Dani Martín en un momento de su actuación en Las Ventas la noche del 26 de septiembre. (Foto: Javier Barbancho.) |
El primero de los dos
únicos conciertos de La cuerda floja, que el madrileño ofreció en una plaza
de toros al límite de su aforo, supuso un paseo triunfal bajo una lluvia de
grandes éxitos
Lo
de Dani Martín anoche en Las Ventas fue una exhibición superlativa de poderío.
El madrileño, que lleva ya 15 de sus 38 años subido a la nube que supone vivir
(muy bien) de aquello que más se ama, logró que los asistentes que colmaron el
coso, y que llegaron a él sobradamente seducidos, se dejaran seducir todavía
más por su verbo directo, su furia de eterno Peter Pan y, sobre todo, por el
bálsamo de unas canciones que se sabían de memoria, hasta la última de sus
comas.
La
«cuerda floja» sobre la que Dani levanta este espectáculo con dos únicas
paradas ―la segunda y última será el 3 de octubre en el Pabellón Olímpico de
Badalona― es una metáfora de la vida. Todos, viene a decir, somos funámbulos
que caminamos sobre un mar infestado de tiburones. Supervivientes, en suma. Y
razón no le falta. Y para darle aún mayor verosimilitud al nombre elegido, el
escenario se convirtió en un circo al que no le faltó ni uno solo de los
archiconocidos personajes de este: el maestro de ceremonias, el payaso, el
forzudo, la mujer barbuda, los acróbatas, el domador, el zancudo, etcétera.
Respaldado
por un ejército de 14 músicos, un Dani de negro riguroso, chupa de cuero con
una calavera con dos tibias en el lado opuesto al corazón, comenzó su andanada
de grandes éxitos con «La suerte de mi vida». A partir de ahí, se alternaron temas de sus dos discos en
solitario, Pequeño (2010) y Dani Martín (2013), con los de El Canto
del Loco, aquella fábrica de canciones contagiosas que dirigió con el arrojo
insensato de los veintitantos y a la que le debe cuanto hoy es.
Así,
y gracias a una eficaz puesta al día (fue un concierto eminentemente rock and roll), piezas como «Son sueños»,
«Insoportable», «Ya nada volverá a ser como antes», «Volverá», «Peter Pan» o
«Una foto en blanco y negro» se incardinaron al repertorio que defiende con
su solo nombre sin que apenas se apreciaran los costurones. Igual que si entre
el loco pasado y el reflexivo presente no se interpusiera barrera alguna.
Entre
las sorpresas, una poderosa versión de «Aunque tú no lo sepas», la hermosa
pieza de Quique González que inmortalizó Enrique Urquijo, y la aparición de
Leiva y su hermano Juancho, de Sidecars, la banda telonera, para tocar con él «Pienso
en aquella tarde», de los
desaparecidos Pereza.
El
momento más emotivo llegó con «El cielo de los perros», canción dedicada a su hermana Miriam (fallecida en 2009), y la
cual solventó acompañado de Iñaki García al piano. Este es mucho más que un
mero teclista: es su brazo derecho musical, tal y como el propio Dani confesó
mientras le dedicaba unas generosas palabras de reconocimiento que recibieron
una justa ovación.
Pero
el público que abarrotó la plaza sabía muy bien a lo que iba: a devorar al
hombre de la noche, al muchacho de casi cuatro décadas de vida ―quién lo diría― cuyas canciones poseen el don, mal que les pese a sus detractores, de quedarse
adheridas a la cabeza como pegatinas. Y el cantante no lo defraudó. Se
contempló en el espejo de sus emociones pretéritas y presentes y se gustó, y
decidió compartir ese selfie de
satisfacción con todos los que habían pagado para verlo, sentirlo y saborearlo.
Tras
«Cero» y «Emocional», dos temas de su
segundo disco que en su cancionero ostentan ya la vitola de clásicos, sonó el «All
you need is love» de los Beatles y
Dani presentó a músicos y actores. Mientras, en las dos gigantescas pantallas
podía leerse su postrera llamada a la autosuperación: «Caminen y no dejen de
hacerlo hasta el final».
Fueron
algo más de dos horas, en fin, de música teatralizada, en las que un Martín que
no parece conocer el miedo al vacío mantuvo el equilibrio en todo momento y
llegó al otro extremo de la cuerda sin un mal rasguño. No sorprende: los tres
lustros que lleva en la primera división lo han dotado de callo escénico, y
basta con verle en acción para constatar que la pasión por su trabajo permanece
intacta.
Y
casi resultó inevitable acordarse, con toda esa parafernalia circense, de
aquellos Payasos de la Tele que, astutos, preguntaban a los niños: «¡¿Cómo
están ustedes?!», y estos les respondían: «¡Bieeeeen!».
Como
esos locos bajitos del pasado, el público de Las Ventas, anoche, se encontraba
mejor que bien. Y eso es algo que a Dani Martín no se le va a olvidar nunca.
Seguro
que desde el lugar en el que se encuentre, Charlie Rivel, su ángel custodio, se
sumó a la fiesta y le aplaudió con energía. Seguro que sí.
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