martes, 12 de enero de 2016

Bowie, señales y cicatrices (adiós, criatura genial e imperfecta)



Esos ojos. La mirada más enigmática del rock era originariamente azul en su totalidad, pero un directo recibido en el ojo izquierdo por parte de su compañero de colegio George Underwood ―ambos pretendían a la misma chica, y hasta ahí podíamos llegar― la alteró para siempre: Bowie fue operado varias veces y su pupila quedó dilatada de por vida. Durante años se pensó que padecía heterocromía ―iris de distinto color― pero el nombre médico de su patología es anisocoria, asimetría en las pupilas. Curiosamente, el agresor, músico y diseñador artístico, coincidió con Bowie en distintas bandas iniciáticas y diseñó las portadas de dos de sus primeros discos, Hunky Dory (1971) y The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972).

Andy Warhol, tan distintos y tan parecidos. Se conocieron en 1971, en Nueva York, cuando Bowie lo visitó en la Factory. La canción que le dedicó, Andy Warhol ―incluida en Hunky Dory―, no fue del agrado del gurú del pop art, por lo que el encuentro no resultó muy cálido. Sin embargo, ambos tenían demasiadas cosas en común: el temor a la muerte, la fobia a los aviones, la búsqueda indisimulada de comercialidad (pese a su vanguardismo, eran devoradores de cultura popular) y su amor por el dinero: los dos se convirtieron en hábiles empresarios.

El rey de la ambigüedad. En 1972, en una entrevista para el semanario británico Melody Maker, se declaró bisexual (por entonces ya estaba casado con Angie Barnett, con quien acababa de tener a su hijo Duncan Jones). Aquello, en vez de perjudicarle, como sí les pasó a otros músicos coetáneos, caso de Elton John, impulsó su carrera. Bowie fue, en el plano artístico, un provocador constante y un modelo a seguir para muchos, sobre todo en su etapa glam: su travestismo, su delgadez extrema, su pelo coloreado y picassiano y su maquillaje ―no hay unanimidad sobre si fue él o su paisano Marc Bolan el primero en tirar de rímel― crearon tendencia. Una de las fotografías más famosas del imaginario del rock muestra a Bowie de rodillas sobre el escenario y con la cara apoyada en la Gibson Les Paul de su guitarrista, Mick Ronson, simulando una felación. En cuanto a su vida privada, declaró haber mantenido relaciones con los dos sexos en su adolescencia, si bien con los años se mostró inequívocamente heterosexual y aseguró que sus escarceos bisexuales obedecieron a un deseo de desafiar las convenciones morales. Aquello disgustó mucho a los fundamentalistas de la causa gay, quienes siempre le recriminaron su falta de compromiso.

«Es el hombre más hermoso que he visto jamás». La declaración la hizo el mítico ingeniero de sonido Ken Scott. En 1973, lo vio maquillarse frente al espejo para un programa de televisión y creyó tener ante sí al mismo Dorian Gray. Y, de algún modo, lo fue.

Fascinación temprana por el nazismo (las drogas, que son muy malas). En una entrevista concedida a Playboy en 1974, afirmó que Hitler fue una de las primeras estrellas del rock. «Fíjese en cómo se movía. Creo que era tan bueno como Jagger. No fue un político, fue un artista mediático. Usó la política y el teatro y creó esa cosa que gobernó, y controló el espectáculo durante esos doce años. El mundo no volverá a ver a nadie como él. Puso a un país en escena». También le comentó a un periodista que él, Bowie, podría ser un excelente primer ministro porque sería «dictatorial y bastante loco». Años después reculó: «Soy totalmente apolítico. Por la clase de artista que soy, que trata de captar el ritmo del cambio, no estoy en condiciones de adoptar ninguna política ni postura concreta porque mi oficio es el de observador. Todas las declaraciones hechas respecto al fascismo fueron una reacción teatral a lo que podía ver que sucedía en Inglaterra». Parece ser que la causante de semejantes desvaríos verbales fue la cocaína, a la que se enganchó en aquella década. En 2008 reconoció que, a resultas de esa adicción, su mente funcionaba «como un queso suizo», pues tenía enormes agujeros en la memoria.

«No quiero ser un hombre más rico». Es un verso de Changes (1971), una de sus composiciones más célebres. El diario The Sunday Times lo situó el año pasado en el puesto 15° entre los multimillonarios británicos de su grey, por delante de Robbie Williams, George Michael y los hermanos Gallagher (Oasis).

69. Un número precioso que, de algún modo, representa su cara y su cruz. Aquel año obtuvo su primer éxito con el sencillo Space Oddity. Tras una vida lamentándose de la fugacidad del tiempo, ha muerto a los 69 años. Buen viaje de vuelta a las estrellas, criatura genial e imperfecta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario