Coque Malla en un momento de su actuación en Madrid. (Foto: Juan Pérez-Fajardo.) |
Coque Malla ofrece un
delicioso concierto en Madrid con lo mejor del presente y del pasado
El
título con reminiscencias fantásticas de su último disco, El último hombre en la Tierra, uno de los más emocionantes y
gratamente sorprendentes del año a punto de morir, no se hizo realidad anoche
en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, hoy rebautizado con un
nombre tan absurdo como ininteligible. Tres mil personas acompañaron a ese
pequeño gran hombre que es Coque Malla (Madrid, 1969), que salió a escena como
un pincel (traje gris perla y sombrero borsalino), bajo un sobrio decorado (tan
solo largas cortinas burdeos), y respaldado por una formación poderosa, más
propia de un primer espada estadounidense (¿Dylan?) que del solista español
para una exquisita minoría que es.
El
tema «La señal», que abre su último y ya citado disco, inauguró el concierto
como un aviso de que el tono iba a ser elevado. Le siguieron otros 19, más de la
mitad de los cuales pertenecen a El
último hombre… (ocho) y al grupo que le dio celebridad, Los Ronaldos, de
los que interpretó, para alegría del personal, cuatro canciones con la
sabiduría de quien cabalga muy seguro hacia la cincuentena: «Sabor salado», «Saca
la lengua», «No puedo vivir sin ti» (sublime) y «Guárdalo».
Fue
su necesidad de contar historias la que lo transmutó en un cantautor sui
géneris en su último disco. Un cantautor en cuyas canciones flotan retazos de
Bowie, de Dylan, de Cohen y de la bendita chanson.
De hecho, no es inocente esa referencia a Los
400 golpes de Trufautt contenida en la excelsa «Lo hago por ti». Anoche, por momentos, si cerrabas los ojos podías visualizar
a Brigitte Bardot, Alain Delon, Jean-Paul Belmondo, Romy Schneider o Jane
Birkin, bellos y eternos. Cosas de nadar en las aguas de Brel y Gainsbourg,
pero sin olvidar a Los Rodríguez (por citar un solo ejemplo de muchos) y al
universo de luces rojas del cabaret.
Pero
aún hubo más: un cóctel de rock, pop, soul, blues y country dirigido por un
creador con dotes de maestro de ceremonias que incitaba a beber y a pasarlo
bien y que desplegó, además, un fino sentido del humor («¡Un repartidor de
Telepizza! Esto ya se está desviando…»).
Inmensas
sonaron «Escúchame», «Lo hago por ti» y «Santo, santo». Aunque el clímax de la
emoción llegó de la mano de «Berlín» (lástima que Leonor Watling no la
defendiera con él) y de «Me dejó marchar»
(«Me dejó sin corazón. / Me dejó sin
esperanza»).
Sobre
el acotado escenario del Wrzytthgzrgf Center, o como diablos se llame, Coque se
sintió en todo momento tan seguro como en la cocina de su casa. Bien de voz y
solvente con la guitarra, saltarín, incluso, le debió mucha de esa seguridad a
su banda, de la que quiero destacar al baterista, Gabriel Marijuán, eficaz
hasta la genialidad.
Los
bises de tan delicioso concierto se concretaron con «Guárdalo», un último guiño a Los Ronaldos, y con «Despierto»,
ese himno existencialista incluido en el disco Termonuclear («Nadie tiene a
dónde ir»).
Leer aquí la crónica publicada en elmundo.es
Coque
y sus muchachos saludaron al público con la misma música de fondo que había
caldeado el ambiente antes de empezar, la de su majestad Bowie. Toda una
declaración de amor.
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