miércoles, 28 de septiembre de 2016

Dani Martín: «Muchos dicen que soy el niño mimado de Sony, pero esa buena relación me la he trabajado»

Un momento de la entrevista con Dani Martín en el madrileño Centro de Nuevos Creadores (CNC), la escuela de interpretación de Cristina Rota.               (Foto: Javier González.)
El lugar que Dani Martín (Madrid, 1977) ha elegido para la entrevista no es en modo alguno casual: la academia de interpretación en la que estudió en los noventa, la de Cristina Rota. Allí, en un banco de madera a la intemperie que aún resiste las acometidas del tiempo, se gestaron las primeras canciones de El Canto del Loco, el grupo español de pop/rock que sedujo a miles de jóvenes ―y no tan jóvenes― en la primera década de este siglo. Dani no regresa a su ‘alma mater’ con las manos vacías, sino con su tercer disco de creación en solitario, La montaña rusa (Sony Music), bajo el brazo. Grabado en los estudios londinenses de Abbey Road, en donde sus angelicales majestades los Beatles inmortalizaron casi todos sus discos, es su trabajo más enérgico desde la disolución de ECDL y, también, el más doliente, consecuencia de una doble ruptura sentimental que le hizo besar la lona. Y qué quieren. Aquel muchacho con boca de metralleta y aliento indómito que se crió en el madrileño pueblo de Alalpardo es hoy un hombre mesurado y con las ideas nítidas, pero sigue siendo puro corazón.


Pregunta.– Los títulos de tus discos y espectáculos en solitario se empeñan en desdecir tu vitola de triunfador: Pequeño, La cuerda floja, La montaña rusa… ¿Por qué insistes en pellizcarte mientras sueñas?

Respuesta.– Porque nunca me lo termino de creer. Mi madre siempre me dice que el día que me lo crea viviré más tranquilo y sufriré mucho menos. Aunque creo que eso que dices tiene algo de realidad, esa es mi naturaleza. Nunca estoy tranquilo, nunca disfruto de las cosas. Siempre creo que todo va a ir mal y no va a ser maravilloso, cuando sí que lo es. Son pensamientos irracionales.

P.– No terminas de creerte tu buena suerte.

R.– No termino de hacerlo, no. Y mira que trabajo a diario por regarla y porque esa buena suerte se mantenga viva, pero no hay forma.

P.– Quizá porque piensas que asumir que se está en la cima es, de algún modo, propiciar la caída.

R.– Nunca me veo en la cima; creo que la cima es otra cosa. Me considero del Atleti: llego a las finales pero, de una forma o de otra, siempre pasa alguna cosa que evita que no termine de suceder algo súper enorme. Aunque me gusta.

P.– ¿A qué huelen los estudios Abbey Road?

R.– Paul McCartney dice que si le pusieran una venda en los ojos y lo llevaran a Abbey Road, sabría que está allí. Huele a madera, a nervios, a energía acumulada.  

P.– A historia de la mejor música.

R.– Sí. A una historia de la música inalcanzable. Y no es un hotel de cinco estrellas. Es un lugar donde hace frío, no hay calefacción, Londres en enero. Ves en un documental de los Beatles que ellos tenían los mismos calefactores que hemos tenido nosotros, o muy parecidos. A las cuatro de la tarde ya empieza a hacer un poco de calor. Pero es un lugar mágico en el que el lujo es el sonido que puedes recoger grabando una batería y un bajo por la reverb natural que tiene la sala. A Bori [Alarcón, el productor] le han preguntado qué reverb ha utilizado en la caja de «Los charcos», que es la canción que está sonando ahora en la radio, y él ha contestado que ninguna, que es la de la sala: 17 micros colocados de forma estratégica. Es una sala súper diáfana. Allí te sientes apabullado. Cuando llegamos se nos quedó una cara a todos… Es como si llevas a alguien de provincias por vez primera al Bernabéu.    

P.– ¿Se te llegó a aparecer el fantasma de Lennon?

R.– No, ja, ja. Pero te juro que cuando estás allí sientes una energía muy especial. De verdad.

P.– La mujer que ha inspirado estas canciones arrebatadas y sufrientes, ¿merecía todo un disco?

R.– En realidad, son dos combates con dos personas, y en ambos casos el rol era diferente. Perdí ambas batallas, aunque con el paso del tiempo te das cuenta de que también has sido ganador porque te has llevado un montón de vivencias. Me atrevería a decir que son tres peleas. Porque alguna no llegó a ser pelea, sólo llegó a pesaje [continuando con los símiles pugilísticos]. Vivir experiencias te permite, al menos en mi caso, la posibilidad de tener cosas que contar y que la gente que escucha el disco se sienta identificada con eso que cuentas. 

P.– Hay jirones tuyos por todas partes. Ahí están las menciones a «el del Canto del Loco», «Madrid», «Cádiz», «Venecia», «París»... Has dejado poco espacio a la imaginación y mucho a la autobiografía.

R.– Sí, es un disco muy claro. Lo que se dice es lo que hay, o hubo. Es muy autobiográfico, sí.

P.– Como lo fue Pequeño, aunque de otra manera.

R.– Sí. Aunque en ese disco no hablaba tanto de una relación emocional con una persona como de un momento de cambio y de las etiquetas que la gente nos pone. Y luego estaba la historia de mi hermana [Miriam, fallecida en febrero de 2009], que fue muy importante para mi familia. Cuando estábamos haciendo las maquetas de este disco, mis compañeros me decían que tal vez me estaba exponiendo demasiado y sacando mucho de mí. Lo que pasa es que yo no sé hacer una canción sobre una historia inventada. No me interesa. Prefiero vomitar lo que llevo en mis vísceras. Así es más de verdad y más bonita, y genera mayores emociones. 

P.– ¿Por qué alguien que en apariencia lo tiene todo no logra triunfar en el amor? Si es que se puede hablar de triunfo en ese terreno.

R.– Sí, sí. Para mí, el triunfo en el amor es compartir y ser generoso, y bregar cada día con los impedimentos que surgen. Creo que, en muchos momentos, el fallo está en mí. Por incidir siempre en lo mismo y forzar ciertas cosas. Y también por no encontrar a la persona adecuada.

P.– Veo que no dudas en hacer autocrítica.

R.– Absolutamente. Y reconozco mis errores, claro que sí. A veces soy irracional. Y soy inseguro, sensible, susceptible, vulnerable, impresionable. Me hago un guion y cuando no sucede así, me frustro. Y eso me hace estar siempre insatisfecho. De ahí la montaña rusa del título. Soy un inconformista total.    
 
P.– ¿Y no hay también un manifiesto miedo al compromiso?

R.– Absoluto. Miedo a rendirme. Y a cambiar de vida.

P.– Y a dejar de ser niño.

R.– Sí, totalmente. 

La combativa portada de La montaña rusa.


P.– De tus tres trabajos como solista, este es el que más me recuerda a El Canto del Loco. «Nada más que tú», «Pelear» y, sobre todo, «Romperás» son, sí, muy cantoloqueras. Es más, creo que ECDL sonaría hoy muy parecido a muchos momentos de este disco.
                         
R.– Me encanta. Bori también dice que suena a ECDL de 2016. Y me enorgullece que eso sea así porque significa que he dejado atrás un prejuicio; que he dejado de negar esa zona de mí. Y cuando eso ha aparecido, en la composición de este disco, le he dado permiso para que se quedara. Yo me inventé ECDL hace 20 años, en este mismo sitio donde ahora estamos. Es parte de mí. Es como dejar de ir a un sitio de vacaciones y volver al cabo de los años y sentirte a gusto. Me salió natural. En los dos anteriores discos no, aunque tampoco lo permití.

P.– Tal vez esa impresión se deba también a que este es tu disco más movido desde que te emancipaste. El más pop/rock, por más que sigas en pos de un sonido netamente rocanrol que no termina de llegar.

R.– Es que no llego al sonido rock porque no me sale. Lo intento, pero me sale esto. Aunque en esta ocasión estoy menos peleado con eso. Esta es la manera de escribir que tengo, y ya está.

P.– Y ¿por qué no asumir que tu terreno natural es ese, el pop/rock?

R.– Sí. Incluso el melódico. Y el power pop. Totalmente. Estoy rendido ante eso. Y ante el querer gustar a todo el mundo. Es imposible. Me rindo.

P.– En «Que se mueran de envidia» les deseas eso mismo, «aunque muertos ya estén», a «los que todo maquillan». ¿Quiénes? ¿Algunos periodistas? ¿Los políticos? ¿Todos los que viven entre tinieblas y sufren con la luz ajena?

R.– Los que se meten en la cama todos los días con una rutina y una vida gris, con un huerto de hojas secas. Espero que algún día me llegue el amor verdadero, no ese impulso que dura poco tiempo. Vivimos en un mundo en el que nos conformamos con tener una pareja, un hijo, un árbol en el jardín, un plasma, un Volvo en el garaje. Y esa es la felicidad. Para mí, la felicidad es lo que veo en mis padres. Dos personas que cada día tratan de amoldarse, de adaptarse, de ser generosas, pacientes. Ellos no están muertos. Han vivido una relación en la que se han ido modificando y comprendiendo lo que le pasaba al otro, intentando escucharse, cometiendo errores, tratando de enmendarlos... Eso es precioso. Y hay gente que tiene envidia de eso y vive de cara a la galería. Están muertos. Se meten en la cama juntos durante 30 años y, en realidad, se están poniendo los cuernos, aunque sea mentalmente. Hay que tratar de que la primavera esté presente siempre en la pareja, y si no, no tenerla. 

P.– Pasado mañana vas a ofrecer un concierto en un autobús de dos plantas que recorrerá algunas de las principales calles de Madrid (pinchar aquí). Como acto promocional me parece un bombazo, pero me temo que muchos conductores van a querer estrangularte. Vas a liar un buen pitote circulatorio.

R.– Ojalá. Me encantaría liar un buen pitote. Un pitote de risas, de música, de llenar la ciudad de un poquito de anarquía controlada. 

P.– Con ECDL ya hiciste algo así para un spot de una marca de refrescos que dirigió Álex de la Iglesia.

R.– Sí. Siempre que me siento con la gente de Sony y de mi oficina y les pregunto qué vamos a hacer, me dicen: «Vamos a hacer un videoclip y vamos a ir a Buenafuente, a El Hormiguero…». Y yo entonces les digo que por qué no nos subimos a un autobús y cantamos. Pues en esta ocasión se ha podido hacer realidad. Nos han dado los permisos.

P.– ¿A quién hay que sobornar para conseguir que te concedan esos permisos?

R.– Pues no lo sé. Lo ha conseguido una agencia que hemos contratado para ello. Aunque también se cortan las calles en Madrid para otra cosa que me encanta, que es correr. Para una carrera. Y creo que la música también lo merece. Es muy bonito ver a la gente con la sonrisa puesta mirando a un tío cantar en mitad de una ciudad tan maravillosa como es Madrid. Faltan ese tipo de iniciativas. Seguramente habrá algún tío al que le joda porque quiere llegar a un sitio y habrá algo más de tráfico, pero para eso hay gente que sabe distribuir el tráfico y evitar que eso sea una hecatombe.

P.– ¿Eres consciente de la fuerza de la que gozas en la discográfica a la que perteneces? Eres de los pocos artistas españoles que plantea una idea de difícil realización y no sólo es escuchado, sino que se lleva a término.

R.– Cuando llevas 17 años respetándoles, cuando no fallas nunca, a ningún acto ni evento que se te propone, cuando no das ningún tipo de problema y tratas bien a la gente que, al final, es tu compañera, cuando te gusta cuidar cada cosa que haces, cada detalle, pues hay gente que llega a comprender cuál es tu manera de funcionar. Mucha gente dice que soy el niño mimado de Sony, pero lo cierto es que la buena relación que mantenemos me la he trabajado y siempre he devuelto lo que se me ha brindado. Es como la amistad: en función de cómo te portes con tus amigos obtendrás unas cosas u otras. Cuando a Javi, de mi oficina, le pido a las once y media de la noche si puede, por favor, hacer una cosa  y la hace, lo valoro y a cambio hago otra cosa por él. Si tú respetas, la gente te respeta. 

P.– Tras las elecciones generales de diciembre de 2015 y las de junio de este año, todo parece indicar que volveremos a las urnas en plenas navidades. ¿Hablamos de política?

R.– Sí. La política, hoy, es un negocio. No sólo de dinero, también de poder. Aquí nadie lucha por un bienestar para la ciudadanía, sino para su propio partido. Los partidos políticos son empresas. Hay que quitarles visceralidad y fanatismo a los partidos políticos porque la política no es fútbol. Necesitamos gestores sin tantos colores ni banderas ni escudos. Hay demasiados intereses. Siguen saliendo casos y casos de corrupción, y aquí no pasa nada. Nadie dimite ni asume culpas ni se hace cargo de nada.  Da igual.  

P.– A veces sueño que en los periódicos, físicos y digitales, las noticias de ciencia, cultura, sociedad preceden a las de política. ¿Te parece un buen sueño, te apuntas?

R.– Me encantaría. Creo que eso sería enriquecedor y nos haría mucho mejores. Que tuviéramos un abanico mayor de todo eso, pero no es así. 

P.– Al fin y al cabo, no sé de qué nos quejamos: somos nosotros los que hemos convertido a los políticos en estrellas de rock. Y lo peor de todo es que, en vez de cantar, dan el cante. Hemos creado el monstruo. 

R.– Los hemos convertido en estrellas mediáticas. Y lo más acojonante es que seguimos votando a partidos corruptos y con ideas completamente alejadas de la realidad. Y no hablo sólo del PP, sino de todos los partidos. Es que no me creo nada de nadie. No se puede consentir que una persona gobierne una comunidad autónoma durante 20 años. No es serio. Es de república bananera.

P.– ¿Cuándo arrancará la gira de La montaña rusa? ¿Cruzará el charco?

R.– Va a ser una gira de recintos pequeños, y sí, arrancará en América en noviembre. México, Bogotá, Lima. Y luego, en febrero, empezaremos en España. Sitios de 1.800 personas como máximo. Y en verano me apetece hacer cosas muy especiales. No convertirme en un funcionario y hacer muchos bolos, sino cosas distintas. También algo más grande, si lo puedo manejar y me siento cómodo.

P.– El Vicente Calderón.

R.– Hombre, me encantaría que se hiciera el último concierto en el Calderón y que yo estuviera ahí. Hacer el último homenaje a ese lugar que, aparte de haber sido un sitio maravilloso para el Atlético de Madrid, y para el fútbol en general, también lo ha sido para la música. Hemos vivido allí conciertos de los Rolling Stones, de Paul McCartney, de Michael Jackson, de Bruce Springsteen... Incluso un concierto mío en 2005. Sí, me encantaría tocar allí.  


Dani Martín y Javier Menéndez Flores. (Foto: María Amaro.)



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