Iñaki Uoho Antón en un momento de su actuación en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas junto a la Orquesta Sinfónica de Gran Canaria. |
Ha
colgado Extremoduro en su página oficial tres vídeos en los que Iñaki Uoho Antón, acompañado de la Orquesta Sinfónica de Gran Canaria, interpreta piezas de Johann
Sebastian Bach en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas. Iñaki ya había coqueteado con Bach en La ley innata, la obra magna de
Extremoduro y el mejor disco español, de cualquier género, de la primera década
del presente siglo. Pero en este caso lo que vemos es todo Bach, de principio a
fin. Es decir, su audaz guitarra eléctrica sobre un fondo de violines, violas,
violonchelos, flauta de pico, contrabajo y clavecín acometiendo el concierto de Brandeburgo n.º 4
(movimientos: I. Allegro. II. Andante. III. Presto), el concierto para clave n.º 5 en fa menor, BWV 1056
(interpretado en fa sostenido menor), y el Preludio y Fuga n.º 2 en do menor,
BWV 847.
Desde
Deep Purple hasta Metallica, muchos han sido los grupos de rock que han
invadido el sacro templo de la música clásica con desiguales resultados. Y en
España existe una orquesta sinfónica compuesta sólo de guitarras eléctricas,
Sinfonity, que ejecuta piezas de, entre otros, Vivaldi, Manuel de Falla y el
citado Bach. Pero a diferencia de esas bandas, Iñaki no ha llevado a cabo una revisión ni una reinterpretación de
algunas de las obras del sumo maestro de la música barroca. Tampoco ha contado en su difícil travesía con el
abrigo tranquilizador de otros guitarristas. Lo que Iñaki ha hecho ha sido enfrentarse
a unas partituras clásicas ―sin necesidad de leerlas, previamente memorizadas― con una propiedad y un rigor absolutos. Quiere esto decir que ha huido de tentadores efectismos, de ese tipo de malabarismos metaleros que buscan el aplauso fácil pero carecen de alma, y ha respetado casi escrupulosamente la literalidad de los textos originales. De hecho, se ha permitido escasas licencias; apenas unos
adornos introductorios. Ribetes líricos propios del fino estilista que es.
La
calidad como instrumentista de Iñaki, de cuyo virtuosismo ya sabíamos, se hace todavía
más patente en esta ocasión. De pie en el escenario, con la verticalidad de un mástil, el
músico vasco demuestra un dominio de las seis cuerdas al alcance de muy pocos de
sus colegas, y una capacidad encomiable para abordar el género musical supremo y
hacerlo suyo. Porque después de ver cómo su guitarra reproduce a uno de los
grandes compositores de la música clásica, nadie dudará que podría ascender cumbres
aún más altas y salir incólume.
El
talento verdadero, cualquiera lo sabe, es una rareza. Es esa cuarta hoja que hace que un
trébol se distinga del resto de su especie. Ese relámpago cegador que se rebela
contra la noche cerrada. O esa guitarra que, según la sentencia de Borges, te puede matar. Esa guitarra «asesina» bien pudiera ser la de la mitad pensante
de Extremoduro arrancándose por Bach y demostrando que un instrumento musical
puede convertirse en una alfombra voladora capaz de transportarte a otros
mundos, siempre y cuando quien lo ejecute lo haga con excelencia, hondura y buen gusto.
Si hay una sola cosa buena de este encierro que estamos soportando, del confinamiento obligado al que el hijo de
la grandísima puta del coronavirus nos tiene sometidos, es que con tantas horas en casa es imposible
no entregarse a la lectura, al visionado de películas y a la escucha de música.
Y sumergirse durante poco más de veinte minutos en este bellísimo homenaje no
es ya que merezca la pena, es que resulta necesario.
No
me cabe duda de que si Bach resucitara y viera lo que Iñaki ha hecho con su música se sentiría halagado. Y uno de sus
pulgares apuntaría al cielo.
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