El escritor Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927-México DF, 2014).
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La
pereza y una cierta propensión a la melancolía me disuaden de consultar en
internet los hechos más relevantes de este año que a punto está de cederle el
testigo al siguiente. Un año, el séptimo desde el inicio de la crisis, que o bien
ha pasado a la velocidad de un disparo o es que me estoy haciendo mayor. Me
encomiendo, pues, a la memoria, tan falible y caprichosa, para hacer recuento
de algunos momentos más o menos trascendentes que en mi cabeza han resistido el
acecho del olvido.
La
crisis en Ucrania, con su narrativa de sangre y sufrimiento, hizo revivir viejos fantasmas en la
vieja Europa. Nevó en Irán tras más de medio siglo sin hacerlo. Nombraron
alcaldesa de París a una mujer nacida en España e hija de españoles. El rey
Juan Carlos abdicó en favor de su hijo Felipe, que fue aupado al trono al
mes escaso. Una computadora logró pensar por sí misma. España cayó a las
primeras de cambio en el Mundial de fútbol de Brasil (los anfitriones fueron
arrollados en semifinales por la locomotora alemana, que triunfó en la final frente
a Argentina). Rafa Nadal, comido por las lesiones, no lo ganó todo. El ébola
pasó por Madrid y fue abatido. Supimos que el «molt honorable» Jordi Pujol y
sus tropecientos hijos se dedicaron durante años, y en horario de oficina, a
meter billetes de 500 euros en bolsas para luego sacarlos de este país que tanto aborrecen.
La corrupción política en España fue noticia día sí, día también. Un tal
Nicolás, arribista imberbe y jeta mayúsculo, acaparó muchísima más atención
mediática que el Premio Cervantes a Juan Goytisolo. Podemos, un partido
político concebido en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad
Complutense de Madrid y envalentonado a raíz de las subestimadas concentraciones
callejeras del Movimiento 15-M ―«bah, un hatajo de perroflautas», sentenciaron
entonces los sabios―, irrumpió como una bomba de neutrones en nuestra escena
política y social, y todo hace pensar que pondrá fin al monopolio PP-PSOE que
ha regido la mayor parte de nuestra democracia.
Pero son las muertes de personas
ilustres las que permanecen por más tiempo en nuestro recuerdo, y este año se han convertido en polvo algunos de los más grandes. Adiós por siempre a Gabriel
García Márquez, Juan Gelman, Nadine Gordimer, Ana María Matute y Leopoldo María Panero. A Philip Seymour Hoffman, James Garner, Robin Williams,
Lauren Bacall y Eli Wallach. A Paco de Lucía, Peret y Joe Cocker. Al
menos ellos, en tanto que artistas de gran calibre, poseen el privilegio de la
inmortalidad de una parte importante de sí mismos a través de las obras que han dejado.
El guitarrista Paco de Lucía (Algeciras, Cádiz, 1947-Playa del Carmen, Quintana Roo, México, 2014). |
Jorge
Luis Borges, en uno de esos frecuentes arrebatos de lucidez que le sobrevenían sin que se
le moviera un músculo de la cara, filosofó: «La muerte es una vida
vivida. La vida es una muerte que viene».
Todos
deseamos que ese sino inevitable tarde lo más posible en llegar, del mismo modo
que, puestos a pedir, uno quisiera para el 2015 no tener que pisar un hospital
ni de visita. No preocuparse por ningún recibo, por disparatado que sea. No
llorar una sola vez, o hacerlo sólo de risa o de pura emoción. No pelearte más
allá de lo justo con la mujer de tu vida. Celebrar con toda la artillería que
haga falta algún éxito profesional. Ver más a los amigos.
Cierra
ya los ojos, preparado para ser historia, el 2014, y es como un déjà vu: un año más, un año menos.
Después, sin solución de continuidad, habrá que seguir remando bajo un sol
abrasador o soportando la madre de todas las tormentas. Y, por supuesto, no dejar de dar las gracias por ello.
Les deseo una Nochevieja inolvidable ―sean malos, por favor― y un próspero, a todos los niveles, Año Nuevo. Nos vemos en 2015.
Les deseo una Nochevieja inolvidable ―sean malos, por favor― y un próspero, a todos los niveles, Año Nuevo. Nos vemos en 2015.
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