El músico y letrista Rulo en una imagen promocional. (Foto: Jose Girl.) |
Con
la grabadora ya encendida, la primera pregunta de la entrevista tarda más de
cinco minutos en ser formulada porque Raúl Gutiérrez Andérez, Rulo (Reinosa,
Cantabria, 1979), puro nervio camuflado bajo una apariencia sosegada, caldea el
ambiente con una disertación acerca de los peligros de dárselo todo a tu
trabajo y desatender tu vida privada, y de la errónea y generalizada creencia
de que el éxito es ruido y sobreexposición, cuando consiste en algo tan básico,
y tan difícil de lograr, como dedicarte a lo que te gusta. Lo dice alguien que
aún tiene la dicha de caminar por la calle sin que eso suponga un infierno («no
soy nada mediático y cuando me para un tío en la Gran Vía de Madrid, como es
por mi música, viene con un cariño y un respeto alucinantes») y que en las dos
décadas que lleva en la música ha firmado 13 discos.
Este
exintegrante del grupo de rock duro La Fuga está presentando su tercer disco de
creación en solitario, El doble de tu
mitad ―compuesto de once piezas de rock de autor―, con multitudinarias
firmas de discos en centros comerciales de las principales ciudades españolas.
Después vendrá una gira por nuestro país (ya se han agotado las entradas para
Madrid y Valencia) y por América. Son los sabrosísimos frutos obtenidos tras años
de esfuerzo y no pocos sacrificios.
Pregunta.– Cuando hace siete
años te fugaste de La Fuga juraste, quemadísimo, que nunca volverías a formar
parte de un grupo. Por suerte, saltaste a una piscina llena: cinco discos ya
con una multinacional, tres de ellos de creación, y los ‘rulómanos’ en
aumento.
Respuesta.– Siete años ya… Cómo
pasa el tiempo. La verdad es que hay que seguir las corazonadas porque, en ese
sentido, tengo una suerte tremenda: el noventa y nueve por ciento de ellas me
han funcionado. Para mí no fue fácil irme de un lugar [La Fuga] que consideraba
mi casa, que había montado con Fito, que sigue conmigo, y para el que había
compuesto cerca de 100 canciones en 13 años. Un grupo que, en Madrid, pasó de
ofrecer un primer concierto en Al’Laboratorio, en Malasaña, a llenar dos noches
la sala Divino Aqualung, y también la Cubierta de Leganés y el Palacio de los
Deportes. Cuando tienes 20 años estar en un grupo es lo más maravilloso que te
puede pasar, pero a partir de los 30 lo veo una utopía. Ahora tengo lo mejor de
un grupo y lo mejor de ir en solitario.
P.– Espinoso asunto el
de las jerarquías dentro de un grupo.
R.– Mucho. ¿Por qué si
siempre había sido yo el compositor tenía que haber, de pronto, cuatro
compositores? ¿Por qué, de repente, alguien quiere componer? Cuando en el
primer disco ese alguien estaba en el bar y yo en casa componiendo. ¿Porque hay
una cosa que se llama derechos de autor o porque realmente tiene las vísceras
que se le salen por la pluma y por la boca? Y todo el mundo se escudaba en que
como era un grupo… Reconozco que fui un líder pésimo, el antilíder, de hecho,
porque en lugar de discutir me marché. A mí, el mínimo arañazo me hace mucho
daño. Tengo una capacidad increíble para absorber golpes, pero cuando me harto
ya no hay vuelta atrás.
P.– ¿Son aún más
desagradables las luchas de egos que las de pareja?
R.– Sí, porque las de
pareja como que van con el cargo.
P.– ¿Y en un grupo no?
R.– Con 20 años crees que
no; ahora ya sé que sí. Pensaba que esa banda era para toda la vida, y de ahí
el mazazo. Luego te ves en tu casa y lo que menos te importa es el dinero o que
no te vayan a ver 12.000 personas. Me fui de un barco con grifería de oro a un
pesquero pequeño y humilde. Pero, al final, ¿qué es el éxito? Cuando estaba en
la Fuga, el camino hacia el éxito me hizo mucho más feliz que su llegada.
P.– Los preparativos de
un viaje suelen ser más emocionantes que el viaje en sí.
R.– Sí, es cierto. Y si
el destino está a la altura del viaje es cojonudo, pero muchas veces no es así.
Las expectativas… Sentimentalmente, hoy en día estamos un pelín más preparados
para la caída. La vida es una sucesión de caídas y ‘levantadas’. Me tocó esa caída
y ahora llevo unos años de ‘levantadas’ maravillosos. Todo se goza en función
de lo que se sangró. Creo que el que no sufrió mucho no puede gozar mucho.
P.– Uno es, en fin, sus
cicatrices.
R.– Sí. Así es. Y luego
aprendes a valorar otras cosas.
P.– Vienes del rock
duro, del metal, pero en el curso de tus viajes has sacrificado la caña en aras
de la literatura y el rock de autor. ¿Es la evolución lógica?
R.– No sé si lógica, pero
sí natural. Es verdad que en un grupo hay un corsé y que te acabas metiendo en
él. Con La Fuga sí había un pequeño porcentaje para el cantautor que siempre he
llevado dentro, en forma de una o dos canciones acústicas, y conseguí que
hiciéramos una gira en teatros con ocho instrumentistas más. Al final, cuando
vuelas en solitario puedes hacer aún más lo que te sale de las narices. Creo
que tengo dentro al cantautor y al cantante de rock, y ahora es cuando mejor se
llevan, la verdad. Y también es que ahora hay menos rubor por parte de uno
mismo, porque cuando era adolescente, con mis amigos, no podía decir que
escuchaba de todo, cuando era así. Mi madre tenía un programa de radio amateur con sus amigas, en la Cope de
allí, y mi padre era músico, y en casa se escuchaba Supertramp, la Creedence,
que es el grupo favorito de mi padre, Sabina, Boney M… Pero no podía decirlo.
P.– Salvo sus satánicas
majestades Extremoduro, en España no hay un grupo o solista de rock duro que
llene estadios. El pop y el pop/rock, en cambio, sí que arrastran multitudes.
¿Somos un poco moñas?
R.– Pues no lo sé, tío.
La verdad es que tampoco hay muchas bandas de rock. Ya no es masivo ni no
masivo, es que no veo que haya bandas de rock que hayan venido no a suplir,
pero sí a sumarse a lo que hay. Una hornada nueva. Decían que con internet iba
a haber muchas más y creo que no es así. Si antes Dro destinaba equis dinero,
trabajo y cariño a bandas emergentes, ahora ya no.
P.– Ahora solo se
apuesta por lo seguro.
R.– Sí, cuando lo seguro
ya no lo es tanto. Y entonces es complicado. Creo que los medios de
comunicación de este país tienen una gran deuda con el rock. Lo digo porque he
ido mucho a México y a Argentina, y allí, en una misma emisora de rock,
conviven todos los estilos. Aquí también hay mucha gente a la que le gusta el
rock, pero los medios de comunicación no le dan bola.
P.– También sucede que
esa gente a la que le gusta el rock, o rock duro, acaba echando pestes del
producto nacional. Un poco como nos pasa con el cine autóctono.
R.– Sí. Dicen: «Bah, es
una película española». Pero ¿cómo pueden decir eso? Es una frivolidad. Es
cierto lo que dices del rock, que hay un vacío, un hueco importante. Y los
medios, insisto, tienen una deuda con él.
Portda del disco El doble de tu mitad. |
P.– La influencia de Sabina
y de Roberto Iniesta en tu obra es incontestable. Hasta el punto de que algunas
de tus canciones son tan deudoras de ellos que no podrían haber nacido sin su
existencia.
R.– Sí. Por ejemplo, una
canción de este disco, «La flor II (4 estaciones)», que es la continuación de
«La flor I», es especialmente Robe y no nos hemos cortado ni media en ese
sentido. Robe siempre ha sido una inspiración. Tener cosas suyas me encanta.
Como me gustan Antonio Vega, Enrique Urquijo... Alguien se puede preguntar qué
tiene que ver Robe con Antonio Vega, pues, para mí, muchísimo. A pesar de ser
distintos entre sí, siguen una misma línea: música en castellano, intentando
mimar los textos, y mucha víscera. Tengo como un top 10 de gente que me ha
marcado muchísimo, y ellos, Sabina y Robe, están ahí. Y en el caso de Sabina,
al final ha marcado más a las bandas de rock de lo que ellas reconocen.
P.– El título del disco,
El doble de tu mitad, es una
perífrasis (rodeo verbal) de «tú» o «toda tú». ¿Cómo hay que interpretarlo?
¿Como que a la destinataria de la frase no le sobra ni le falta nada?
R.– Al menos, yo sí
tengo esa percepción. Y el título, sí, viene a decir «tú». Es como la canción «Me
gusta», de la que viene ese título, en la que hablo de que lo que más te
molesta de una persona después de llevar 10 años con ella, en los primeros 10
meses te encanta. Qué tarada nos hace la ‘patata’ [la cabeza]. Por eso es
bonita la vida.
P.– Salvo momentos
puntuales, te ha salido un disco celebrante, un canto al amor. Justo aquello en
lo que te «cagabas» cuando estabas en La Fuga.
R.– Y me sigo cagando. Es
como la guerra que conlleva el amor, más bien. Es inevitable que cuando sacas
tus vísceras para hacer una canción, salgan cosas de tu propia vida. La mayoría
de las canciones, salvo «Días dorados» o «Tu alambre», representan un momento
vital de los dos últimos años. También he tenido la suerte de encontrar a una
persona que da para 103 canciones, como El
salmón [disco de Calamaro]. Cinco Salmones
podría hacer yo. Y eso yendo bien la relación. Como vaya mal, puedo pasarme al
lado oscuro total. Y es que es inspirador estar con alguien que te abandona
cada 10 días y te pone la maleta en la puerta de casa. Alguien con mucho
carácter. Lo que pasa es que ella pensaba que yo no lo tenía.
P.– Choque de
trenes.
R.– Sí. Y a toda leche.
Pero son maravillosos. Amores que matan nunca mueren.
P.– Hay dos canciones,
«Me quedo contigo» y «La reina del barrio», en las que deslizas, veladamente,
los nombres de Manolo Tena y Mario Benedetti. ¿Son dos referencias?
R.– Manolo no está en mi
Top 10, pero lo tengo como un compositor increíble y se notaba que vomitaba lo
que escribía. Y soy fan de su etapa en solitario. Su último disco, Casualidades, me encanta. Y Sangre española, de 1992, se escuchó
muchísimo en mi casa. Ese talento, bien gestionado, habría sido increíble. No
es normal que alguien que llena Las Ventas, a los dos años no tenga
discográfica. Y el estribillo de «Me quedo contigo», y no quiero que suene
oportunista, me recordaba tanto a Alarma!!!, aquel grupo que tuvo Manolo, que
me dije: ahí va un humilde homenaje. Y de Benedetti tengo su libro El olvido está lleno de memoria, y
cuando llegó mi canción, «La reina del barrio», me dije que tenía que meter esa
frase como fuera.
P.– Ese tema sobre el
alzhéimer o cáncer de la memoria ¿está escrito con conocimiento de causa.
R.– Absolutamente. Por mi
abuela, que tenía ochenta y tantos años, y por la mamá de mi mujer, con solo
60. Estaba tocando la canción y mi mujer apareció, llorando, y me dijo: «¿Qué
cojones estás haciendo?». Me salió así, entera. Yo no sé escribir a la carta.
Escribo, y punto. Si hubiera tratado de hacer una canción sobre el alzhéimer de
manera premeditada, seguro que habría estado llena de tópicos. Eso no se puede
forzar. Estaba en el extranjero y mi abuela en coma en el hospital de Reinosa,
y llegué a tiempo de ponerle sobre la almohada la canción, guitarra acústica y
voz. Me da igual que suene sensacionalista, pero para mí fue la polla. Quería
que la escuchara. Se la puse en bucle. Y mi hermana, mi madre y yo llorando,
imagínate… Y al día siguiente se murió. Está dedicada a ella y a la sonrisa de
Lola, la mamá de mi mujer, que sigue viva y puede escuchar la canción aunque no
sepa que es para ella.
P.– No he detectado una
sola alusión política en tu disco. ¿No te interesa el tema o es que ya has
tirado la toalla?
R.– Yo era un fanático de
los telediarios, y ya no los veo. Como tantos otros, me siento engañado por los
políticos. Nunca he sido de posicionarme políticamente, y no por cobardía sino
porque no lo estoy. Puedo ser un amante de causas perdidas y no me corto ni
media, pero es que no veo que haya ningún político que me represente. Y el que
no haya nadie que hable de la bajada del IVA cultural me descorazona del todo
porque el setenta por ciento de los conciertos que ofrezco me hago empresa, me
autogestiono. Tengo una niña de nueve años y un niño de 20 días y me parece una
mierda lo que les estamos dejando, y no hay visos de mejora. Que no me salga
una canción de eso no significa que no me toque las pelotas.
P.–¿Crees que es cierto
que hay dos Españas o son los medios de comunicación los que insisten en algo
que no es real?
R.– Hay una España que
está hasta los huevos. Y luego los medios de comunicación están polarizándola especialmente.
P.– Luego, de haber dos
bandos, estos serían los españoles y los políticos.
R.– Para mí sí. Pero los
políticos viven de polarizarlo. A la gente la calientas y al posicionarse tanto
contra el otro está más contigo. Viajo muchísimo. Voy a Sevilla cinco o seis
veces al año, voy a Barcelona más todavía, y no veo esa movida que se ve en esos
telediarios que he dejado de ver. Y tengo una banda multicultural. Por economía
y logística es un desastre, pero en lo personal es algo maravilloso. En la
furgoneta Charly habla eusquera. Y también se habla catalán. Y hay un aragonés...
Nos falta un gallego. Cada uno tiene sus cosas, pero todos somos muy parecidos.
Desde fuera se ve a España como en una guerra civil, entre comillas,
permanente: una guerra política y geográfica que no es cierta. La sociedad no
está tan fragmentada, está harta. Y punto. De unos y de otros y de que nadie lo
quiera cambiar. Decir todo esto sin caer en lo panfletario es muy difícil. Hay
bandas que lo hacen con genialidad, pero yo no me muevo en esas aguas con
solvencia.
P.– La gira española
arranca en noviembre y en abril viajarás a América, en donde cuentas con muchos
fieles. ¿Qué podría enseñarle el público latinoamericano al español, y
viceversa?
R.– Mmmm. Voy a ser
impopular. América tiene un poder para la emoción y la fascinación que aquí se
ha perdido. En la vieja Europa sigue dándose el «yo lo haría mejor que este»,
«este no es tan bueno», «este no es para tanto». Ese rollo que tenemos y del
que hay que curarse. Hay que descubrirse ante la gente que está haciendo bien
las cosas aquí. Y no es que en América sean menos exigentes, no es verdad. Hay
gente que piensa que el público americano se lo traga todo, y para nada. Tienes
que ganártelo desde abajo, con sangre. Es cierto que una vez que entras ya es
para siempre, aunque luego tengas trabajos más flojos. Son más fieles, sí, pero
no gilipollas. ¿Qué puede aprender el público latinoamericano del español? Me
cuesta más dar una respuesta. Y estoy diciéndolo a un medio español. No lo sé.
Aquí ponemos arriba a alguien a toda leche, y luego… Quizá esto sea injusto cuando
el disco acaba de salir y para el concierto de La Riviera [Madrid] en noviembre
ya no quedan entradas. Los 2.000 tíos de La Riviera me deberían dar un tortazo
si me ven por la calle, pero no me estoy metiendo con el público que tengo
aquí, que es muy fervoroso, sino, más bien, destacando las bondades del de
allí. Y ahora, encima, vamos a anunciar un concierto en el Palacio de los
Deportes [Barclaycard Center] para el 23 de marzo. Que, por cierto, esa es otra
cosa que me toca un poco las pelotas, porque está guay crecer pero, por otro
lado, es un poco como ir con el cuchillo entre los dientes: «A ver si metemos
4.000 o 5.000 personas». Eso me genera ansiedad y me distrae. Y ya les he dicho
que no me vayan adelantando cómo van las ventas. Si es sold out dímelo, pero sino no. Casi prefiero dar seis conciertos en
La Riviera, y ya está. Aparte de que yo, esté la sala llena o no, siempre voy a
tratar de dar el mejor bolo de mi vida. Me encanta una frase de la última
película de Woody Allen que dice: «Vive todos los días de tu vida como si
fueran el último porque algún día acertarás». Yo vivo todos los conciertos de
mi vida como si fueran el último, porque algún día lo será.
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