Un momento de la entrevista con Dani Martín en el madrileño Centro de Nuevos Creadores (CNC), la escuela de interpretación de Cristina Rota. (Foto: Javier González.) |
El
lugar que Dani Martín (Madrid, 1977) ha elegido para la entrevista no es en
modo alguno casual: la academia de interpretación en la que estudió en los
noventa, la de Cristina Rota. Allí, en un banco de madera a la intemperie que
aún resiste las acometidas del tiempo, se gestaron las primeras canciones de El
Canto del Loco, el grupo español de pop/rock que sedujo a miles de jóvenes ―y
no tan jóvenes― en la primera década de este siglo. Dani no regresa a su ‘alma
mater’ con las manos vacías, sino con su tercer disco de creación en solitario,
La montaña rusa (Sony Music), bajo el
brazo. Grabado en los estudios londinenses de Abbey Road, en donde sus
angelicales majestades los Beatles inmortalizaron casi todos sus discos, es su
trabajo más enérgico desde la disolución de ECDL y, también, el más doliente,
consecuencia de una doble ruptura sentimental que le hizo besar la lona. Y qué
quieren. Aquel muchacho con boca de metralleta y aliento indómito que se crió
en el madrileño pueblo de Alalpardo es hoy un hombre mesurado y con las ideas
nítidas, pero sigue siendo puro corazón.
Pregunta.– Los títulos de tus
discos y espectáculos en solitario se empeñan en desdecir tu vitola de
triunfador: Pequeño, La cuerda floja, La
montaña rusa… ¿Por qué insistes en pellizcarte mientras sueñas?
Respuesta.– Porque nunca me lo
termino de creer. Mi madre siempre me dice que el día que me lo crea viviré más
tranquilo y sufriré mucho menos. Aunque creo que eso que dices tiene algo de
realidad, esa es mi naturaleza. Nunca estoy tranquilo, nunca disfruto de las
cosas. Siempre creo que todo va a ir mal y no va a ser maravilloso, cuando sí
que lo es. Son pensamientos irracionales.
P.– No terminas de
creerte tu buena suerte.
R.– No termino de
hacerlo, no. Y mira que trabajo a diario por regarla y porque esa buena suerte
se mantenga viva, pero no hay forma.
P.– Quizá porque piensas
que asumir que se está en la cima es, de algún modo, propiciar la caída.
R.– Nunca me veo en la
cima; creo que la cima es otra cosa. Me considero del Atleti: llego a las
finales pero, de una forma o de otra, siempre pasa alguna cosa que evita que no
termine de suceder algo súper enorme. Aunque me gusta.
P.– ¿A qué huelen los
estudios Abbey Road?
R.– Paul McCartney dice
que si le pusieran una venda en los ojos y lo llevaran a Abbey Road, sabría que
está allí. Huele a madera, a nervios, a energía acumulada.
P.– A historia de la
mejor música.
R.– Sí. A una historia
de la música inalcanzable. Y no es un hotel de cinco estrellas. Es un lugar
donde hace frío, no hay calefacción, Londres en enero. Ves en un documental de
los Beatles que ellos tenían los mismos calefactores que hemos tenido nosotros,
o muy parecidos. A las cuatro de la tarde ya empieza a hacer un poco de calor.
Pero es un lugar mágico en el que el lujo es el sonido que puedes recoger
grabando una batería y un bajo por la reverb
natural que tiene la sala. A Bori [Alarcón, el productor] le han preguntado qué
reverb ha utilizado en la caja de
«Los charcos», que es la canción que está sonando ahora en la radio, y él ha contestado
que ninguna, que es la de la sala: 17 micros colocados de forma estratégica. Es
una sala súper diáfana. Allí te sientes apabullado. Cuando llegamos se nos
quedó una cara a todos… Es como si llevas a alguien de provincias por vez
primera al Bernabéu.
P.– ¿Se te llegó a
aparecer el fantasma de Lennon?
R.– No, ja, ja. Pero te
juro que cuando estás allí sientes una energía muy especial. De verdad.
P.– La mujer que ha
inspirado estas canciones arrebatadas y sufrientes, ¿merecía todo un disco?
R.– En realidad, son dos combates con dos personas, y en ambos
casos el rol era diferente. Perdí ambas batallas, aunque con el paso del tiempo
te das cuenta de que también has sido ganador porque te has llevado un montón
de vivencias. Me atrevería a decir que son tres peleas. Porque alguna no llegó
a ser pelea, sólo llegó a pesaje [continuando con los símiles pugilísticos].
Vivir experiencias te permite, al menos en mi caso, la posibilidad de tener
cosas que contar y que la gente que escucha el disco se sienta identificada con
eso que cuentas.
P.– Hay jirones tuyos por
todas partes. Ahí están las menciones a «el
del Canto del Loco», «Madrid», «Cádiz», «Venecia», «París»... Has dejado
poco espacio a la imaginación y mucho a la autobiografía.
R.– Sí, es un disco muy
claro. Lo que se dice es lo que hay, o hubo. Es muy autobiográfico, sí.
P.– Como lo fue Pequeño, aunque de otra manera.
R.– Sí. Aunque en ese
disco no hablaba tanto de una relación emocional con una persona como de un
momento de cambio y de las etiquetas que la gente nos pone. Y luego estaba la
historia de mi hermana [Miriam, fallecida en febrero de 2009], que fue muy
importante para mi familia. Cuando estábamos haciendo las maquetas de este
disco, mis compañeros me decían que tal vez me estaba exponiendo demasiado y
sacando mucho de mí. Lo que pasa es que yo no sé hacer una canción sobre una
historia inventada. No me interesa. Prefiero vomitar lo que llevo en mis
vísceras. Así es más de verdad y más bonita, y genera mayores emociones.
P.– ¿Por qué alguien que
en apariencia lo tiene todo no logra triunfar en el amor? Si es que se puede
hablar de triunfo en ese terreno.
R.– Sí, sí. Para mí, el
triunfo en el amor es compartir y ser generoso, y bregar cada día con los
impedimentos que surgen. Creo que, en muchos momentos, el fallo está en mí. Por
incidir siempre en lo mismo y forzar ciertas cosas. Y también por no encontrar
a la persona adecuada.
P.– Veo que no dudas en
hacer autocrítica.
R.– Absolutamente. Y
reconozco mis errores, claro que sí. A veces soy irracional. Y soy inseguro,
sensible, susceptible, vulnerable, impresionable. Me hago un guion y cuando no
sucede así, me frustro. Y eso me hace estar siempre insatisfecho. De ahí la
montaña rusa del título. Soy un inconformista total.
P.– ¿Y no hay también un
manifiesto miedo al compromiso?
R.– Absoluto. Miedo a
rendirme. Y a cambiar de vida.
P.– Y a dejar de ser
niño.
R.– Sí, totalmente.
La combativa portada de La montaña rusa. |
P.– De tus tres trabajos
como solista, este es el que más me recuerda a El Canto del Loco. «Nada más que
tú», «Pelear» y, sobre todo, «Romperás» son, sí, muy cantoloqueras. Es más, creo que ECDL sonaría hoy muy parecido a
muchos momentos de este disco.
R.– Me encanta. Bori
también dice que suena a ECDL de 2016. Y me enorgullece que eso sea así porque
significa que he dejado atrás un prejuicio; que he dejado de negar esa zona de
mí. Y cuando eso ha aparecido, en la composición de este disco, le he dado
permiso para que se quedara. Yo me inventé ECDL hace 20 años, en este mismo
sitio donde ahora estamos. Es parte de mí. Es como dejar de ir a un sitio de
vacaciones y volver al cabo de los años y sentirte a gusto. Me salió natural.
En los dos anteriores discos no, aunque tampoco lo permití.
P.– Tal vez esa impresión
se deba también a que este es tu disco más movido desde que te emancipaste. El
más pop/rock, por más que sigas en pos de un sonido netamente rocanrol que no
termina de llegar.
R.– Es que no llego al
sonido rock porque no me sale. Lo intento, pero me sale esto. Aunque en esta
ocasión estoy menos peleado con eso. Esta es la manera de escribir que tengo, y
ya está.
P.– Y ¿por qué no asumir
que tu terreno natural es ese, el pop/rock?
R.– Sí. Incluso el
melódico. Y el power pop. Totalmente. Estoy rendido ante eso. Y ante el querer
gustar a todo el mundo. Es imposible. Me rindo.
P.– En «Que se mueran de
envidia» les deseas eso mismo, «aunque
muertos ya estén», a «los que todo
maquillan». ¿Quiénes? ¿Algunos periodistas? ¿Los políticos? ¿Todos los que
viven entre tinieblas y sufren con la luz ajena?
R.– Los que se meten en
la cama todos los días con una rutina y una vida gris, con un huerto de hojas
secas. Espero que algún día me llegue el amor verdadero, no ese impulso que
dura poco tiempo. Vivimos en un mundo en el que nos conformamos con tener una
pareja, un hijo, un árbol en el jardín, un plasma, un Volvo en el garaje. Y esa
es la felicidad. Para mí, la felicidad es lo que veo en mis padres. Dos
personas que cada día tratan de amoldarse, de adaptarse, de ser generosas,
pacientes. Ellos no están muertos. Han vivido una relación en la que se han ido
modificando y comprendiendo lo que le pasaba al otro, intentando escucharse,
cometiendo errores, tratando de enmendarlos... Eso es precioso. Y hay gente que
tiene envidia de eso y vive de cara a la galería. Están muertos. Se meten en la
cama juntos durante 30 años y, en realidad, se están poniendo los cuernos,
aunque sea mentalmente. Hay que tratar de que la primavera esté presente
siempre en la pareja, y si no, no tenerla.
P.– Pasado mañana vas a
ofrecer un concierto en un autobús de dos plantas que recorrerá algunas de las
principales calles de Madrid (pinchar aquí). Como acto promocional me parece un bombazo, pero
me temo que muchos conductores van a querer estrangularte. Vas a liar un buen
pitote circulatorio.
R.– Ojalá. Me encantaría
liar un buen pitote. Un pitote de risas, de música, de llenar la ciudad de un
poquito de anarquía controlada.
P.– Con ECDL ya hiciste
algo así para un spot de una marca de
refrescos que dirigió Álex de la Iglesia.
R.– Sí. Siempre que me
siento con la gente de Sony y de mi oficina y les pregunto qué vamos a hacer,
me dicen: «Vamos a hacer un videoclip y vamos a ir a Buenafuente, a El Hormiguero…». Y yo entonces les digo
que por qué no nos subimos a un autobús y cantamos. Pues en esta ocasión se ha
podido hacer realidad. Nos han dado los permisos.
P.– ¿A quién hay que
sobornar para conseguir que te concedan esos permisos?
R.– Pues no lo sé. Lo ha
conseguido una agencia que hemos contratado para ello. Aunque también se cortan
las calles en Madrid para otra cosa que me encanta, que es correr. Para una
carrera. Y creo que la música también lo merece. Es muy bonito ver a la gente
con la sonrisa puesta mirando a un tío cantar en mitad de una ciudad tan
maravillosa como es Madrid. Faltan ese tipo de iniciativas. Seguramente habrá
algún tío al que le joda porque quiere llegar a un sitio y habrá algo más de
tráfico, pero para eso hay gente que sabe distribuir el tráfico y evitar que
eso sea una hecatombe.
P.– ¿Eres consciente de
la fuerza de la que gozas en la discográfica a la que perteneces? Eres de los
pocos artistas españoles que plantea una idea de difícil realización y no sólo
es escuchado, sino que se lleva a término.
R.– Cuando llevas 17
años respetándoles, cuando no fallas nunca, a ningún acto ni evento que se te
propone, cuando no das ningún tipo de problema y tratas bien a la gente que, al
final, es tu compañera, cuando te gusta cuidar cada cosa que haces, cada
detalle, pues hay gente que llega a comprender cuál es tu manera de funcionar.
Mucha gente dice que soy el niño mimado de Sony, pero lo cierto es que la buena
relación que mantenemos me la he trabajado y siempre he devuelto lo que se me
ha brindado. Es como la amistad: en función de cómo te portes con tus amigos
obtendrás unas cosas u otras. Cuando a Javi, de mi oficina, le pido a las once
y media de la noche si puede, por favor, hacer una cosa y la hace, lo valoro y a cambio hago otra
cosa por él. Si tú respetas, la gente te respeta.
P.– Tras las elecciones
generales de diciembre de 2015 y las de junio de este año, todo parece indicar
que volveremos a las urnas en plenas navidades. ¿Hablamos de política?
R.– Sí. La política, hoy,
es un negocio. No sólo de dinero, también de poder. Aquí nadie lucha por un
bienestar para la ciudadanía, sino para su propio partido. Los partidos
políticos son empresas. Hay que quitarles visceralidad y fanatismo a los
partidos políticos porque la política no es fútbol. Necesitamos gestores sin
tantos colores ni banderas ni escudos. Hay demasiados intereses. Siguen
saliendo casos y casos de corrupción, y aquí no pasa nada. Nadie dimite ni
asume culpas ni se hace cargo de nada.
Da igual.
P.– A veces sueño que en
los periódicos, físicos y digitales, las noticias de ciencia, cultura, sociedad
preceden a las de política. ¿Te parece un buen sueño, te apuntas?
R.– Me encantaría. Creo
que eso sería enriquecedor y nos haría mucho mejores. Que tuviéramos un abanico
mayor de todo eso, pero no es así.
P.– Al fin y al cabo, no
sé de qué nos quejamos: somos nosotros los que hemos convertido a los políticos
en estrellas de rock. Y lo peor de todo es que, en vez de cantar, dan el cante.
Hemos creado el monstruo.
R.– Los hemos convertido
en estrellas mediáticas. Y lo más acojonante es que seguimos votando a partidos
corruptos y con ideas completamente alejadas de la realidad. Y no hablo sólo
del PP, sino de todos los partidos. Es que no me creo nada de nadie. No se puede
consentir que una persona gobierne una comunidad autónoma durante 20 años. No
es serio. Es de república bananera.
P.– ¿Cuándo arrancará la
gira de La montaña rusa? ¿Cruzará el
charco?
R.– Va a ser una gira de
recintos pequeños, y sí, arrancará en América en noviembre. México, Bogotá,
Lima. Y luego, en febrero, empezaremos en España. Sitios de 1.800 personas como
máximo. Y en verano me apetece hacer cosas muy especiales. No convertirme en un
funcionario y hacer muchos bolos, sino cosas distintas. También algo más
grande, si lo puedo manejar y me siento cómodo.
P.– El Vicente Calderón.
R.– Hombre, me encantaría
que se hiciera el último concierto en el Calderón y que yo estuviera ahí. Hacer
el último homenaje a ese lugar que, aparte de haber sido un sitio maravilloso
para el Atlético de Madrid, y para el fútbol en general, también lo ha sido para
la música. Hemos vivido allí conciertos de los Rolling Stones, de Paul
McCartney, de Michael Jackson, de Bruce Springsteen... Incluso un concierto mío
en 2005. Sí, me encantaría tocar allí.
Dani Martín y Javier Menéndez Flores. (Foto: María Amaro.) |
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