Portada de Dos noches en el Price, de M Clan. |
El
nuestro ha sido un país históricamente muy macho, propenso en exceso a utilizar
los atributos sexuales masculinos y su larga cola de sinónimos como ejemplo de
hombría y coraje, y en donde los santos varones jamás lloraban, por el amor de Dios,
es que se les había metido algo en el ojo.
Llevamos
sin embargo unos años de clara apertura en lo referido a la imagen que
transmite la población masculina, la cual se traduce en una ostensible
relajación de la mandíbula, los bíceps y el metimiento
de tripa. Menos brazos cruzados y más brazos en jarras, o sea.
La
metrosexualidad, ese invento de estilistas megalistos que logró reconciliar al
hombre con el espejo, sedujo a legiones de machos ibéricos. Y lo hizo por la
sencilla razón de que fue una corriente publicitada, en gran medida, por
estrellas del fútbol (léase David Beckham). Como es sabido, el fútbol no puede
incurrir jamás en mariconadas, y si proponía cortes de pelo imposibles, torsos
depilados, profusión de cosméticos y ropa que, pese a costar un telón, atentaba
contra los preceptos del buen gusto había que subirse a toda prisa a ese tren,
ya que con toda seguridad marcaría tendencia. Y vaya si lo hizo.
Entre
los artistas, esa «feminización» también se ha dejado notar. Los músicos ya no
imitan a Bruce Springsteen, paradigma del «macho man», ni los actores a Clint
Eastwood, el gesto siempre grave y el revólver XXL presto para lo que pueda
pasar. Ahora, en fin, se lleva otro tipo de hombre: sensible, empático,
dialogante, falible.
Sin
embargo, aún quedan nostálgicos que se desmarcan del escaparate imperante ―un
poquitín moña, todo sea dicho― y se mantienen fieles a sus principios viriles. Románticos
incurables que continúan afeitándose con navaja y que piensan que el after-shave es una de esas discotecas pasadas
de vueltas a las que se va ya bien entrada la mañana.
Tenemos
algunos ejemplos cercanos. He ahí Carlos Tarque (Santiago de Chile, 1969),
rostro y rugido de M Clan, y Loquillo (Barcelona, 1960), el tupé más glorioso
del reino. Ambos, siendo tan distintos, simbolizan a la perfección al
hombre-hombre, sin tonterías ni medias tintas, y eso, qué quieren que les diga,
mola.
Estoy
hablando de que esos dos vocalistas han perseverado no en el lado ramplón y soez
del «macho», y menos aún en el discurso bravucón que hasta hace no tanto lo impregnaba
todo, sino en el perfume estético y sentimental de los grandes tipos duros que
en el mundo del espectáculo han sido. Tipos como Lee
Marvin, Bogart, Robert Mitchum, Dean Martin, Johnny Cash, etcétera. De esa racial escuela
vienen, y de ahí que las ambigüedades no tengan cabida en su puesta en escena ni
en la actitud que adoptan en las entrevistas. En esos lances, el único postureo
que se permiten es del tipo: «Nena, ¿tienes fuego?», por más que su interlocutor
luzca una barbaza a lo Bakunin. Y es que España y ellos son así, señora.
M
Clan acaba de estrenar Dos noches en el Price,
un sabroso doble cedé y doble DVD. El audio y el primero de los deuvedés
contienen 22 temas que fueron grabados las noches del 6 y 7 del pasado mes de
junio en el madrileño Teatro Circo Price. En aquellos conciertos preveraniegos,
algunos primeros espadas de la música española se subieron con ellos al
escenario: Enrique Bunbury cantó «Miedo»; Fito Cabrales, «Carolina»; Miguel
Ríos eligió «Roto por dentro»; Ariel Rot se autoversionó con «Me estás
atrapando otra vez», uno de los grandes títulos de Los Rodríguez; Alejo Stivel,
productor y exTequila, acometió «Usar y tirar», y Enrique Villarreal, El
Drogas, «Las calles están ardiendo». El grupo argentino Guasones se sumó a la
fiesta y rocanroleó en «Sin rumbo y sin dirección», versión españolizada del
«Like a Rolling Stone» de Bob Dylan.
El
remate lo pone el documental Las calles
siguen ardiendo. La historia de M Clan, dirigido por las granadinas
Lasdelcine. Estas reconstruyen la historia de la banda, desde sus orígenes
hasta el presente, por medio de las entrevistas realizadas a todas aquellas
personas que han tenido algo que ver con ella.
Poco se puede añadir a
estas alturas sobre la valía de Tarque. Su voz, que se forjó desgastando los
vinilos de Led Zeppelin y paladeando a grandes afónicos del rock como Rod
Stewart y John Fogerty, es una de las más sugestivas y electrizantes del
momento. Como complemento, se encarga de mantener muy vivas las maneras de
Steve McQueen y exhibe los vaqueros con la misma rotundidad torera que Joe Dallesandro
en la portada de Sticky Fingers (benditos
Stones). Talento y figura, en fin. No creo que pueda pedírsele más.
Portada de El creyente, de Loquillo. |
En
cuanto a José María Sanz Beltrán, alias Loquillo (o el Loco, que ya va teniendo
una edad), su último trabajo es el doble cedé más deuvedé El creyente, que recoge el vibrante concierto que ofreció en el
Palacio de los Deportes de Granada el 22 de febrero de este año, y en el que
recorrió los grandes éxitos de su carrera. Leiva y Ariel Rot, los artistas
invitados, le metieron guitarra y voz a «Rock de Europa» y a la inmensa «Rock
and roll star».
De
Loquillo podemos aventurar sin riesgo a equivocarnos que es un señor muy alto y
muy serio que vale mucho más por lo que cuenta que por lo que calla, pues dice
siempre lo que piensa y nunca se deja una bala en la recámara. En una
entrevista que le hice en la época del televisivo Séptimo de caballería, dirigido y presentado por Miguel Bosé, y al
que no fue invitado, desplegó toda su artillería: «Soy un chico de barrio que
edita tres discos en tres años y al cual no le permiten actuar en un programa
pagado por todos los españoles. Y entonces ese chico de barrio protesta. ¿Por
qué este tío [Bosé] no me quiere sacar? ¿Porque hago rocanrol? ¿Porque soy
heterosexual? ¿Porque soy alto? Miguel tiene un poder tan grande que le puede
hundir la carrera a cualquiera. A mí, no. Porque nunca he creído en eso y,
además, tengo mis propias formas de defenderme».
El
Loco se ha apropiado, con un par, de aquel lema del gran John Wayne: «Feo,
fuerte y formal», y esa triple efe lo explica mejor que cualquier tesis
doctoral que intentara reducir a palabras esos dos metros de tío. Otra de sus
virtudes es la de ser un incondicional de sus amigos y un discípulo agradecido de
sus maestros. Prueba de ello es que cuando la inmensa mayoría le ha dado la
espalda a Ramoncín debido a su paso por la SGAE y a sus flirteos con otras
facetas del espectáculo que nada tienen que ver con la música, en la que
destacó hace ya demasiado tiempo, él lo sigue defendiendo a muerte y lo
reivindica como uno de los grandes del rock en español. Eso es un amigo, qué
cojones.
Recapitulemos:
Dos noches en el Price, de M Clan, y El creyente, de Loquillo, son dos trabajos
completísimos y estupefacientes que valen de sobra lo que cuestan, y con los
que he disfrutado una barbaridad en los últimos días. Dos trabajos igual de
rotundos que sus hacedores. Porque no hay que olvidarlo: con Carlos y José
María ha vuelto el hombre, si es que alguna vez se fue.
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