Historia viva del
rock universal, Kiss ofreció para 12.000 rendidas personas un concierto corto
pero de alta intensidad
La
osada carrocería de Kiss, su estética única, le ha supuesto desde sus inicios
un arma de dos filos. Para muchos, esa ha sido la razón para ingresar en su
universo y jurarles lealtad eterna. A otros tantos, en cambio, el maquillaje,
las plataformas, los trajes de ciencia ficción y el derroche de efectos
especiales les han dado argumentos para minimizar sus virtudes puramente
musicales, y ello pese a su incontestable influencia en una buena parte de las
bandas de rock estadounidenses que eclosionaron en los ochenta y noventa. Para
los segundos, los integrantes de Kiss no pasan de meros entretenedores. Unos
tipos listísimos con una preclara visión de lo que es el show business, pero más interesados en ofrecer un espectáculo
cegador y en salir pintones en las fotos que en hacer buenas canciones. Mucho
ruido y poca enjundia, en fin.