Con Pau Donés y Pilar Cruz, del departamento de prensa de la discográfica Virgin, en el mítico bar La Vía Láctea (Madrid) en enero de 1999. |
(Publicado en la web Uppers el 23 de diciembre de 2020)
Pau Donés siempre se mostró agradecido con los dioses por el sitio que ocupaba entre la élite del pop/rock español, puesto que él sabía bien lo que era ganarse el pan con sudor y resignación fieramente humana. Hasta que le tocó el Gordo con «La flaca» fue un mortal más que tuvo que estudiar una carrera ―Económicas― y sobrellevar el peso de distintos trabajos puramente alimenticios: camarero, modelo ocasional, becario en un banco y ejecutivo en una agencia de publicidad. Su primer disco lo apartó del rebaño y lo convirtió en un privilegiado, pero nunca despegó los pies del suelo ni olvidó de dónde venía ni lo que su nuevo estatus significaba para quien, en sus horas bajas, llegó a pensar que era más fácil volar sin la ayuda de máquinas que poder vivir de las propias canciones. Esa eterna gratitud no le impidió hacerse con las riendas de su carrera desde que alcanzó el éxito, y a partir de ahí mantuvo una actitud artística y empresarial insobornable.
El ‘telonero’ de Sabina que llegó para quedarse
Quienes en agosto de 1997 fueron a ver a Joaquín Sabina a la plaza de toros de Leganés, volvieron esa noche a sus casas tan enamorados del andaluz como del grupo con el que compartió cartel. Ese grupo respondía al nombre de Jarabe de Palo, y yo, que estuve allí, sentí esa misma atracción. Hasta ese día, lo único que sabía de ellos era que tenían una canción, «La flaca», que no dejó de sonar aquel verano gracias a que una marca de tabaco la escogió para una campaña publicitaria. Pero al verlos tocar comprendí que ahí había mucho más que una simple canción del verano. La pasión con la que el cantante, Pau Donés, defendía su repertorio era tan contagiosa como el coronavirus que ahora nos aflige, pero de signo totalmente contrario. Aquel tipo con melena y poco más de 30 años sedujo a los varios miles de espectadores que allí había como si en lugar de ser un recién llegado llevara largo tiempo en la profesión. A Sabina debió de gustarle Pau, a quien conoció aquella noche, ya que el testigo que recibió de su mano fue un público a punto de caramelo y él tan sólo tuvo que entrar a matar.
Volví a ver a Jarabe de Palo un año después, en este caso en
calidad de periodista, y de nuevo me sorprendió la entrega de su líder. Fue en
la presentación a los medios de Depende, el
segundo disco del grupo, que consistió en un miniconcierto en el campo, a las
afueras de Madrid. Pau interpretó sus nuevas composiciones como si en vez de
tocar para un grupo reducido de periodistas que no habíamos pagado la entrada y
que teníamos a nuestra disposición el incentivo de la comida y la bebida gratis total, lo hiciera para
15.000 incondicionales que habían pasado por caja en la plaza de Las Ventas. Y
precisamente aquel disco lo llevó a tocar en el mítico coso al año siguiente,
en septiembre de 1999.
Éxito superlativo y una cabeza muy bien amueblada
Meses antes de que pisara Las Ventas, faena que se saldó con dos orejas y rabo, tuve mi primer encuentro a solas con él, una entrevista para una conocida revista. A Pau lo avalaban entonces las 600.000 copias vendidas de La flaca y las 200.000 que llevaba ya de Depende, unas cifras mareantes e impensables para un principiante y que a muchos otros les habrían hecho creerse el doble de guapos de lo que en realidad eran. A él no. La persona con la que hablé no tenía un solo gramo de engreimiento y refería su salto de la mortalidad a la divinidad como quien comenta el estado del tiempo: «A lo mejor yo estaba trabajando en una agencia de publicidad porque me tenía que ganar la vida, y era un músico frustrado. Pero tenía que hacer eso, igual que trabajé como camarero o de becario en un banco y otras muchas cosas. He tenido que hacer cosas variadas en mi vida para poder comer, pero tengo una vocación que es la música. No soy un ejecutivo que se metió a músico, sino un músico que se metió a ejecutivo y a muchas otras cosas más y que se equivocó. Y al final dijo: “Paso. Esto no me interesa”. Pero en esta vida no hay por qué arrepentirse de nada, porque aquello me sirvió de seguro para algo». Y estaba en lo cierto.
Lo que a Pau le preocupaba, y mucho, era que la gente pensara que debido a sus altas ventas se había vuelto un músico «comercial»: «He tenido que decirle más de una vez a un periodista: “Tío, cuando te escuches el disco y me des un palo o digas que te gusta, no lo pases por el filtro de los seiscientos mil discos vendidos”, porque eso muchas veces te perjudica». Él seguía haciendo la misma música que cuando no era conocido y quería que la gente supiera que «La flaca» no era un tema que compuso de la noche a la mañana, sino que había que remontarse a siete años atrás. También, que su primer disco había vendido miles de copias, cierto, pero que en los nueve primeros meses no vendió ni cinco mil.
Para darse a conocer, Pau buscó un nombre de grupo porque no quería ser un solista, «un Loquillo y Trogloditas», y le gustó Jarabe de Palo porque estaba «un poco fuera de lo que puede ser un nombre de grupo». Él fue el primer jarabedepalo, hasta que tuvo que tocar para una compañía discográfica las canciones que había compuesto y maquetado él solo y necesitó de la ayuda de una serie de músicos. Así fue como Jarabe de Palo pasó a ser un grupo con un líder. Un tío que escribe las canciones y que, además, da la cara. «No es que me hubiese costado nada ser solista, incluso me habría resultado más fácil ir con una banda detrás. Pero ese no es mi espíritu ni tiene que ver con el tipo de música que hago. Yo hago música para banda, no para artista con banda. Son las canciones de Pau Donés, sí, pero la música contenida en el disco no es mía, es de todo el grupo. Las canciones que hago en mi casa, cuando llego a un estudio de grabación sufren cambios y todos los músicos de Jarabe de Palo imprimen en ellas su sensibilidad».
Cubiertas de los dos primeros discos de Jarabe de Palo, La flaca (1996) y Depende (1998). |
Un artista con madera de empresario
En los años siguientes volví a entrevistar a Pau para ese mismo medio y para otros, y siempre me encontré al de la primera vez. Quiero decir que el éxito, que casi con toda seguridad le afectó, no lo estropeó. No le volvió un necio ni un prepotente. Si acaso, le retorció el colmillo. Algo casi obligado para quien se adentra en la jungla de la industria discográfica, superpoblada de depredadores.
A
pesar de que llevaba poco tiempo en el negocio de la música, Pau tenía olfato y
aprendía rápido, y pronto dispuso de una visión clara de lo fundamental. Y si
bien como artista era apasionado, tenía a su vez una parte más cerebral, que le
venía de su formación como economista y de su experiencia en el mundo de la
publicidad, con la que trataba de controlar aspectos que no tenían tanto que
ver con lo musical como con la imagen del grupo que lideraba, con su marca: «Mi trabajo como publicista sí
que me ha ayudado. Y sobre todo en una cuestión, la de cuidar mucho lo que es
nuestra imagen. No me gusta que nadie nos venda en una película que no es la
nuestra o que quiera dar una cara de nosotros que no nos corresponde. Yo lo
superviso todo, y en el tema concreto de la imagen pues sí, soy muy celoso de
ella. Sé que el éxito de un grupo depende del trabajo y de la industria en una
gran parte, y del talento en una mínima parte. La consagración viene con el
trabajo de muchos años. El sprint
digamos que nos lo impuso el pelotazo que significó La flaca y lo que vino después con Depende. Pero esto es una carrera de fondo, sin lugar a dudas».
Sus ilustres maestros
¿De dónde extraía Pau los materiales con los que fue acuñando su estilo, esas canciones directísimas y pegadizas como chicles que mezclaban emociones y falta de afectación? ¿Quiénes fueron los artistas españoles que más lo marcaron e influyeron? Cuando pulsé esa tecla, Pau no se hizo de rogar. Los dos músicos a los que más admiraba, Antonio Vega y Kiko Veneno, a pesar de su gran talento, compartían con él la misma falta de envanecimiento y solemnidad.
De Kiko Veneno absorbió una cualidad que llevó a la práctica en todos y cada uno de sus discos, la de que menos es más. «Intenté aprender una cosa de él que me alucina, esa manera que tiene de contar las cosas. Con sólo cuatro palabras, el tío te lo está diciendo todo. Pocas palabras y mucho mensaje. Y musicalmente, un tanto de lo mismo: pocas notas y muchísimo mensaje. Cuando empecé a aprender a hacer mis canciones, hubo algo para mí fundamental: la sencillez. Si hay algo verdaderamente premeditado en mis canciones no es otra cosa que la búsqueda constante de la sencillez. En todo. En las letras y en los arreglos. Y eso no es fácil. Porque contar en tan sólo nueve versos algo que podrías contar en cuarenta o cincuenta, pues a lo mejor es más complicado, ¿no? La sencillez es algo fundamental para conectar con la gente en estos tiempos».
¿Y esa sencillez podía contener profundidad y encerrar algún mensaje? Pau lo tenía claro: «Desde luego que con nuestras canciones pretendemos contar cosas y mandar mensajes a los demás. Dar un poco de jarabe de palo al corazón y a la mente de la gente que las está escuchando, remover un poco en su alma y que pueda emocionarse o reflexionar sobre algo. Intentamos aportar canciones que digan cosas y que emocionen a la gente que las escucha. Puede ser que a la música en general lo que le falte sean canciones. En los vídeos que más se ven en televisión o en lo que más se oye en las emisoras de radio, apenas hay canciones con mensaje».
Pero en la cúspide de su particular podio de influencias se encontraba Antonio Vega. Más que un referente, lo consideraba un maestro del cual aprender cada día. Ningún otro compositor español lo había emocionado tanto como él y El sitio de mi recreo era su disco imprescindible. Por eso no paró hasta conseguir que cantase con él la bella «Completo incompleto» para el disco De vuelta y vuelta (2001): «El tema que cantamos juntos podría haberlo compuesto él, por eso le pedí que lo hiciera conmigo. Él es un tío sobresaliente, un auténtico genio, y yo desde luego no me tengo por un genio, pero te diré que Jarabe de Palo tiene mucho de él porque ha mamado mucho de su manera de componer y de hacer».
Este soy yo y esto es lo que hay
Pero si hubo algo que me dio la medida exacta del tipo de persona que Pau Donés era, fue su respuesta a una cuestión que le planteé. Su casa se incendia y él se encuentra en el centro de una habitación en la que en un extremo hay una foto de sus padres que siempre lo ha acompañado, y en el otro la guitarra con la que ofreció su mejor concierto. Sólo dispone de tiempo para salvar una de las dos, ¿hacia qué lado tiraría? Sin dudarlo un segundo, respondió que salvaría la guitarra, porque la mejor foto de sus padres la tenía en la cabeza. Concretamente, la de su madre, que murió hacía tiempo. Con la guitarra podía seguir expresándose y contar sus cosas y tirar para delante, mientras que sus fotos personales las llevaba consigo, en la mochila de la memoria.
La inmensa mayoría habría contestado que salvaría la foto, aunque no fuera cierto, pero él fue sincero a pesar de que su respuesta podía hacerle quedar mal ante los ojos de muchos. Pau demostró valentía y, también, que las poses y los paripés no iban con él. Este soy yo y esto, os guste o no, es lo que hay. No era amigo de los disfraces, no. Quizá porque sabía que, en el fondo, todos estamos desnudos, como se encargó de señalar en una de nuestras charlas: «Cada persona tiene un traje, en mi caso es el de músico. Pero frente a la vida estoy desnudo, porque la vida no diferencia entre si tú tienes tu traje de periodista y yo de músico. O el chico de la recepción de este hotel el de recepcionista».
Así era Pau Donés. Y así lo expresaba.
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