Portada del libro de Sandra Sánchez Preferiblemente vivas. |
Que
la literatura sea un lugar, quizá el único, en el que todo es posible no
significa que no disponga de reglas, algunas de las cuales son, de hecho, de
obligado cumplimiento. Por ejemplo, el narrador ―y no digamos ya el poeta― ha
de saber siempre, independientemente de que los temas que aborde se escapen a
cualquier acto empírico, caso del terror o la fantasía, de qué habla. Quiere
esto decir que su andamiaje vital deberá dar forma y temperatura, en mayor o
menor medida, a los personajes que diseña. ¿No pueden relatarse entonces los
efectos demoledores de un desamor si no se ha padecido alguna vez ese huracán interior,
o recrear una simple borrachera si quien lo hace es un abstemio de manual que nunca
se ha agarrado una curda? Desde luego que sí, y las librerías están llenas de ejemplares
que así lo atestiguan. Pero el resultado, aunque desde un punto de vista formal
sea irreprochable, carecerá de alma.
No
es ese un defecto que pueda atribuírsele ni mucho menos a Sandra Sánchez
(Madrid, 1973), quien acaba de debutar en el campo de batalla de la literatura con
el libro de relatos Preferiblemente vivas
(Ediciones Hidroavión). Estos, un total de 53, están protagonizados en su
mayoría por mujeres que, sin ser ella, en modo alguno podrían haber existido si
su autora desconociese los resortes que activan la pasión, la soledad o la
ruptura sentimental, tres de los temas (los otros son la búsqueda y el
encuentro) que articulan el libro.
La
ironía que empapa el título no es casual, puesto que es una de las cualidades de
esta narradora, si bien la propensión a la nostalgia y la vindicación de la
memoria como arma literaria son sus más acusadas señas de identidad.
Cuentan
que Camilo José Cela fue abordado por un individuo que le vino a decir: «Mire,
yo escribo muy bien, y llevo mucho tiempo planteándome muy en serio ponerme con
una novela, pero por más vueltas que le doy no termino de encontrar un tema»,
ante lo que el atrabiliario y siempre certerísimo Nobel soltó: «Pues no se preocupe,
que yo le voy a regalar uno: una mujer y un hombre se conocen y se enamoran. Ya
está. Ahora ya puede usted ponerse con esa novela».
Los
relatos de Sandra Sánchez son breves como gotas de agua, pero contienen la
inmensidad inabarcable de la sentencia de Cela. Sus habitantes son en muchos
casos mujeres y hombres que se conocen y se enamoran, sin más (y nada menos), aunque
ella prefiera hundir el bisturí en los despueses de esos fuegos artificiales o
en aquellos otros amores que jamás llegaron a consumarse pese a tenerlo todo a
favor. O en la tortura que puede suponer, desde el desolado andén de la separación,
un acto tan cotidiano como contemplar una foto o un paisaje o escuchar una
canción. Sus mujeres viven en todo
momento al máximo, aun en la supervivencia. Esto es, anhelan, rememoran, sufren,
fantasean, se entusiasman y se estrellan, como pájaros ciegos o sumamente
confiados, contra muros invisibles pero letales.
Y
luego está la música, de la que la autora más que aficionada es devota. Al
final de cada relato se añade el título de una canción y de su intérprete para
que el lector pueda escucharla durante o al cabo de su lectura (están
disponibles en la lista de Spotify de Ediciones Hidroavión ―ed_hidroavión― «Preferiblemente
vivas»). De esta forma, grupos y solistas tan distantes entre sí como los Stones,
Psychedelic Furs, Crowded House, Janis Joplin, Lou Reed, U2, Dire Straits,
Wilco, Christina Rosenvinge, Los Piratas y Quique González comparten espacio emocional
en sus páginas.
El
libro cuenta además con ilustraciones de Elena Mir (Valencia, 1981), quien
dibuja objetos cotidianos (jarrones con flores, gafas, tazas de café, relojes
de pulsera, libros, butacas…) e inquietantes mujeres de ojos y cejas colosales
y narices y bocas escuetas que hacen pensar en paraísos perdidos o en epidemias
de tristeza.
Mujeres
en las páginas y entre bastidores, pues. Mujeres ya adultas que nos hablan de mujeres
también adultas, lo que equivale a hacerlo de sentimientos y dudas, de la luz y
su reverso.
Quien
sepa mirar a una mujer ―no con ojos de cazador o de contrincante, sino de
espectador entregado― verá en ella, en ellas, el verano permanente, el sábado
quedo, la risa estallante y deliciosa. Es más, las únicas mujeres carentes de
algún tesoro son aquellas que aún no han sido descifradas.
Mientras
ellas respiren la loca rueda seguirá girando y amanecerá, que no es poco.
¿Preferiblemente
vivas, Sandra? Obligatoriamente.
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