Iñaki Antón (izqda.) y Jon Calvo, de Inconscientes, en un momento de su estupefaciente actuación en la madrileña sala Penélope. (Foto: Álvaro Moreno Martín.) |
Inconscientes
culmina, en una abarrotada sala Penélope, la gira de locales que comenzó en
enero
Esta
crónica también podría haberse titulado La
importancia de un buen riff. O Cómo
tocar cumplidos los 50 y pasarlo como un niño. O Imposible sentarse. O, simplemente, Rocanrol. Ver a Inconscientes en acción es trasladarse a una época
en la que la música era tres, cuatro o cinco tíos dale que te pego a sus
instrumentos, casi tan emocionados como el público que paga por verlos, y un
sentimiento colectivo de armonía y felicidad. Como una droga benigna
generosamente compartida. Léase magia.
La
gira Quimeras y Otras realidades con
la que desde el pasado enero han recorrido España tres de los cuatro miembros
de Extremoduro, Iñaki Uoho Antón, Miguel Colino y José Ignacio Cantera, más
el cantante y guitarra Jon Calvo y el pianista/organista Aiert Erkoreka (este
último habitual también en los conciertos de Extremo), tiene un sabor a otro
tiempo. Un tiempo, ya digo, en el que lo único que importaba era la calidad de
lo que transmitías y la capacidad de subir la temperatura del lugar a base de
maestría en el oficio y dedicación ‘amateur’.
Abrió
la balacera musical «Otra realidad», pieza de su último trabajo, y a partir de
ahí las canciones de los dos discos de Inconscientes se entrelazaron con las de
Platero y Tú en un viaje eminentemente guitarrero y, de alguna manera,
nostálgico.
Fue
una noche de gran intensidad. Intensas sonaron dos canciones de Platero,
«Alucinante» y «Voy a acabar borracho». También «Eterno viajero», un temazo del
álbum que Iñaki grabó con Roberto Iniesta, Fito Cabrales y Manolo Chinato, Poesía básica, bajo el nombre
Extrechinato y Tú. Del recitado de Chinato se ocupó el jefe de prensa del
grupo, Óscar Beorlegui, en un momento muy, muy loco y muy «Thunderstruck».
Iñaki,
que ayer lucía un bigotazo y una miniperilla que lo asemejaban a Frank Zappa,
llegó a sacarle tanta sustancia a su guitarra, tanta belleza, que a veces dio
miedo. Como instrumentista, resulta explosivo y magnético. Y verle tocar tan
cerca del público, casi al alcance de la mano, es un espectáculo más que nos
ofrece la existencia, como los géiseres de Islandia o las cataratas del Iguazú.
Admirador hasta la médula del menos famoso de los hermanos Young, el inmutable
Malcolm, él se mueve en cambio como un látigo, girando sobre sí mismo y
repartiéndose por el escenario hasta el punto de hacernos creer que no es uno,
sino varios.
Iñaki no toca la guitarra, saca de sí el demonio benigno de la música. (Foto: Mikel Masa.) |
La
voz de Jon Calvo es sugerente. No pertenece el bilbaíno a la escuela de los
cantantes gritones, esos que basan su propuesta vocal en el alarido fácil y
efectista. Lo suyo es un fraseo que se incardina en la música con la misma
naturalidad con la que el sol parece zambullirse en el mar para que sea la
noche la que se adueñe de todo.
Anoche,
en la penumbra de un local cuyas dimensiones dieron de sí todo lo que podían
dar, el sol no dejó de brillar gracias a unas composiciones que buscan una
respuesta efusiva y activísima del público, pero que contienen a su vez emoción
y, por qué no, poesía. La poesía del rock excelentemente tocado.
De
algún modo fue como volver a los noventa, pero con la sabiduría que solo puede
otorgar una carrera larga y bien trabajada.
Ya
en los bises, la poderosa «El último hombre libre» dio paso a «Hay poco rock
& roll», versión castiza del «High voltage» de AC/DC e himno por
antonomasia de Platero, la cual sonó soberbia y tuvo un final apoteósico: Iñaki
regalando todo su talento y lanzándose, ya sin apenas fuelle, sobre el público,
que lo sostuvo unos segundos como a un dios fieramente humano.
Electricidad,
potencia, caña no son antónimos de alma. No hay más que ver a Inconscientes.
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