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Un momento de la entrevista con Dani Martín para el diario El Mundo, en un descanso de los ensayos del espectáculo músico-circense La cuerda floja. (Foto: Ángel Navarrete.) |
(Entrevista publicada en el diario El Mundo el 25 de septiembre de 2015)
En
el verano de 2006, cuando comandaba El Canto del Loco, uno de los grupos
españoles de pop/rock más enérgicos de la pasada década, Dani Martín (Madrid,
1977) experimentó durante tres noches consecutivas el aguijonazo de adrenalina,
júbilo y halago a la vanidad que es contemplar el rostro con miles de atributos
de una plaza de toros de Las Ventas entregada por completo a él y a sus compañeros,
una hazaña jamás repetida. El próximo sábado 26 de septiembre volverá a ese
mismo coso al frente de una banda de 14 músicos, una «recompensa» a la altura
del trabajo esmerado y constante de los últimos cinco años. Un lustro ―desde
que decidió volar solo― que ha dejado tres discos superventas y una legión de
fieles tanto aquí como en América, y que ha terminado de pulir a una estrella
del pop que, alejada de la imagen desafiante del pasado, rezuma gratitud por
los frutos que le dispensa la vida.
La
de Las Ventas será la primera parada, para la cual ya no quedan entradas, de La cuerda floja, un espectáculo
músico-teatral inspirado en el mundo del circo y del que el cantante y su
entorno aseguran que será algo nunca antes visto. La segunda y última cita tendrá
lugar el 3 de octubre en el Pabellón Olímpico de Badalona. Dani habla en
exclusiva para EL MUNDO de su carrera y de otros asuntos de la quemante
actualidad.
Pregunta.– Por fin en Las
Ventas tú solo, no como parte de un grupo, con todas las entradas vendidas.
¿Eso es el éxito?
Respuesta.– No lo sé... Yo lo
veo como una recompensa por haber hecho las cosas lo mejor que he podido. Pues
eso: si vamos a hacer algo, y si la vida te da la oportunidad de tocar de nuevo
en Las Ventas, gástate todo el dinero de la recaudación para que la peña salga
diciendo: «Este hijo de puta es un hijo de puta y nos ha vuelto a enamorar otra
vez». Cuando te sigues levantado con ilusión, persiguiendo las cosas, dando la
vara y no escatimando ni pensando sólo en ganar dinero, la gente lo ve.
P.– Pese a tu longevidad
artística y a las incontestables cifras de tus discos y conciertos, los hay que
te siguen viendo como un producto y te niegan. ¿Cuál es el problema, qué
sucede?
R.– Creo que la razón es
que sigo vendiendo discos, que las chicas siguen gritando en mis conciertos y
que se siguen agotando las entradas. Y que vivimos en un planeta en el que hay
gente a la que eso le escuece y cree que lo que ella hace es mucho mejor y más
auténtico. Eso se llama envidia. Solemos ser muy críticos con lo que vende
mucho, tendemos a ser así de gilipollas. Te podrá gustar o no Pablo Alborán,
pero el tipo hace una cosa que no hace nadie, y lo hace muy bien y por eso
funciona. Cuando te va bien generas ese tipo de sentimientos.
P.– Sin embargo, algunos
de tus maestros se han rendido a tus encantos. Hablo de Serrat y Sabina, nada
menos.
R.– Sí. Pero podrían haberse mostrado reticentes y
me habría parecido bien. También es bonito que alguien te diga que no se siente
identificado con lo tuyo, pero que a lo mejor le puedes llegar a caer muy bien.
Todo es entendible. Está claro que si Serrat y Sabina han cantado conmigo ha
sido porque les ha salido de los cojones, por ninguna otra razón. Para mí, es
un halago absoluto y me hace pensar que vamos por el buen camino.
P.– ¿No debería servir
eso para que los más críticos dejaran a un lado sus prejuicios y se
replantearan tu figura?
R.– Ya, pero es que a los
más críticos tampoco les gusta Sabina: les gusta Manos de Topo, que los respeto
un montón pero, sinceramente, no lo entiendo. A veces mola mucho que te guste
lo que nadie oye, y todo ese tipo de pose. Para mí, el indie es el nuevo mainstream porque
los que más tiques están vendiendo son los indies,
o los que se hacen llamar así. Si un tío se hace llamar indie y lo es de verdad, chapó. Pero la pose es como que me la toca
un poco, la verdad. A mí me gusta la música y me da igual cómo vayas vestido,
si tienes la barba más larga o cómo sean tus gafas.
P.– ¿Qué tienen de
novedoso estos dos únicos conciertos?
R.– No sólo vamos a estar
los músicos, también va a haber 10 artistas de circo que representarán
diferentes historias. Se me ocurrió hacer una especie de metáfora de la vida.
Es un poco la historia de nuestras vidas, de las de todos. Para mí, el cable,
el supuesto cable, es la vida que nos han puesto, y luego estás tú para saber
si te permites dar esos pasos o no, o si te dejas ayudar porque a lo mejor te
da miedo. Todo eso forma parte del viaje y lo represento a través de un cable y
del mundo del circo. El protagonista empieza su vida atravesando el cable como
si fuera Dios, y cuando va por el tercer paso se da cuenta de que hay que hacer
un trabajo grande. En vez de efectos especiales, me gusta que los que
transmitan las emociones sean seres humanos.
P.– Charlie Rivel, un
payaso, te inoculó el veneno del espectáculo, y tus admirados Extremoduro, a
los que has versionado, ya hicieron una gira inspirada en el mundo del circo.
¿Hay algo de homenaje?
R.– Cuando tenía cinco o
seis años, mi madre me llevó a ver a Rivel y me enamoró. Y al poco tiempo
murió. Siempre ha sido una energía que ha estado ahí, y el protagonista de esta
historia está basado en él, sí, por supuesto. A modo de homenaje, no como copia
porque es irrepetible. Y en cuanto a Extremoduro, siempre que me preguntan qué
estoy escuchando digo: «Extremoduro». Porque me encanta. Es como esa gente que
cuando la ves y la abrazas te genera una energía muy especial. A mí me pasa lo
mismo cuando escucho a Robe, que me vuelve loco. Me genera algo que nadie más
me genera, es el compositor con más verdad de la historia de mi vida. Y me
parece que debe ser un sufridor y un tipo con muchas cosas ahí dentro para
contar todo lo que cuenta, y con el que me siento súper identificado. Aunque el
rollo del circo que hizo Extremo con Platero y Tú, porque yo estuve en ese
concierto, fue más el cartel que otra cosa.
P.– ¿Grabar con Roberto
Iniesta sería, hoy, lo más grande que te podría pasar como músico?
R.– Creo que sería
imposible. Fui a ver a Extremoduro a un concierto que dieron en Barcelona y
volví con Robe no sólo en el mismo AVE, sino en el mismo vagón, y te juro que
me temblaban las piernas.
P.– ¿No te acercaste a
saludarle?
R.– No. Y no lo hice
porque es como cuando a veces no te atreves a preguntarle a un autor qué
significa aquella canción suya que tanto te gusta, porque para ti significa
algo muy personal y distinto. A Robe me gusta verle en el escenario y escuchar
sus canciones, pero acercarme a él me parecía como violar su intimidad. Me daba
miedo. Y me daría mucho miedo tratar de contactar con él para proponerle algo y
que me dijera que no, que creo que es lo que me diría, sinceramente. Porque
musicalmente no tenemos nada que ver. Pero a lo mejor en lo personal... Yo qué
sé. A lo mejor seríamos los mejores amigos del mundo. Venimos de dos mundos muy
diferentes pero, en realidad, en muchas cosas seguramente estamos muy
conectados. Quiero creer que es un tipo muy sensible, vulnerable e inseguro,
como yo. Y seguro que nos entenderíamos.
P.– Se avistan ya unas
elecciones generales y tenemos un país aquejado de múltiples males. PP, PSOE,
Podemos, Ciudadanos… Vaya dilema, ¿no?
R.– Ese es el error de
todo lo que está pasando: las siglas, las ideologías fanáticas… Hay una falta
de unión que haría la fuerza y que este país encontrara lo que necesita. Si
todos se pusieran a trabajar, en vez de para conseguir el poder para encontrar
lo mejor para la ciudadanía, soluciones, sería la leche. Creo en el diálogo, en
la comunicación, y sé que la frase «por nuestros santos cojones» es muy
negativa para el crecimiento de un país. Pero siempre tengo la sensación de que
los que llegan no lo hacen por sus virtudes, sino por todos los fracasos del
anterior gobernante. Zapatero no gobernó porque nos convenciera a todos de que
su trabajo y su proyecto iban a ser los mejores, no. Gobernó porque el PP la
cagó. Y si ahora el PP ha perdido poder no ha sido por las virtudes de los
otros, sino porque la ha cagado. Y creo que, al final, la política es un
negocio.
P.– Este diario publicó
en primera plana la foto de un niño de tres años, Aylan Kurdi, que murió
ahogado en el desesperado intento de su familia por una vida mejor. Aparte de
la rabia y la impotencia, ¿no sentiste al verla algo parecido a cuando vimos
desplomarse las Torres Gemelas, que cruzábamos una línea que nos obliga a
cambios drásticos y urgentes?
R.– Uf. No sé si nosotros
lo viviremos, pero no sé hacia dónde vamos. Esto me huele a guerra mundial.
Estoy flipando con todo. Y al final todo desemboca en lo mismo: en la búsqueda
del poder, de la conquista, del yo más. Y en separarnos de lo que realmente
somos: cariño, abrazos, caricias, comprensión. Y la foto de ese niño… Uf. Me
hace sentirme muy, muy mal. Igual que cuando he visto el vídeo de esa
periodista que les da patadas a unos refugiados que huyen. ¿Cómo un ser humano
puede hacer eso? ¿De dónde le viene a esa tía esa patada? ¿Y de dónde le viene
al tipo de Al Qaeda ese odio hacia nosotros? Deberíamos plantearnos por qué
sucede todo esto.
P.– ¿Crees que las
celebridades, dada vuestra gran influencia pública, estáis en el deber moral de
mostraros doblemente generosas con los necesitados en pago por lo bien que la
vida os trata?
R.– A mí la vida no me ha
tratado bien como artista, me ha tratado bien como persona. He sido un
privilegiado por nacer en un país en donde prácticamente lo tenemos todo. Y la
vida nos ha dado la posibilidad de ayudar a gente que, desde que nace, no tiene
las mismas posibilidades que nosotros. Así que me lo tomo como persona, como
ser humano, no como artista. Y los artistas también podemos hacer cosas sin
necesidad de publicitarnos y contarle al mundo lo buenos que somos. Yo hago un
montón de cosas y a veces prefiero que no se sepan, no necesito contárselo a
nadie. Lo único importante es que personas que lo necesitan, reciban el apoyo
que tú les puedes dar.
P.– ¿Alguna vez te has
planteado de qué forma sería posible recuperar una parte de la inocencia
perdida? ¿Enamorarse, tener un hijo, cuidar de un huerto, vivir el resto de la
vida con vistas al mar, mudarse a otro país…?
R.– [Silencio largo]
Creo que no he perdido la inocencia. Y estaba pensando de qué manera no la he
perdido, y creo que es estando vivo. Eso significa disfrutar de un bocadillo de
calamares o de unas angulas. Y emocionarte si vas a ayudar a una familia a la
que un tornado le ha destrozado la casa. O ayudar a una señora a la que van a
desahuciar. Creo que todo eso, hacer cualquier cosas que te emocione y te toque
la piel, hace que te sientas vivo y que no pierdas la inocencia. De mi
profesión me dan mucho miedo las grandes luces, los grandes tocamientos de
hombro, los halagos. Nunca me los he llegado a creer. Siempre he pensado que
estaban de más, y que en realidad yo ni soy tan grande ni lo voy a ser nunca.
Si me dicen: «Tú llenaste Las Ventas tres días», yo digo que no me acuerdo ya
de eso. Lo importante es que la voy a llenar ahora, y eso me mantiene vivo como
un niño pequeño. Y me encanta.
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