Portada del libro de Sandra Sánchez Preferiblemente vivas. |
Que
la literatura sea un lugar, quizá el único, en el que todo es posible no
significa que no disponga de reglas, algunas de las cuales son, de hecho, de
obligado cumplimiento. Por ejemplo, el narrador ―y no digamos ya el poeta― ha
de saber siempre, independientemente de que los temas que aborde se escapen a
cualquier acto empírico, caso del terror o la fantasía, de qué habla. Quiere
esto decir que su andamiaje vital deberá dar forma y temperatura, en mayor o
menor medida, a los personajes que diseña. ¿No pueden relatarse entonces los
efectos demoledores de un desamor si no se ha padecido alguna vez ese huracán interior,
o recrear una simple borrachera si quien lo hace es un abstemio de manual que nunca
se ha agarrado una curda? Desde luego que sí, y las librerías están llenas de ejemplares
que así lo atestiguan. Pero el resultado, aunque desde un punto de vista formal
sea irreprochable, carecerá de alma.