lunes, 3 de abril de 2017

Electricidad no es antónimo de alma

Iñaki Antón (izqda.) y Jon Calvo, de Inconscientes, en un momento de su estupefaciente actuación en la madrileña sala Penélope. (Foto: Álvaro Moreno Martín.)


Inconscientes culmina, en una abarrotada sala Penélope, la gira de locales que comenzó en enero

Esta crónica también podría haberse titulado La importancia de un buen riff. O Cómo tocar cumplidos los 50 y pasarlo como un niño. O Imposible sentarse. O, simplemente, Rocanrol. Ver a Inconscientes en acción es trasladarse a una época en la que la música era tres, cuatro o cinco tíos dale que te pego a sus instrumentos, casi tan emocionados como el público que paga por verlos, y un sentimiento colectivo de armonía y felicidad. Como una droga benigna generosamente compartida. Léase magia.

La gira Quimeras y Otras realidades con la que desde el pasado enero han recorrido España tres de los cuatro miembros de Extremoduro, Iñaki Uoho Antón, Miguel Colino y José Ignacio Cantera, más el cantante y guitarra Jon Calvo y el pianista/organista Aiert Erkoreka (este último habitual también en los conciertos de Extremo), tiene un sabor a otro tiempo. Un tiempo, ya digo, en el que lo único que importaba era la calidad de lo que transmitías y la capacidad de subir la temperatura del lugar a base de maestría en el oficio y dedicación ‘amateur’.

Abrió la balacera musical «Otra realidad», pieza de su último trabajo, y a partir de ahí las canciones de los dos discos de Inconscientes se entrelazaron con las de Platero y Tú en un viaje eminentemente guitarrero y, de alguna manera, nostálgico.

Fue una noche de gran intensidad. Intensas sonaron dos canciones de Platero, «Alucinante» y «Voy a acabar borracho». También «Eterno viajero», un temazo del álbum que Iñaki grabó con Roberto Iniesta, Fito Cabrales y Manolo Chinato, Poesía básica, bajo el nombre Extrechinato y Tú. Del recitado de Chinato se ocupó el jefe de prensa del grupo, Óscar Beorlegui, en un momento muy, muy loco y muy «Thunderstruck».

Iñaki, que ayer lucía un bigotazo y una miniperilla que lo asemejaban a Frank Zappa, llegó a sacarle tanta sustancia a su guitarra, tanta belleza, que a veces dio miedo. Como instrumentista, resulta explosivo y magnético. Y verle tocar tan cerca del público, casi al alcance de la mano, es un espectáculo más que nos ofrece la existencia, como los géiseres de Islandia o las cataratas del Iguazú. Admirador hasta la médula del menos famoso de los hermanos Young, el inmutable Malcolm, él se mueve en cambio como un látigo, girando sobre sí mismo y repartiéndose por el escenario hasta el punto de hacernos creer que no es uno, sino varios.


Iñaki no toca la guitarra, saca de sí el demonio benigno de la música. (Foto: Mikel Masa.)

La voz de Jon Calvo es sugerente. No pertenece el bilbaíno a la escuela de los cantantes gritones, esos que basan su propuesta vocal en el alarido fácil y efectista. Lo suyo es un fraseo que se incardina en la música con la misma naturalidad con la que el sol parece zambullirse en el mar para que sea la noche la que se adueñe de todo.

Anoche, en la penumbra de un local cuyas dimensiones dieron de sí todo lo que podían dar, el sol no dejó de brillar gracias a unas composiciones que buscan una respuesta efusiva y activísima del público, pero que contienen a su vez emoción y, por qué no, poesía. La poesía del rock excelentemente tocado. 

De algún modo fue como volver a los noventa, pero con la sabiduría que solo puede otorgar una carrera larga y bien trabajada.

Ya en los bises, la poderosa «El último hombre libre» dio paso a «Hay poco rock & roll», versión castiza del «High voltage» de AC/DC e himno por antonomasia de Platero, la cual sonó soberbia y tuvo un final apoteósico: Iñaki regalando todo su talento y lanzándose, ya sin apenas fuelle, sobre el público, que lo sostuvo unos segundos como a un dios fieramente humano.

Electricidad, potencia, caña no son antónimos de alma. No hay más que ver a Inconscientes.  




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