Portada de Lo que aletea en nuestras cabezas, 'primer' disco en solitario de Roberto Iniesta. |
Desde
la noche de los tiempos de Extremoduro, allá por el crepúsculo de los ochenta,
Roberto Iniesta Ojea, Robe (Plasencia,
1962), se ha tomado muy en serio la célebre máxima de Georges Louis Leclerc,
conde de Buffon: «El estilo es el hombre». El ilustrado francés vindicaba la
búsqueda de la propia personalidad expresiva en la literatura, la distinción frente
a una voz predominante, algo que se desarrolló con plenitud, y sin barreras de
ningún tipo, en el Romanticismo. Y eso, apuntalar una impronta, una huella
digital, un estilo, en fin, fue, ya digo, la tarea que el artista extremeño se impuso,
con tanta vehemencia como convicción, desde el mismo momento en que empezó a
escribir canciones con el propósito de darlas a conocer.
Distanciarte
formalmente del resto de tus colegas y abrir nuevos caminos líricos y musicales
no sólo comporta una dificultad extrema ―hay que tener talento, vaya―, sino
que, además, entraña riesgos considerables. Pero el que quiera sobresalir y
desmarcarse del discurso imperante y del sonido generalista, del lugar común, ha
de arrojarse al mar enfurecido e infestado de tiburones sin pensárselo un
segundo y comenzar a bracear a contracorriente. Y que sea lo que Dios y el
diablo quieran.
La
última muestra de que lo de Robe es auténtica pasión por el riesgo es Lo que aletea en nuestras cabezas (El
Dromedario Records), el «primer» disco en solitario de su ya dilatada carrera
musical (en puridad, el primero fue Pedrá:
una larga canción con múltiples ambientes que, por causa de las exigencias de
la discográfica, tuvo que ver la luz con el nombre de Extremoduro). Salvo por los
cambios de ritmo tan frecuentes en la obra del grupo de origen extremeño, esos
largos y suculentos desarrollos, y por la reconocible poesía de Iniesta, nos
encontramos ante un trabajo distinto a todo lo anteriormente hecho por él.
De
entrada, la falta de electricidad, de caña, es el rasgo más notable que diferencia
a este disco de los alumbrados bajo la marca Extremoduro. Tal y como declaró
Robe en la rueda de prensa ofrecida en Madrid: «Estas canciones sí podrían
haber sido de Extremoduro, aunque en ese caso serían muy distintas».
Esa
ausencia de electricidad se ve compensada, no obstante, por una gran intensidad
y un marcado dramatismo, por más que en un disco la intensidad quede ineludiblemente
atenuada. Robe me lo explicaba así en la entrevista que mantuvimos, junto al
resto de los músicos, para el diario El
Mundo (leer aquí íntegra): «Este es un
disco que engaña un poco respecto a la intensidad. Date cuenta de que es música
con un rollo un poquito clásico, y ahí se le da mucha importancia a la
dinámica, a la diferencia de volumen, y un disco no te permite hacer eso. La
dinámica que consigues en directo no es fácil llevarla al disco. En un local de
ensayo hay partes con una energía y un marchón de cojones. En el disco, en
cambio, no se aprecia».
Iniesta
tuvo que abandonar su tierra natal para hacerse un nombre («Tierra de conquistadores, no nos quedan más
cojones, / si no puedes irte lejos, te quedarás sin pellejo»:
«Extremaydura»), y ahora que ya lo tiene, aunque su residencia oficial se
encuentre en el País Vasco, la visita cada vez más en busca del preciado sol,
tan esquivo en el norte. Esa fue una de las dos razones que le animaron a
juntarse con un músico paisano y empezar a pulir un puñado de composiciones en
bruto de distintas épocas. La otra fue que Iñaki Uoho Antón, su socio y cómplice en la construcción de las canciones
de Extremoduro, se encontraba mezclando Para
todos los públicos, último disco hasta la fecha del grupo.
El
elegido fue el batería Alber Fuentes (Plasencia, 1986), quien tras varias
sesiones con Robe se encargó de reclutar al resto de los miembros del comando: David
Lerman (Cáceres, 1988), bajo, saxo y clarinete; Álvaro Rodríguez Barroso
(Almendralejo, 1975), piano, teclados y acordeón; Lorenzo González (Cáceres, 1975),
voces, y Carlitos Pérez (Almendralejo, 1990), violín.
Esos
cinco privilegiados, todos ellos músicos curtidos en diversos estilos a pesar
de su juventud, son los responsables de armar la banda sonora sobre la cual la
voz del hombre herido, de la bestia, nos va relatando su epopeya de deseos e
imposibles. Un viaje emocional que transcurre a lo largo de ocho canciones: «Un
suspiro acompasado», «… Y rozar contigo», «Nana cruel», «De manera urgente»,
«Por ser un pervertido», «Ruptura leve», «Guerrero» y «Contra todos».
Además
de solvencia y oficio, cualidades obligadas en todo instrumentista profesional,
esos músicos demuestran andar sobrados de sensibilidad, buen gusto y carácter.
Esto último era un rasgo indispensable, pues aunque nos consta que Robe sabe
muy bien lo que quiere y ha sido él quien ha ejercido de director de orquesta,
sus conocimientos técnicos son limitados y por ese motivo no ha tenido más
remedio que dejarse asesorar, a la fuerza, por quienes sí conocen a fondo el
lenguaje de la música, que como cualquier otro posee sus propias leyes y
mecánica.
No
se aprecia en el trabajo de estos ejecutantes (la voz de Lorenzo la considero
un instrumento más, dada su calidad) ninguna veleidad que chirríe, ningún
adorno de más, ningún arreglo impostado, ya que los excesos, que haberlos, haylos,
han sido premeditados y, sobre todo, certeros. Quiero decir con esto que aunque
en el libreto del cedé aseguren que buscaron los arreglos «con la libertad que
da la ignorancia», es sabiduría y no otra cosa lo que estas canciones transmiten:
la artesanía netamente extremeña acaba funcionando con la eficacia y la
precisión del mecanismo de un reloj suizo. Eso sí, dotado de alma. De vida.
Dicho de otro modo: entre los seis han levantado un disco delicioso y valiente.
Algo más de 43 minutos de música emocionante y tan en las antípodas de las mariconadas
a la moda que escupen las radiofórmulas como el cielo lo está del infierno.
De izqda. a dcha.: Carlitos Pérez, David Lerman, Alber Fuentes, Lorenzo González y Álvaro Rodríguez Barroso. |
En
lo concerniente a la letra, a la literatura, los textos de los ocho temas bien
podrían haber sido uno solo. Es como si un largo escrito se hubiera troceado
debido a las servidumbres propias del formato disco, puesto que todos ellos están
elaborados con los mismos ingredientes e idéntico aroma. En ese sentido, el
relato, que no el disco, recuerda, salvando todas las distancias, a la Ley innata, en donde la narración es
como un vórtice enloquecido que, sin embargo, acaba desembocando ―¿muriendo?―
en el punto de partida. Aquí no es exactamente así, pero casi: la «brisa» y el
«frío» son parientes no tan lejanos.
Esa
impresión de «texto unitario» viene dada por el hecho de que Robe, como
letrista, es ―cada vez más― un creador de sensaciones, de atmósferas, de
intangibles, y en la confección de sus letras tienen un mayor peso las
imágenes, las metáforas, que la literalidad de lo que se dice (si bien hay
fragmentos en los que esta última es tan decisiva como demoledora).
La
desolación, el pesimismo y la indesmayable persecución del placer conforman,
como tantas otras veces, la sangre de estas ocho piezas, cuya belleza literaria
cumple sobradamente con lo esperado.
Y
es que no hay que engañarse: este es un disco de Roberto Iniesta, y es por ello
que, pese a lo novedoso de su propuesta, contiene abundantes muestras de las
constantes que como creador ha ido diseminando a lo largo de su vasto
cancionero.
En Lo que aletea en nuestras cabezas están,
sí, muchos de los elementos recurrentes en la obra de Extremoduro: el sol, las
flores, la primavera, la luna... Escapar de ti mismo, de tus obsesiones, no es
posible. En nuestra entrevista para El
Mundo, Robe reflexionaba sobre este asunto del siguiente modo: «¿Que tengo
cosas recurrentes en mis canciones? Vale. Pero no siempre dicen lo mismo. Y
cuando hablo del sol, por ponerte un ejemplo, no siempre hablo de lo mismo. O
cuando hablo del viento o del mar. Suelen ser metáforas. Pero como son cosas
muy grandes, son muy fáciles de usar. La primavera. Joder, otra vez me sale la
primavera. Pero, coño, es que es un verso de puta madre y me ha quedado un
poema cojonudo. Y si otros tíos me dicen que me he repetido, me importa una
mierda. La repetición está justificada si entra bien y arregla un verso».
No faltan tampoco
―no
podían faltar― los guiños
«transgresivos» marca de la casa, si bien hay que conceder que en este caso la
fiera está mucho más contenida. El ejemplo más nítido se encuentra en la
bellísima e intensa «Contra todos», canción que Robe dio a conocer en la gira Robando perchas del hotel (2012): «Y esta flor, que ya sabes que es tuya, / se descapulla / recordando el
roce de tus pelos». Cuando en nuestra charla quise saber de dónde le viene
esa propensión a escupir fuego, esos machetazos del habla que él ha conseguido
convertir en armazón de estilo y seña de identidad, la explicación que me dio fue:
«Creo que hay que usar el lenguaje de una manera óptima. Se pueden decir las
cosas de muchas formas. En el lenguaje y en la comunicación, la primera ley es
que el interlocutor te entienda. ¿Por qué no voy a utilizar una palabra
malsonante? ¿Que no sirven para nada? Mentira. Sirven para ver la intensidad y
el sentimiento. El lenguaje hay que optimizarlo y exprimirlo al máximo. No es
lo mismo “tu pelo” que “tus pelos”. “Tus pelos” son los del coño, y “tu pelo”,
tu cabello hermoso al viento. Si quieres explicar algo de verdad, intensamente,
tienes que usar todas las palabras que te lo permitan».
La
épica del guerrero, tan Iniesta, tan Extremoduro, recorre la espina dorsal de la
canción del mismo título, «Guerrero», en la que nos topamos con estos versos
memorables: «Del desfiladero / no os voy
a dejar pasar. / A este matadero / no hemos venido a mirar. / Como buen guerrero
/ puedo dar la talla, / puedo darlo todo, / pues doy todo por perdido / en cada
batalla. / Y nunca me he rendido / porque si la pierdo, / ¿para qué quiero
estar vivo?». Un espíritu, el de heroico paladín, que le viene de antiguo.
De hecho, se hallaba ya en el arriesgadísimo, e imposible de radiar, Pedrá, tanto en los versos por él
escritos como en aquellos que tomó prestados de los cuadernos ―de las
servilletas― de Manolo Chinato.
En
cuanto al antes citado pesimismo, fruto de la furiosa actualidad («No sé si ahora estoy en una época
demasiado pesimista porque leo demasiadas noticias», me decía en nuestra conversación), no es esta,
insisto, la primera vez que impregna sus composiciones. Ya se encontraba
presente, y en grado sumo, en La ley innata,
un disco en el que las noticias también tenían una importancia crucial y cuya
letra podría resumirse con este par de versos terribles: «Si quiero ir a la moda / necesito
una pistola». Y aunque en este nuevo trabajo Robe no logra superar esa
retablo de maldad, sí que hay algunos pasajes inquietantes que retrotraen a
aquella obra: «Ahí afuera / sólo hay monstruos, sólo hay
gente / que te compra y que te vende, / que te odia, que te miente, / que te
roba, que te mata, / que te viola y que no siente nada».
Y
está, también, la filosofía. La ya mencionada «Contra todos» no deja de ser una
ratificación del pensamiento robeniano, pues su esencia ácrata y libérrima ―«Contra todos. / Otra vez me levanto contra
todos. / (…) Siempre voy a contracorriente, / de la noche el color yo quiero
ver, / y apartarme más de la gente / y alejarme de todo en lo que creen…»― ya
estaba impresa en aquel «No quiero ser como tú» que llevaba estampado en una
camiseta hace 20 años.
Roberto Iniesta, Robe, en acción. |
Por
último, y respecto a la utilización de ciertas figuras literarias, hay, al igual que en la
discografía de Extremoduro, numerosos ejemplos de personificación o prosopopeya
(atribuir propiedades humanas a un animal o a algo inanimado):
«Un
suspiro acompasado»:
He
notado una brisa pasajera
que me
ha dicho que, tal vez,
si
quisiera…
(…).
Quédate
en silencio y oye
el ruido
de mis tripas soñadoras,
que
sueñan con comerte a todas horas.
Ruge el
deseo contenido.
(…).
Llega
el viento mecido
porque
acaba de estar contigo.
(…).
Un
deseo le he pedido a las flores:
que la
busquen, que ellas saben de olores,
que le
digan que espero aquí en el Sol,
que da
en el último escalón,
a que
vuelva.
«Nana
cruel»:
… El
Sol se ha ido entusiasmado,
le ha
salido bien
este
atardecer.
(…).
Duérmete,
que ya se ha ido el Sol.
Que tenía
que hacer, dijo, y se marchó.
Prometió
volver al amanecer.
Del
mismo modo, se da también el empleo de la metáfora sinestésica (recurso que
mezcla sensaciones visuales, auditivas, olfativas, gustativas y táctiles, y que
asocia elementos procedentes de los sentidos físicos con los sentimientos), tan
presente en la obra de Juan Ramón Jiménez:
«Un
suspiro acompasado»:
Respira [la brisa], y noto su respiración;
habla,
y sueño con su voz
y con
ella.
«…Y
rozar contigo»:
… Ni
recuerdo aquel cielo
ni
tampoco su olor.
«Nana
cruel»:
… Y busco
en los colores del atardecer
y no la
encuentro.
Y
luego está el uso de la anáfora (repetición de una o varias palabras al comienzo
de un verso), tan efectista, como en el largo recitado de «Nana cruel»:
Yo que
pasaba las noches en negociación…
Yo, que
te espero.
Yo, que
hice cada segundo otro mundo mejor…
Yo, que
te espero.
Yo, que
velaba las noches enteras…
Yo que,
yo que querría poder contarte
que ahí
afuera está la vida y sólo hay gente
que
quisiera comprenderte
y
abrazarte y alegrarte
y
ayudarte siempre.
Yo, que
estudié al ser humano, te digo
que no,
ya nada espero.
Yo, que
intenté comprender sus motivos…
Que no,
ya nada espero.
Yo, que
quisiera encontrarme contigo…
Yo que,
yo que pensaba…
Yo que
creí firmemente en el amor…
Hay
más ejemplos de esas y de otras figuras literarias, pero no creo necesario señalarlas
todas. A veces, es mejor dejarse mecer por la música de las palabras y no
preguntarse cuál es su origen y cuáles sus apellidos. Sin olvidar que el poeta
químicamente puro, y Robe lo es, no es un filólogo, y cuando escribe no se deja
llevar por la teoría ni por la razón, sino por el instinto. Tal y como el
placentino confesó en la rueda de prensa de este disco: «Yo compongo con el
corazón, no con la cabeza». Pájaros, pues, en el pecho y no en la sesera, que
se ve obligada a mostrarse juiciosa ―bueno, tampoco tanto― y a aquilatar el
torrente creativo.
Lo
que aletea en el corazón de Robe, sobre las incansables olas de la sístole y la
diástole, es un anhelo permanente de seguir abriendo puertas, de encontrar las
respuestas a las preguntas de siempre, de explicarse en medio de este hermoso
caos al tiempo que nos conmueve. A eso también se le llama arte.
«…
Y rozar contigo», segundo corte de este disco tan arriesgado en su
planteamiento y en la cáscara como necesariamente continuista en lo esencial,
en los principios filosóficos que sustentan la obra de su autor, concluye con
un derrotista: «Le ordeno a mi corazón
que se detenga».
No
es cierto, claro. Pero los más dotados poetas, los que más nos gustan porque
más daño nos hacen, son aquellos que mejor (nos) mienten.
wooww ^_^ y que siga así
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