Son legión quienes
sostienen que este actor sigue siendo, cumplido ya el medio siglo, el más guapo
entre los guapos, y quizá estén en lo cierto. Al margen de las encuestas, que
año tras año lo sitúan en los primeros puestos de los hombres más bellos y
sexys del planeta, hay que conceder que físicos como el suyo, de esa pureza, no
abundan. Y no estoy hablando del metro en hora punta, que ahí ni de coña, sino
en lugares en donde los guapos, de tantos como hay, no son noticia: en la grey de
la música o en la del deporte, por citar dos ejemplos. Y en esa Arcadia soñada no
me viene a la cabeza nadie que tenga un rostro que se asemeje al de Brad Pitt.
Tan guapo es, que
agoreros y cainitas le vaticinaron una escuetísima carrera. Que se limitaría a
lucir palmito unos pocos años y después sería ineludiblemente devorado por el
olvido. Cuán equivocados estaban. Además de alcanzar la cima y lograr mantenerse
bien erguido en su resbaladizo suelo, Brad ha demostrado ser un excelente
actor. Alguien capaz de alternar correctas películas comerciales que les han resuelto
el futuro a los nietos de sus tataranietos, con otras de factura independiente en
las que ha podido desplegar sus magníficos dones interpretativos.
El rubio más deseado
del cine desde que a Robert Redford el ciclo natural de la vida lo desplazó al
arcén, estudió periodismo en la universidad de Misuri-Columbia, allá en su
tierra natal, pero no llegó a terminar la carrera: en 1986 se trasladó a Los
Ángeles con el firme propósito de hacerse actor, y entre un casting y el
siguiente llenaba la nevera buscándose la vida como camarero y chófer de
limusinas, todo muy de película.
Tras intervenir en
distintas series de televisión y en decenas de anuncios publicitarios ―fue
concretamente uno de Levi’s el que lo convirtió en un objeto de deseo
internacional aun antes de ser famoso―, le llegó su gran oportunidad con Thelma
y Louise, de Ridley Scott: al
salir del cine, las mujeres, y no pocos hombres, no podían quitarse de la
cabeza a aquel hermoso cowboy que propicia el fatídico desenlace de las
dos protagonistas.
Tan sólo un año más
tarde brilló en su primera película importante, la magnífica El río de la
vida, de Robert Redford, en donde Brad es la reencarnación misma del
director cuando este era joven y bello. Redford se vio reflejado en él y quiso
compartir esa revelación divina con nosotros: la sonrisa como alegoría del «sueño
americano» y el aspecto irresistible
del joven cuya sola aspiración es la de comerse el mundo. Solo que Redford en
macho/macho y Pitt en versión Margaret Astor.
Una década después tuvimos
ocasión de verlos juntos ―en El río de la vida Redford únicamente
dirige― en la eficaz intriga de la CIA Juego de espías, de Tony Scott, y
solo por el hecho de contemplarlos uno al lado del otro, el pasado y el futuro,
el testigo en movimiento, la película ya merece la pena.
No obstante, después de hacer un repaso a su extensa filmografía he
llegado a la conclusión de que fue Kalifornia, de
Dominic Sena, la película que cambió la percepción que la gente tenía de él y,
con ella, su rumbo como actor. Pitt interpreta a un fiero psicópata de la
América profunda, un papel con el que quiso desprenderse ―y lo consiguió con
creces― de la imagen de guaperas puro y duro que le precedía y que tanto le
asqueaba, y el cual anticipó una carrera en donde los personajes arriesgados,
incómodos, al límite, iban a ser recibidos con los brazos abiertos.
Desde entonces su
ascenso ha sido imparable, y atrás deja una docena de películas de gran calidad
y tres candidaturas al Oscar: una al mejor actor de reparto por su papel en Doce monos, y las otras como mejor actor
por El curioso caso de Benjamin Button y por Moneyball.
Mas en esa evolución no
sólo han intervenido belleza, talento, esfuerzo y suerte, también una poderosa personalidad.
Un ejemplo: en Entrevista con el vampiro, donde firmó una interpretación
notable, su relación con Tom Cruise, el coprotagonista, fue todo menos buena (con
Antonio Banderas, en cambio, conectó enseguida). Parece ser que Tom, ya entonces
una estrella consagrada, quiso controlarlo todo, y en algunos momentos del
rodaje llegaron a saltar chispas. Cuando en plena gira promocional le preguntaron
si era cierto que él y Cruise no se habían entendido, soltó: «Deje que le diga
algo: Banderas es un tipo encantador».
Pitt, que además es un
hábil productor cinematográfico, es noticia estos días por el estreno de Corazones de acero, de David Ayer, una
cinta bélica que se centra en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, y
en donde, con un corte de pelo a lo Diego Simeone y unas oportunas cicatrices
faciales, da vida a un curtido sargento del ejército estadounidense al frente
de la tripulación de un tanque que avanza imparable hacia Berlín. Un papel de
bestia parda que le va que ni pintado.
Su carrera es, en
fin, impresionante. Y más aún si tenemos en cuenta que nadie daba un dólar por
él. Pero para ser el nuevo Redford, como muchos le auguran desde El río de la vida y como el propio
Redford parecía desear con toda su alma, aún le faltan méritos. De hecho, ni
siquiera ha dado el salto al terreno en el que su mentor ha obtenido grandes
logros y demostrado que bajo la melenaza rubia hay sobrada materia gris: la
dirección. Tal vez esa sea su asignatura pendiente.
En los próximos años
habrá que estar muy pendientes de sus movimientos. El camino por recorrer se
antoja largo, y no me cabe duda que será brillante. Estaremos especialmente atentos,
sí. Será un placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario