La
mañana en la que me he citado con Eva Amaral (Calatayud, Zaragoza, 1972) y Juan
Aguirre (San Sebastián, Guipúzcoa, 1965) tiene una inquietante luz de
anochecer. Como si el día, en la terraza de un conocido centro cultural de
Madrid, se hubiera mimetizado con el título del disco que ha motivado nuestro
encuentro, Nocturnal (Discos
Antártida). Se trata del séptimo de su muy exitosa carrera y, quizá, del más
homogéneo de los suyos, tanto en lo referido al sonido como a la temática. Tras
el murmullo de los flashes, esquivamos el frío en el interior de una suerte de
invernadero. Allí comenzamos a hablar del ayer y del hoy ―tan distantes y tan
cercanos― de su trabajo, que es, también, como el de todo artista entregado, su
vida, y de otros elementos del paisaje omnipresente de este país.
Pregunta.– Me llama la atención
la insistencia por parte de algunos de mis colegas en colocaros una etiqueta
que os defina musicalmente, así como vuestros esforzados intentos, aunque
vanos, por tratar de satisfacer ese deseo. Este nuevo disco tampoco resolverá
el enigma de qué es o hace exactamente Amaral, ¿verdad?
Respuesta.– (Eva Amaral) Me
parece curioso cómo lo has descrito. Como que hay una batalla por intentar
etiquetarnos o meternos en una clasificación. Creo que en la sociedad en
general cada vez hay una mayor tendencia a agrupar a los seres humanos y
ponerles nombre a las cosas, que si los Millennials,
que si la Generación X, B o Z… No sé, defiendo más al ser humano como individuo
y creo que, en ese sentido, hace ya tiempo que dimos esa batalla por perdida.
Nos consideramos músicos que hacen lo que sienten a cada momento, y creo que
hemos huido de tendencias o etiquetas porque nos parece una cosa muy pasajera.
Con el paso de los años, lo único que queda son las canciones. (Juan
Aguirre) Lo que venimos haciendo desde el principio son canciones tocadas de
diferente forma. Unas son más rápidas, más guitarreras, y otras más tranquilas
y melancólicas. Últimamente, cuando estamos con las guitarras componiendo, nos
gusta utilizar el símil de que estamos haciendo un corto (una peli es una cosa
muy ambiciosa) y tratamos de no hacer dos veces el mismo. Si tenemos en cuenta
que una canción puede tratar sobre cualquier cosa que se te pase por la cabeza,
vamos haciendo canciones que cuentan historias o reflejan sensaciones.
P.– Siguiendo con las
etiquetas, es evidente que el hecho de que tengáis una trayectoria «comercial»
ha impedido que la crítica más exquisita os incluya en su club de protegidos.
Pienso en grupos extranjeros tan vendedores como respetados y me pregunto si el
prejuicio de las altas ventas es un mal puramente español.
R.– (J. A.) Somos afortunados porque nuestro
proyecto creció de una forma que nunca esperamos, y le estamos muy agradecidos
a la gente que se ha puesto a escuchar nuestra música. Y creo que los medios
también nos han apoyado y les estamos agradecidos por ello. También hay que
tener en cuenta que las unanimidades no son buenas, y entiendo que haya medios
que se dediquen a cosas que son menos conocidas. Pero, en términos generales,
nos sentimos respetados. Nosotros podemos escuchar algo muy conocido, clásico,
y luego escuchar a grupos de amigos que por desgracia nunca van a llegar al
gran público, o que lo tienen muy difícil. (E. A.) Hay medios que prefieren dar
voz a gente más desconocida, porque nosotros ya tenemos suficiente repercusión
en otros. Y, por otro lado, supongo que para que se te reconozca en esos medios
ya tienes que ser muy, muy mayor. Que tiene que pasar mucho tiempo.
P.– ¿No os escuece entonces,
estáis inmunizados?
R.– (J. A.) No es que
estemos inmunizados, es que nunca nos lo hemos planteado. Pero ya digo que creo
que somos respetados. Hemos salido en revistas especializadas y nos parece muy
bien, pero las respetamos igual que aparecer en un periódico generalista.
P.– Soléis citar solistas
y grupos extranjeros de los que habéis bebido u os interesan, pero echo en
falta referencias autóctonas. En un arco en cuyos extremos estarían, no sé,
Serrat y La Banda Trapera del Río, ¿a qué nombres habría que echarles la culpa
de vuestra dedicación a la música?
R.– (J. A.) Pues a
montones, la verdad. Pero déjame que te explique primero lo de los nombres
anglosajones. Nosotros, cuando éramos adolescentes, que es cuando la música te
engancha, sí que crecimos con músicas fundamentalmente anglosajonas. Por eso,
cuando alguien te pregunta qué es lo que te hizo tocar recurres a los clásicos.
Pero desde los 14 o 15 años hasta ahora, hemos visto conciertos y hemos tocado
con gente y descubierto cosas cantadas en español, a ambos lados del océano, increíbles.
Decías entre Serrat y La Banda Trapera del Río. Pues yo me quedaría con ambos
y… ¿quieres nombres? Antonio Vega, Enrique Urquijo y Los Secretos, Café Tacvba,
en México... Y Mayte Martín y mucha otra gente del flamenco, aunque no sea
nuestra cultura. Curiosamente, descubrimos el flamenco cuando ya no éramos
adolescentes. Lo descubrimos con el Omega
de Enrique Morente, y tuvimos el gran honor de que años después accediera a
cantar una canción con nosotros [«No soy como tú»]. Y de las bandas de ahora
nos gusta mucho McEnroe. (E. A.) Y enlazando con Morente, Lagartija Nick, 091,
que por cierto ahora vuelven, qué alegría… Lapido nos parece uno de los mejores
escritores de canciones de este país. Es una persona enormemente talentosa.
P.– ¿Y algo menos cool, más popular? Pienso en Mecano, por
ejemplo. O en grupos heavies, como
Barón Rojo.
R.– (E. A.) Mecano tenía
grandes canciones, claro. Y Por Barón, devoción (risas). Hace unos años murió
un amigo que trabajaba en la industria musical, Nacho Sáenz de Tejada [también
fue músico y periodista], y estuvimos en el concierto homenaje que se le hizo
en la sala Galileo Galilei. Uno de los músicos que participaron fue Aute, que
salió al escenario e hizo, guitarra y voz, «La belleza». Esa es una canción que
a fuerza de escucharla tantas veces igual no me había parado a prestarle
atención. Pues cantada de aquella manera, tan desnuda, me hizo llorar. Y creo
que a partir de ahí se derrumbaron un montón de muros, si es que los había. No
importan las generaciones ni los movimientos ni nada de nada. Cuando hay una
letra así de rotunda, y un sentimiento tan elevado como el que transmite esa
canción, ya está. El caso es que musicalmente nos consideramos omnívoros, sí.
P.– Hay un gran peso
metafísico en las letras de Nocturnal. En
el tema que abre el disco, «Llévame muy lejos», anheláis habitar «universos
paralelos». ¿Creéis que el mundo en el que vivimos ha tocado fondo ―es
demasiado terrible e injusto― y de ahí ese deseo expreso de huir de él?
R.– (J. A.) La idea era
la de utilizar las imágenes al servicio de una historia mucho más sencilla. En
el fondo, esa es una canción de atracción y de amor, entendido este de la forma
en la que lo quiera entender cada uno.
P.– ¿El universo
paralelo sería el amor?
R.– (J. A.) En este
caso, tiene que ver más con el tránsito. Con que hay muchas realidades en un
momento preciso. (E. A.) Yo sí que estoy un poco de acuerdo con lo que dices.
En general, en el disco hay esa temática aparente en distintos momentos, y creo
que habla, básicamente, de amor en tiempos complicados, difíciles. No sólo del
amor conyugal, sino en todos los sentidos. El amor como tabla de salvación.
P.– Cuando ya no quedan
paraísos terrenales ni islas desiertas, las únicas vías de escape son las
emocionales. ¿El arte, en este caso hacer canciones, es un modo de romper con
lo que no nos gusta?
R.– (J. A.) Pues es una
buena pregunta, porque a fuerza de hacer canciones desde que empezamos a tocar
la guitarra, cuando estudiábamos y todo esto, realmente no sabes muy bien por
qué lo haces. Antes de querer hacer un grupo ya hacíamos canciones, y desde que
hicimos la primera no hemos dejado de hacerlas nunca. Y ya digo, muchas veces
no sabes por qué. A lo mejor es una necesidad expresiva sobre la que no hemos
reflexionado mucho.
P.– Adonde voy es a que
todo artista es un inadaptado.
R.– (E. A.) Sí, siempre
nos hemos sentido outsiders. (J. A.)
Es una búsqueda del placer inmediato que sientes cuando encuentras algo. Porque
cuando estás buscando algo hay un punto como de desasosiego, y cuando
encuentras algo que crees que es una chispa o un latigazo, una pequeña melodía
o un arreglo o un texto que ves que merece la pena, tanto como para compartirlo
con alguien… (E. A.) Cuando compones
algo y ves que hay gente que siente lo mismo que tú, de alguna manera te
sientes reconfortado. Es egoísta hacer una canción hablando de algo, pero en el
fondo lo que quieres es compartirlo. A toda costa.
Portada de Nocturnal, su nuevo trabajo discográfico. |
P.– Hay canciones de este
disco que son descartes del anterior, como «La ciudad maldita» y «Noche de cuchillos». ¿Por qué no
entraron entonces y sí han encontrado acomodo ahora?
R.– (J. A.) Porque no estaban acabadas. No es que
las descartásemos, es que no escribes una canción detrás de otra, sino un
montón a la vez. De hecho, ahora mismo tenemos una lista de canciones que están
ahí y son ellas las que se van poniendo en su sitio. Unas no las terminas
nunca, y otras, de pronto, un día las acabas y están listas para ser incluidas
en un disco.
P.– Luego no es por una
cuestión de tono.
R.– (J. A.) No. Muchas
veces no las terminas cuando tú quieres. Puedes empezar a escribir una canción
porque surge algo, y a lo mejor la acabas de un tirón, en dos minutos, y otras
veces te gusta mucho lo que hay pero sientes que no está lista y que puedes aportar
más.
P.– No es ese el caso de
ese tirón de orejas narrativo y visual a la clase política que es «Ratonera», y
que, sin embargo, se ha quedado fuera de la edición española.
R.– (E. A.) Sí, ese es
un tema acabado y que la gente ya ha escuchado. Y sí, el contenido sigue
vigente. Pero es que los discos no es ya que no existan como concepto, sino que
en realidad son una obra abierta. No te limitas a lo que sacas en ese momento,
sino que se pueden ir añadiendo otras piezas o antes o después. Teníamos un montón
de canciones y nos apetecía meter canciones que la gente no hubiera escuchado
aún.
P.– A propósito de ese
tema, ¿creéis que los políticos
contribuyen activamente a que veamos las cosas más feas de lo que son?
R.– (E. A.) Yo no sé si
es que el poder los trastorna, pero me niego a pensar que nuestros políticos
son un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Creo que en el momento en el
que alguien accede al poder, de alguna manera enloquece. Es demasiada corrupción,
demasiada suciedad la que se nos muestra todos los días a través de los medios
de comunicación como para pensar que es el reflejo de nuestra sociedad. Y
respecto a la política, con mayúscula, creo en el concepto de cambio de lo que
tienes más cerca. No creo que los ciudadanos de manera independiente puedan
cambiar la política con mayúsculas desde su pequeña parcela, a no ser que haya
una unidad salvaje de un montón de ciudadanos. Es más fácil cambiar las cosas o
el sistema si cada uno crea un tejido de cambios de lo que más cerca tiene.
Soluciones de comunidad, digamos.
P.– No hay que subestimar
el poder de la gente. Pienso en las acampadas en la Puerta del Sol. El
Movimiento 15-M. Lo que aquello generó.
R.– (J. A.) Lo de las
acampadas en la Puerta del Sol forma parte de la historia de este país. Cuando
se hable de estos años, se hablará seguro de aquel fenómeno. (E. A.) Sí, y tuvo
además reflejo en otros países. Y las cosas que se reivindicaban siguen
vigentes.
P.– Salvo, quizá, «Nocturnal»
y «Llévame muy lejos» no he detectado ningún tema con la pegada instantánea de
clásicos como «Sin ti no soy nada». ¿Es este un disco de combustión más lenta?
R.– (E. A.) Nosotros no
somos los mejores para analizar esto porque todavía estamos demasiado dentro
del disco. Hemos recibido todo tipo de comentarios, contradictorios entre
ellos, y no sabes muy bien a qué atenerte. Quizá por ello preferimos guiarnos
por nuestras propias sensaciones. Aún no hemos tocado esas canciones en directo
para ver qué efecto surten en la gente. (J. A.) Ayer hicimos un pequeño
concierto acústico que se retransmitió por la radio, y a mí me parecía que no
era tan diferente la reacción de la gente a la mostrada en trabajos anteriores.
Aunque las estábamos tocando de una forma muy desnuda, con una única guitarra.
P.– La crisis de la
industria musical, que no de la música, ha obligado a muchos músicos españoles,
algunos de éxito, a reinventarse. ¿El fin de la época de la abundancia os llegó
a producir vértigo o por el contrario supuso una forma de liberación?
R.– (J. A.) Nosotros
siempre habíamos tocado en bandas con una sensación de estar en la periferia
del mundo de la música, incluso llegamos a pensar que nunca íbamos a grabar
discos, que se podía vivir de una forma más o menos errante en esa periferia. Y
cuando nuestro proyecto musical creció a niveles insospechados, seguíamos con
la misma filosofía. Obviamente, ya comprábamos instrumentos sin preocuparnos de
cómo se iban a pagar. Pero la manera de
funcionar era la misma. Por eso todo lo que ha venido ha sido un regalo del
cielo. (E. A.) Todo lo que nos ha venido ha sido como una lotería, sí. Tú
comienzas a hacer música y estás haciendo música unos cuantos años con esa
sensación constante de «esto no va a ninguna parte», salvo a pasármelo bien y a
disfrutar de lo que estoy haciendo. Además, tu alrededor, la familia y los
amigos, te transmite esa sensación de que eso que haces no va a ninguna parte.
Aquello de «¿qué?, ¿qué tal con el grupete?», que te dicen en las reuniones
familiares. Y cuando de repente sucede algo que no estaba en el guión, pues
imagínate. (J. A.) Te diré que aún hoy nos sentimos un poco en la periferia de
la industria musical.
P.– Eso que dices, dado
vuestro enorme éxito, podría ser interpretado como una ironía e incluso como un
gesto de cinismo, ya que no se ajusta en modo alguno a la realidad.
R.– (J. A.) Entiendo que pueda parecer gracioso.
Incluso, que los lectores no se lo crean y piensen que es una especie de pose.
Pero una cosa es la realidad y otra muy distinta cómo sientes tú esa realidad.
Este es nuestro séptimo disco, y creo de verdad que si nos hubiéramos sentido
alguna vez en el epicentro de la vorágine no hubiéramos aguantado ni dos
telediarios. La manera de aguantar es ser un observador de la realidad y poder
seguir haciendo canciones como cuando tenías 16 años. Obviamente, con más
recursos técnicos y experiencia. Pero la filosofía sigue siendo la misma.
P.– O sea, que la luz que
os ha guiado siempre ha sido la de vuestra antorcha y no la de los focos
externos.
R.– (E. A.) Bonita
imagen. En realidad, lo que hay detrás de los focos no lo ves. (J. A.) Cuando
pones un foco sobre algo, a lo mejor ese algo no sabe que tiene un foco. Son
los demás los que lo ven. Por eso te digo que siempre hemos huido de estar en
el epicentro de lo que estaba pasando.
P.– Con motivo del Día de
la Hispanidad, EL MUNDO preguntó a una serie de personajes de la cultura y la
política qué significa ser español. Vosotros, que habéis hecho patria de
Zaragoza, ¿qué respuesta tenéis a esa pregunta?
R.– (J. A.) Creo que hay
muchas formas de ser español y de interpretar un sentimiento. (E. A.) Lo que no
me gusta es que nadie se adueñe de ese sentimiento patrio y lo utilice como
moneda de cambio. Me puedo sentir más española que nadie, pero eso no quiere
decir que me haya puesto una venda en los ojos y no vea los problemas que tiene
mi país y que niegue que me encantaría que alguien los solucionase. Tener un
sentimiento de haber nacido en un país y formar parte de él no quiere decir que
tengas que defender a ultranza todo lo que se hace en ese país. Somos lo
suficientemente razonables como para darnos cuenta de las cosas que se pueden
mejorar.
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