objective. El vértigo del segundo libro no le duró demasiado, ya que un año
después, y ya respaldado por una editorial pequeña pero de creciente prestigio
(como él mismo), ha visto la luz su nueva obra, Empiezo a creer que es mentira. Nos hallamos ante un libro difícil
de clasificar, ya que es a un tiempo unas memorias avant la lettre, una colección de semblanzas literarias de
personajes extremos ―tanto en su acreditada genialidad como en su también
certificado desvarío vital― y, fundamentalmente, un elogio de todos aquellos
culpables ―¡tantos!― de su conversión en escritor.
Entraré
en detalles. Para armar este libro, Mayoral ha metido en una coctelera, de un
lado, algunos de sus hitos autobiográficos (la familia, la universidad, las
primeras novias y los amigos cómplices en la literatura y perdidos sin remedio
en los vericuetos de la edad adulta); de otro, las obsesiones ecuménicas que ya
nos avanzó en su primer título (el suicidio, el miedo patológico, el paso del
tiempo, la ambición, el alcoholismo, el rechazo social y la imposible gloria
eterna), y, por último, una larga ristra de negritas oriundas de la novela de
caballerías, el Siglo de Oro, la Narrativa Gótica, el Romanticismo y un cerro
de generaciones: desde la del 98 hasta los Novísimos, pasando por la del 14, la
Perdida, la del 27 y la del 50, entre otras muchas subetiquetas de más difícil
adscripción genérica. Todo eso ha sido agitado con una energía casi adolescente
y de ese modo han brotado unas páginas en las que palpitan narrativa, poesía,
ensayo, filosofía, teatro e incluso fábula, y en las que este joven pero
sobradamente preparado escritor hace alarde de una erudición enciclopédica e infrecuente
entre los miembros de su generación.
De
entre ese centenar largo de negritas destacan Unamuno, Poe, Bécquer, Baroja, Machado,
Pizarnik, Gil de Biedma, Bolaño, Leopoldo María Panero y Larra, la única
estrella de rock antes del rock de la que tiene, seguro, más de un póster. Y
eso sin olvidar a las Mujeres olvidadas
por la literatura, título de un brevísimo ensayo con el que se topó en la
biblioteca de la UNED por el más puro azar y que utiliza para dar nombre a uno
de los capítulos, en donde elabora unas escuetas reseñas biográficas de las
mujeres en él incluidas; todas ellas luminarias adelantadas a su tiempo y, aún
hoy, referentes culturales y símbolos de la lucha contra el machismo y la
barbarie (hay algo en ese episodio de evocación fantástica, un cruce imposible
de García Márquez y Richard Matheson). Porque el autor no sólo no oculta su
feminismo militante, sino que vindica la importancia de una serie de escritoras
de distintas épocas y corrientes literarias ―en diversas entrevistas ha
declarado que los mejores escritores de su generación son mujeres―, lo que le
convierte en un escritor cuyo público es mayoritariamente femenino (qué suerte
tiene el cabrón).
Pero
Mayoral no sólo (con tilde, por favor) es un almacén de sabiduría literaria, como
un Borges en chiquitito y de Villaviciosa de Odón (Madrid), sino que es un
escritor con variados y eficacísimos recursos. A la cabeza de estos se sitúa el
gusto por la ironía, que celebra en los otros y que él, gozosamente, también
practica, y con excelentes resultados. No se dejen engañar, no obstante, por las
seductoras apariencias, pues, como todo escritor entero, CM es un maestro del
embuste. Por eso, cuando nos relata episodios presuntamente vividos por él asistimos
en realidad a un ejercicio de creación encubierta en el que asoma un algo de Juan
José Millás (un nombre que, sin embargo, no acierto a ver entre sus páginas),
caso de los capítulos «La contradicción de Alberti» y «Ana Karenina pasó de
largo».
Entre tantísimos nombres conspicuos hay también cabida para algunas estrellas de la cultura popular: Gilda, Joe Louis, Stephen King, Kevin Costner, Krahe, Leño, Burning, Zidane, El silencio de los corderos. Y no falta Gloria Fuertes, a la que el autor rinde un homenaje de trasfondo desolado. Esto último confirma algo que ya sospechaba, que bajo la capa sarcástica subyace un esqueleto propenso a la nostalgia y a escudriñar a solas el insondable horizonte.
Entre tantísimos nombres conspicuos hay también cabida para algunas estrellas de la cultura popular: Gilda, Joe Louis, Stephen King, Kevin Costner, Krahe, Leño, Burning, Zidane, El silencio de los corderos. Y no falta Gloria Fuertes, a la que el autor rinde un homenaje de trasfondo desolado. Esto último confirma algo que ya sospechaba, que bajo la capa sarcástica subyace un esqueleto propenso a la nostalgia y a escudriñar a solas el insondable horizonte.
Al
igual que en su ópera prima, en Empiezo a
creer… carga frontalmente contra la idea de felicidad reinante, esa inadmisible
estampa made in El Corte Inglés. Por
eso estoy seguro de que suscribirá como propios estos versos del culturalista y
autodestructivo Leopoldo María, uno de sus (anti)héroes de ayer y de siempre: «La fiebre se parece a Dios. / La locura: la
última oración».
Carlos
Mayoral sabe muy bien que, por mucho que lo parezca, es falso que hayamos
destruido a los clásicos. Pero un buen escritor, y él lo es, no permitirá jamás
que la realidad le estropee una frase cojonuda.
Mis queridos políticos. Retratos poéticos y antipoéticos,
de Francisco Umbral (edición de
Guillermo Laín Corona). Editorial Renacimiento, colección Los Cuatro Vientos.
Francisco Umbral fue un escritor
total y un personaje superlativo que cultivó casi todos los géneros a partir de
una voz única, siempre lírica y en demasiadas ocasiones feroz, y que era en sí
otro género literario. Estamos hablando de uno de los más brillantes prosistas
en español de la segunda mitad del pasado siglo. Una bestia de la literatura al
que Manuel Vicent me definió del siguiente modo: «El
mejor escritor del siglo XX con los dedos. Umbral tenía un ángel en cada yema
de los dedos. Hacía con las palabras lo que le daba la gana. Nadie ha escrito
mejor que Umbral. Ahora, otra cosa es que lo que dijera te interesara o no».
Es obvio que al profesor
universitario y dramaturgo Guillermo Laín Corona, especialista en Umbral y
responsable de la edición de Mis queridos
políticos. Retratos poéticos y antipoéticos, sí que le parece de un enorme
interés cuanto Umbral decía, y quienes amamos el legado del autor de Mortal y rosa y Trilogía de Madrid celebramos que así sea. «El artículo es el
soneto del periodismo», sentenció Umbral, y apoyado en esa convicción lo elevó
a categoría poética durante cada día de su vida adulta. A sabiendas, pues, del
enorme valor de sus textos periodísticos, Laín Corona ha seleccionado en este
oportuno volumen ochenta de ellos, todos acerca de la política y quienes la perpetran.
Entre las muchas semblanzas destacan las dedicadas a Manuel Fraga, Felipe
González, Jordi Pujol, José María Aznar y Mariano Rajoy. El responsable de esta
edición justifica la coletilla de «retratos poéticos y antipoéticos» para «marcar
la diferencia entre la belleza lírica de sus alabanzas y el agrio tono de sus
ataques».
En
resumen, Mis queridos políticos… es
un libro perfecto para acercarse a la figura de Umbral, un escritor omnímodo
cuya monumental obra, compuesta de más de un centenar de libros, merecería sin
lugar a dudas una mayor atención de la que goza hoy día. Otros deberían seguir
el ejemplo de Laín Corona y animarse a poner en marcha nuevas antologías sobre
Umbral, pues si existe un autor que se ciña al término de inagotable ese es él.
Rulfo. Cien años después. Veintitrés narradores lo celebran,
VV. AA. (selección de Mayda Bustamante). Ediciones Huso.
El
protagonista de este interesante volumen es el mexicano Juan Rulfo, autor de
dos libros imprescindibles en la historia de la literatura en español: la
recopilación de cuentos El Llano en
llamas y la novela Pedro Páramo, a
la que su majestad Jorge Luis Borges le colgó la medalla de «una de las más grandes
novelas de la Literatura Universal».
Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Rulfo y con el treinta aniversario de su muerte, veintitrés dotados autores de siete países de Iberoamérica ―Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba, España, México y Venezuela― le rinden homenaje en forma de cuento, pues qué mejor forma de celebrar la literatura que haciéndola.
Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Rulfo y con el treinta aniversario de su muerte, veintitrés dotados autores de siete países de Iberoamérica ―Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba, España, México y Venezuela― le rinden homenaje en forma de cuento, pues qué mejor forma de celebrar la literatura que haciéndola.
Pese
al alto valor de todos ellos, quiero destacar los relatos del mexicano Mauricio
Bares («Ya llegó su padre»), del venezolano Víctor Vegas («Sin noticias de
Comala») y de los españoles Javier Velasco Oliaga («Rulfo en llamas») e Inma
Chacón («El caserón»), pues todos ellos consiguen que salte la chispa de la
emoción.
En
su luminoso prólogo, «Rulfo: la raíz de la miseria (1917-1986)», la escritora
argentina Liliana Díaz Mindurry elogia sin mesura al homenajeado y justifica la
existencia del libro de esta forma: «Todos estos murmullos brotados de la obra
de Rulfo, murmullos de vivos y muertos son, después de todo, la literatura. Su
obra crece en nosotros, revela y esconde. Nos quedan nuestros propios murmullos
asombrados, que no afirman ni niegan, sino que interrogan. El llano en llamas y Pedro
Páramo logran producirnos esa desinstalación que es la belleza. Balbuceamos
la sensualidad de haber leído la magnificencia de semejante obra. La piedra y
el páramo de nuestro origen crecen leyendo a Juan Rulfo, y nos llevan a
fantasear y escribir nuevas ficciones en este libro, nuestro particular modo de
rendirle homenaje».
Ni
por asomo encontrarán este libro junto a la última entrega de Ken Follett ―aunque
sería precioso que así fuera―, pero créanme si les digo que rezuma literatura
de muy alta graduación de principio a fin.
Mientras tú no estabas, de Carmen Ro. La Esfera de los Libros.
Veinte
años antes de que Sara Montiel besara a Gary Cooper en Veracruz y setenta de que Penélope Cruz aterrizara en Hollywood
para quedarse, otra española de mirada intensa y diabólica y fuerte
personalidad ya reinó allí. Se llamaba María de la Concepción Andrés Picado y
se hacía llamar Conchita Montenegro, un apellido que se ajustaba como un guante
a una vida, la suya, que viajó de la luz cegadora al ocaso voluntario. Tras
toparse con su nombre por el más puro azar, la periodista Carmen Ro se decidió a
escribir una novela, Mientras tú no
estabas, su primera novela, con ella como protagonista. Porque más que
contar su vida, lo que Ro ha hecho con esa diva semidesconocida de las décadas
de los treinta y cuarenta del pasado siglo, y a la cual define como una «mujer
imán», ha sido reinventarla. Para ello ha utilizado unas gotas de realidad (las
pocas que existen, pues desafortunadamente las hemerotecas guardan escasa
memoria de ella) y unos cuantos litros de literatura. La autora lo ha explicado
así en artículos y entrevistas: «No he pretendido nunca escribir la verdad de
una vida, sino una vida de verdad».
A
Carmen Ro no le ha quedado otro remedio que viajar a través de la biografía, la
historia y la crónica para construir el largo relato (más de quinientas
páginas) de miel y de hiel de esta actriz del cine en blanco y negro que alternó
con Greta Garbo y Charles Chaplin y que, con un par, se opuso a besar a Clark
Gable en un casting. Pero, en esencia, lo que ha hecho, insisto, ha sido lanzarse al mar sin límites
de la imaginación, que es donde toda novela ha de echar sus raíces, para narrar una historia con muchas historias dentro, pero cuyo meollo argumental
es el amor estupefaciente y eterno que ―sostiene la autora― Montenegro sintió por el actor Leslie
Howard. Este, el mismo caballero británico de manual, blondo y flemático, al
que Vivien Leigh/Scarlett O’Hara amó tan insensatamente en Lo que el viento se llevó, murió en 1943, a los cincuenta años,
cuando el avión comercial en el que se trasladaba de Lisboa al Reino Unido fue
abatido por bombarderos alemanes.
No
obstante, Conchita se casó dos veces: la primera con un actor brasileño, Raoul
Roulien, un matrimonio que no llegó a los dos años de vida, y la segunda con el
diplomático Ricardo Giménez-Arnau, tío del escritor y polemista Jimmy
Giménez-Arnau, con quien estuvo cerca de treinta años, hasta la muerte de él.
Fue a raíz de esa segunda boda cuando decidió abandonar la interpretación, a la
que jamás volvió, y cuando murió en Madrid, a los noventa y cinco años, lo hizo
tan discretamente como (sobre)vivió desde su prematuro retiro.
Es
triste comprobar cómo el olvido se cierne, inclemente, sobre personas que lograron
alcanzar metas a priori impensables. Pareciera que la consecución de un sueño
de tamaña magnitud, el de triunfar en la «meca del cine» sin ser estadounidense
o inglés, es algo normal, cuando es justo al contrario: una rotunda anomalía.
Es, de hecho, como descubrir el fuego o la rueda, el resultado de una mezcla de
necesidad, persistencia y azar. Un imposible que se acaba concretando, que
termina siendo.
Pese
al brillo que la envolvió en su audaz juventud, del texto de Ro se desprende
que la Montenegro, como todos aquellos que coronan la cima y se sitúan a una
distancia abismal del resto, vivió siempre, aun en los felices años en los que
su nombre se podía leer en letras superlativas en las marquesinas de los cines,
emboscada por la soledad.
Con
esta novela, Carmen Ro ha hecho eso que tanto dicen ahora coaches y redactoras de revistas de moda y tendencias, salir de su
zona de confort. Aunque sospecho que, a través de ese personaje, y salvando
todas las distancias, lo que en el fondo ha hecho esta periodista madrileña es
escribir de sí misma y de todas las mujeres, de ayer y de hoy, que perseveran
para dejar de ser un número y alcanzar la categoría de nombre.
Debo decir que, pese a tratarse de su primera novela, no se detectan en Mientras tú no estabas ninguno de los síntomas característicos del narrador primerizo, o, al menos, ninguno que llame la atención. Puesto que su autora ha resuelto la obra con inobjetable eficacia y sin que los costurones en los que incurre todo escritor resulten, ya digo, visibles.
Total,
que tenemos novela. Y lo que es aún más importante: tenemos escritora.
Lonely boy. Historias de un Sex Pistol, de Steve Jones y Ben
Thompson. Libros
Cúpula.
Con
la ayuda del periodista musical Ben Thompson, Steve Jones, quien fuera el
guitarrista de los Sex Pistols, símbolo supremo del punk y uno de los grupos
más transgresores y menos prolíficos de la historia (sólo dejó un álbum de
estudio, el soberbio Never Mind the
Bolloks, Here’s the Sex Pistols), relata en este libro de memorias su
delirante travesía personal y profesional.
Jones,
que nunca conoció a su padre, pasó parte de su infancia en la casa de sus
abuelos maternos en Hammersmith, en el oeste londinense, junto a su madre y sus
tíos, y después se trasladó a vivir con su madre y un novio de esta a un sótano
«oscuro, húmedo y espantoso» en el cercano barrio de Sheperd’s Bush. Tras una
infancia miserable, en la que se convirtió en un pequeño ratero, descubrió el
glam rock de Bowie y Roxy Music y se transformó en uno de los primeros punks
callejeros que una pareja de excéntricos diseñadores de ropa con mucho de
visionarios, Malcolm McLaren y Vivienne Westwood, acogió. Junto con su
compañero del colegio Paul Cook, Jones fue el fundador de Kutie Jones and his
Sex Pistols, germen de lo que acabaría siendo los Sex Pistols.
Además
de la suculenta época de la grabación de Never
Mind the Bolloks…, Jones relata su posterior exilio a Nueva York y Los
Ángeles, en donde su existencia pasó de adicción en adicción: alcohol, heroína
y sexo. Su relación personal con Iggy Pop, sus aventuras moteras con el actor
Mickey Rourke y su marciana y brevísima experiencia musical con Dylan en el
Studio 3 de Sunset Sound, en Sunset Boulevard, son algunas de las muchas jugosas
anécdotas que se encuentran en un libro en el que su protagonista tuvo muy claro
que debía mirar hacia atrás sin ira.
Uno
de los grandes aciertos de Lonely boy.
Historias de un Sex Pistol, y que hay que atribuir al periodista que lo
cofirma, es su tono desenfadado, directísimo. Pues la voz de Jones nos llega
como si nos estuviera contando su vida, cerveza en mano, en la barra de un pub de su Londres natal.
Steve Jones
no tenía el pico de oro ni la capacidad para la provocación y el espectáculo de
John Lydon, a la sazón más conocido por el explícito Johnny Rotten (podrido), ni
la percha y el naufragio vital de Sid Vicious, pero como él mismo apunta en esta
autobiografía: «Por más cierto que los Sex Pistols no hubieran existido sin
John [Lydon] ―ni sin Malcolm [McLaren], ni Cookie [Paul Cook], ni Glen [Matlock],
incluso sin Sid―, fue mi educación de mierda la que lo empezó todo. No estoy
presumiendo. Es un hecho». Amén.
El
libro incluye un prólogo de Chrissie Hynde, corazón y rostro de The Pretenders,
y un apéndice final que lleva por título «Cosas que no son rock and roll» y que
consiste en una disparatada lista con todo aquello que a juicio de Jones entra
en franca colisión con el estilo musical más popular del mundo. He aquí algunas
de las perlas en él contenidas: «Alopecia, papada, publicistas, el Rock &
Roll Hall of Fame, los blancos con rastas, los blancos que van de enrollados,
los conciertos benéficos, las sandalias, los selfies, la comida sana, los gilipollas que te dicen que te vieron
hace cuarenta años pero que entonces te odiaban en secreto y los gilipollas que
consiguen que firmes cualquier cosa para venderla en eBay».
Ya
ves, Steve, tío. A pesar de todo, sí que había futuro.
Sólo si la vida es salvaje, de Samuel Zamorano Cauto. Edición Personal.
Culminar
un buen poema es, o debería ser, atrapar la vida al vuelo, como si se tratara
de un pájaro, y retenerla unos instantes para después verla marchar igual que
se contemplan las olas, entre la fascinación y la nostalgia. Samuel Zamorano
Cauto, que cultiva una poesía crepitante de imágenes que tiene en la liturgia
del lenguaje su mayor sustento, o el único, y que les imprime a sus versos un
ritmo demasiado cercano muchas veces al cantable, confiesa en su nuevo
poemario, Sólo si la vida es salvaje,
querer ir siempre «desvelado al encuentro
del poema» y «convalecer, con el
corazón en llamas, y escribir abandonado a mi suerte, herido para siempre de
belleza». Es por ello que, de ondear alguna bandera, esta podría llevar por
lema aquel disparo fatídico de José Ángel Valente: «El corazón desciende / infinitos peldaños, / enormes galerías, / hasta
encontrar la pena».
Este libro ya fue
reseñado en este blog, por lo que quien quiera disponer de más información
sobre él sólo tiene que pinchar aquí.
El hombre que no fui, de Melchor
Miralles y Javier Menéndez Flores. La Esfera de los Libros.
Perdonen
de antemano que incluya en esta lista un libro del cual soy coautor, pero comprenderán
que muy mal haría si no aprovechara este escaparate para reseñar el resultado
de un año largo de trabajo extenuante que ha desembocado en una novela de no
ficción de la que tanto Melchor Miralles como un servidor nos sentimos
inmensamente orgullosos.
El
hombre que no fui
relata unos hechos reales a ritmo de thriller.
A saber: el asesinato de los marqueses de Urquijo, destacados miembros de la
nobleza y las altas finanzas, en su casa de Somosaguas (Madrid) la madrugada del
1 de agosto de 1980, así como las andanzas del acusado de la coautoría del
doble asesinato, Javier Anastasio de Espona, quien tras cumplir tres años y
medio de prisión preventiva se fugó de España convencido de que el juicio que
le aguardaba no ofrecía las suficientes garantías y no regresó hasta la
prescripción del delito, veintidós años más tarde.
Aquel
hito de la historia criminal española, el más mediático que ha habido, se saldó
con dos únicas condenas: la de Rafael Escobedo Alday, el exyerno de las
víctimas, como autor material de los asesinatos y la de su amigo Mauricio
López-Roberts como encubridor. Pese a ello, en el imaginario colectivo este sigue siendo un
crimen con muchas más incógnitas que certezas, pues en ningún otro caso de la
crónica negra patria se ha dado una cadena semejante de dislates policiales,
judiciales e incluso políticos.
Para tratar de
arrojar luz sobre las muchas zonas en sombra, nuestras principales fuentes de
trabajo han sido los dos sumarios del caso, nada menos que siete mil folios que
hemos estudiado a fondo, y las conversaciones mantenidas durante meses con Javier
Anastasio. Hemos
entrevistado a su vez a otros
de los protagonistas de aquel suceso, como el inspector de policía al frente de
la investigación; el vigilante jurado que encontró los cadáveres a las pocas
horas de ser asesinados; el mayordomo de los difuntos marqueses; el abogado que
más tiempo se ocupó de la defensa de Escobedo, y el preso que se topó con este
colgado sin vida en su celda del penal de El Dueso (Cantabria), en lo que ha
pasado a la historia como un suicidio pero que quizá no lo fuese.
Esto
es lo que algunos críticos han dicho de El
hombre que no fui:
«El estilo ágil y lo minucioso de la investigación hacen
de este un texto esencial para sumergirse en el caso de los Urquijo y
desentrañar algunos de los misterios que aún siguen latentes.» Alberto León,
RTVE (pinchar aquí para acceder al artículo íntegro).
«La reconstrucción novelada más cabal que se ha hecho del crimen de los
marqueses de Urquijo.» Pedro Unamuno, El
Mundo (pinchar aquí para acceder al artículo íntegro).
«El
libro interesará a quienes recuerdan aquel episodio de novela negra en plena Transición y servirá para que
otros, quienes no habían nacido entonces, conozcan un caso judicial repleto de
actuaciones por lo menos discutibles, desapariciones de pruebas, chapuzas
sumariales y oscuros intereses cruzados.» César Coca, El Correo (pinchar aquí para acceder al artículo íntegro).
Ya
saben lo que les tienen que pedir a Melchor, Gaspar y Baltasar. O bien para su
cumpleaños. Incluso se pueden animar y darse el capricho ustedes mismos sin que sea estrictamente necesario que medie celebración alguna, porque sí. Y si les gustan, pueden regalárselos a otros o, al menos, recomendarlos. Les
aseguro que con cualquiera de estos títulos darán en el corazón de la diana.
Palabra de escritor.
Muy buena selección, Javier. Enhorabuena
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