jueves, 29 de diciembre de 2016

Y Coque no se quedó solo

Coque Malla en un momento de su actuación en Madrid. (Foto: Juan Pérez-Fajardo.)


Coque Malla ofrece un delicioso concierto en Madrid con lo mejor del presente y del pasado

El título con reminiscencias fantásticas de su último disco, El último hombre en la Tierra, uno de los más emocionantes y gratamente sorprendentes del año a punto de morir, no se hizo realidad anoche en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid, hoy rebautizado con un nombre tan absurdo como ininteligible. Tres mil personas acompañaron a ese pequeño gran hombre que es Coque Malla (Madrid, 1969), que salió a escena como un pincel (traje gris perla y sombrero borsalino), bajo un sobrio decorado (tan solo largas cortinas burdeos), y respaldado por una formación poderosa, más propia de un primer espada estadounidense (¿Dylan?) que del solista español para una exquisita minoría que es.

El tema «La señal», que abre su último y ya citado disco, inauguró el concierto como un aviso de que el tono iba a ser elevado. Le siguieron otros 19, más de la mitad de los cuales pertenecen a El último hombre… (ocho) y al grupo que le dio celebridad, Los Ronaldos, de los que interpretó, para alegría del personal, cuatro canciones con la sabiduría de quien cabalga muy seguro hacia la cincuentena: «Sabor salado», «Saca la lengua», «No puedo vivir sin ti» (sublime) y «Guárdalo». 

Fue su necesidad de contar historias la que lo transmutó en un cantautor sui géneris en su último disco. Un cantautor en cuyas canciones flotan retazos de Bowie, de Dylan, de Cohen y de la bendita chanson. De hecho, no es inocente esa referencia a Los 400 golpes de Trufautt contenida en la excelsa «Lo hago por ti». Anoche, por momentos, si cerrabas los ojos podías visualizar a Brigitte Bardot, Alain Delon, Jean-Paul Belmondo, Romy Schneider o Jane Birkin, bellos y eternos. Cosas de nadar en las aguas de Brel y Gainsbourg, pero sin olvidar a Los Rodríguez (por citar un solo ejemplo de muchos) y al universo de luces rojas del cabaret.  

Pero aún hubo más: un cóctel de rock, pop, soul, blues y country dirigido por un creador con dotes de maestro de ceremonias que incitaba a beber y a pasarlo bien y que desplegó, además, un fino sentido del humor («¡Un repartidor de Telepizza! Esto ya se está desviando…»).

Inmensas sonaron «Escúchame», «Lo hago por ti» y «Santo, santo». Aunque el clímax de la emoción llegó de la mano de «Berlín» (lástima que Leonor Watling no la defendiera con él) y de «Me dejó marchar» («Me dejó sin corazón. / Me dejó sin esperanza»).

Sobre el acotado escenario del Wrzytthgzrgf Center, o como diablos se llame, Coque se sintió en todo momento tan seguro como en la cocina de su casa. Bien de voz y solvente con la guitarra, saltarín, incluso, le debió mucha de esa seguridad a su banda, de la que quiero destacar al baterista, Gabriel Marijuán, eficaz hasta la genialidad.

Los bises de tan delicioso concierto se concretaron con «Guárdalo», un último guiño a Los Ronaldos, y con «Despierto», ese himno existencialista incluido en el disco Termonuclear («Nadie tiene a dónde ir»).

Coque y sus muchachos saludaron al público con la misma música de fondo que había caldeado el ambiente antes de empezar, la de su majestad Bowie. Toda una declaración de amor.

Leer aquí la crónica publicada en elmundo.es 

No hay comentarios:

Publicar un comentario