Portada del deuvedé y doble cedé Robe. Bienvenidos al temporal. |
No
es Robe. Bienvenidos al temporal una película ni un documental, como algunos pregoneros mal informados han esparcido
en distintas publicaciones y en redes sociales, sino la grabación, en deuvedé y
doble cedé, de un concierto confeccionado
con fragmentos de tres de las actuaciones de la gira española que Roberto
Iniesta realizó el año pasado en compañía de los músicos con los que levantó sus
dos discos en solitario. Esas actuaciones son las de Barcelona (Palau de la
Música), Mérida (Teatro Romano) y Madrid (WiZink Center).
Aclarado
esto, conviene precisar también (y este es un apunte para neófitos) que las canciones incluidas no son en modo
alguno convencionales. Y no lo son porque Iniesta es, quizá, el compositor español ―de música popular, se entiende― que con mayor ahínco transgrede los estándares ortodoxos sobre cómo hacer una canción y siempre que se pone a crear aspira a la invención y no al remedo.
La mejor prueba de ello es que, al igual que sucede en Extremoduro, sus composiciones rehúyen la estructura clásica, consistente en una reiteración de estrofas más estribillo apenas aliviada por un puente musical, y apuestan por los largos desarrollos o, si se prefiere, las múltiples sorpresas: volantazos, cambios de rasante, loopings, disparos líricos y melódicos a quemarropa y otras virguerías propias del adicto al riesgo y la experimentación que es. No hay nadie que aborrezca tanto como él los clichés formales, de ahí que transite caminos poéticos y musicales inéditos que lo llevan a descubrir unas atmósferas que, si bien resultan estéticamente novedosas, se apoyan en planteamientos filosóficos ya presentes en sus primeros trabajos: la lucha del hombre contra todo y todos, y las heridas que el amor en sangre viva y la ausencia de inspiración infligen al creador.
En
estos tiempos de confusión y desaliento, terreno abonado para la proliferación
de falsos profetas del arte, es hasta cierto punto lógico que los maratonianos escaseen y los velocistas sean legión. La obra de Robe nos habla, desde sus mismos inicios, de un corredor de larga distancia; de un escultor que se demora minuciosamente
en cada detalle del molde que esculpe porque sabe que el detalle lo es todo. Así
pues, la música y la literatura que brotan de su cabeza no son sólo una suma de
talento y ambición, también el resultado de un sostenido ejercicio de paciencia.
Respecto
al deuvedé, la poesía y la épica que desprenden las composiciones que conforman
sus dos títulos en solitario ―carentes de la electricidad a la que su autor
nos tiene acostumbrados, pero con una intensidad que se nutre del nervio de la
música clásica― se amplifican por mor del poder persuasor de las imágenes, que, en vez de ser adulteradas, maquilladas, lo cual es siempre una tentación para un realizador, se mantienen casi prístinas, con su esencia original (con predominio de un azul bellísimo y hechizante y un uso efectista, rítmico, del zum), en lo que ha de considerarse un acierto del director, Diego Latorre. En ellas, aparte de al ídolo iracundo se puede
apreciar la labor decisiva de los músicos que hacen posible que el mensaje nos
llegue sin mácula ni error, nítido y atronador a un tiempo. Esos músicos,
paisanos todos ellos del jefe, son Álvaro Rodríguez Barroso (piano, teclados,
acordeón), Carlitos Pérez (violín, bajo, voces), David Lerman (bajo, saxo,
clarinete, voces), Lorenzo González (voz, bajo) y Alber Fuentes (batería,
voces).
Pero de este concierto idealizado nada más voy a añadir porque ya escribí a fondo acerca de los dos discos que le dan cuerpo (pinchar aquí: Lo que aletea en nuestras cabezas y Destrozares. Canciones para el final de los tiempos) y porque cuando se va a ver o escuchar una actuación musical no es necesario que nos sea destripada su arquitectura: basta con dejarse llevar sin más por aquello que nos es mostrado y emprender ese viaje como quien se adentra en una película o una novela, ligeros de equipaje y dispuestos a abstraernos de la grosera realidad mientras dura la inmersión.
Sí
que quiero señalar, sin embargo, lo que he podido ver bajo esas canciones. He
visto a un hombre que asciende una pendiente hacia el punto más elevado de sí
mismo, hacia el torreón de sus emociones. Unas emociones que contagian inevitablemente
al espectador y lo iluminan, incluso en aquellos momentos en los que la boca
del poeta vomita pedazos de noche detenida y apocalipsis.
El
día de la presentación a los medios de este trabajo que ilustra de forma
inmejorable su travesía artística al margen de su sociedad creativa con Iñaki Uoho Antón, y para la que ha empleado
cuatro años de su vida, Robe habló del final de un ciclo, y eso hace que el
nombre de Extremoduro vuelva a parpadear en el horizonte. Pero antes de sacar
las maracas y el confeti sugiero que celebremos el mayor logro de su etapa en
solitario, y ese es haber demostrado que la suya es una vocación sin fisuras.
Quiero decir que en lugar de conformarse con las muchas medallas ya obtenidas,
siguió investigando con la inequívoca intención de acariciar ese Santo Grial que
es la obra maestra. ¿Lo consiguió? Me temo que esa respuesta sólo la darán el
tiempo y ese caprichoso club denominado posteridad.
Es
por otro lado imposible no ver en esta exhibición de esfuerzo y búsqueda una acuciante
necesidad de que sus obras no pasen desapercibidas. Eso nos indica que nos
hallamos ante un artista en el sentido estricto del término, puesto que crea
espoleado por una fiebre inspiradora que lo lleva a abrir puertas nunca antes
franqueadas y cuyo anhelo último es el reconocimiento de quienes asisten al
espectáculo de su arte. Porque para aquellos que todavía no lo sepan, desde que
saltó al ruedo musical, más de tres décadas atrás, Robe, reverso exacto del
artista común, no ha hecho otra cosa que buscar el amor de la gente.
De
todos modos, aquel a quien vemos clamar «Del
tiempo perdido / en causas perdidas, / nunca, nunca, me he arrepentido, / ni
estando vencido, / cansado, prohibido» no es un simple músico, no. A quien
vemos, en realidad, es a Ben-Hur, a Espartaco, al Capitán Trueno. A un luchador
flanqueado por un comando de élite y armado de una guitarra que mata lugares
comunes y prosaísmo, y al que el fragor del campo de batalla le humedece la mirada.
Pero
que nadie se equivoque: las lágrimas de Robe son de acero. Las únicas lágrimas que
un guerrero es capaz de derramar.
Canciones incluidas en el deuvedé y doble cedé, entre las que se ha colado un tema de Extremoduro: Si te vas... |
Entrevista con Robe con motivo del estreno en cines del concierto ‘Robe. Bienvenidos al temporal’
‘La belleza (emocionante) del trueno’ (crónica del concierto ofrecido en el WiZink Center de Madrid el 11 de noviembre de 2017)
‘El arte de transgredir sentado’ (crónica del concierto ofrecido en el Teatro Circo Price de Madrid el 28 de junio de 2017)
Presentación de la gira ‘Bienvenidos al temporal’
‘El último mohicano’ (crítica del disco ‘Destrozares. Canciones para el final de los tiempos’)
‘Pájaros en el corazón’ (crítica del disco ‘Lo que aletea en nuestras cabezas’)
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