Paradójico
país el nuestro. A diferencia de la vecina Francia, en donde quien alcanza la
gloria la retiene para siempre, en estos impagables pagos no hay nada que guste
más que levantar mitos para después derruirlos o ignorarlos, otorgarles la
distinción del olvido.
No
es este el caso que nos ocupa, vaya por delante. Por más que en él haya algo,
unas gotas siquiera, de ese gen perverso, cainita, descorazonador. Y no es este
el caso porque con Rafael Nadal difícilmente se puede intentar el derribo, pues
su hoja de servicios desarma cualquier voz disidente. Mas he aquí los hechos.